¿Qué hacer, guardar silencio o volver sobre el doloroso asunto? Para algunos suficiente es suficiente. Hay nuevas generaciones de alemanes que merecen no ser incorporados gratuitamente a la condena con olor a culpa inextinguible. Pero las cifras del horror obligan: más de 50 millones de muertos, en su mayoría civiles, como resultado de la locura nazi. Seis millones de judíos exterminados en el acto de genocidio que mayor vergüenza debe provocar al ser humano. Pero, ¿de verdad se extirpó el mal? ¿Es posible extirparlo? O quizá la reincidencia es amenaza permanente que no sólo incumbe al pueblo alemán.
Terminamos el siglo XX festejando el avance numérico de la democracia. Las llamadas “olas” de democratización llevaron a un crecimiento exponencial de la población y de países gobernados por regímenes formalmente democráticos. Según The Freedom House más de 60 por ciento de los moradores del planeta habitan en democracias. No eran ni el diez por ciento a principios de siglo XX. Sin embargo la mayoría son democracias cojas. Cómo explicar que sólo el 30 por ciento de la población mundial viva en regímenes con auténtica libertad de prensa. Aún más grave, los actos de genocidio se perpetuaron. Ruanda es una nueva vergüenza producto de la cómoda pasividad frente al horror.
Se argumenta que Ruanda es un país muy pobre, de bajos niveles educativos y allí de nuevo resbalamos en la trampa. Luego entonces lo que hay que propiciar es desarrollo y educación y con ello nos “vacunamos” en contra del terrible mal. Pero resulta que el nacional socialismo se montó, es cierto, en una crisis económica, pero de una de las naciones ricas y mejor educadas de Europa. Los nuevos movimientos de derecha extrema o abiertamente fascistoides brotan igual en Francia que en Austria cuyos niveles de ingreso y bienestar eran impensables en los años treinta. Qué decir de los caza inmigrantes californianos teñidos de racismo. Por eso la discusión, no acaba. Las comunidades judías hacen bien en recordarnos vía publicaciones o películas de Hollywood la gestación y desarrollo del horror. No es exclusivamente fobia antialemana. En el fondo debemos reconocer que el fenómeno no está plenamente explicado.
Esos laberintos de la condición humana han producido indagaciones clásicas: Hannah Arendt, Los Orígenes del Totalitarismo; Franz Neumann, Behemoth; y por supuesto Popper con La Sociedad Abierta y sus Enemigos. Pero también nuevas aportaciones: Ron Rosenbaum, Bracher y el por lo visto muy polémico reciente texto de Götz Aly que demuestra que los beneficios económicos del Holocausto fueron sistemáticos, y llegaron a millones, millones de seres humanos que no pueden fingir demencia.
Sesenta años han transcurrido desde la rendición alemana después de la inexplicablemente tardía intervención estadounidense. Pero en ese largo periodo los regímenes totalitarios se expandieron con el apoyo de Moscú hasta principios de los noventa.
¿Debilitamiento, victoria? ¿Qué decir de las múltiples dictaduras que se enseñorearon por décadas igual en Asia, América Latina y por supuesto África? Ya Przeworski y Limongi han demostrado esa mayor intolerancia de los ciudadanos a las crisis económicas cuando se vive en democracias. Todo indica que el siglo XXI quedará marcado por el asombroso desarrollo de la nueva Asia y en particular de China, países en los cuales la democracia brilla por su ausencia y el autoritarismo campea. Algo queda claro, los beneficios económicos son el gran linimento corruptor de las demandas políticas, México no fue la excepción. Por supuesto que las diferencias entre la Alemania nazi, La Unión Soviética y sus gulags, Pinochet y Castro y la pujanza China son todas. Pero incluso en las democracias formales también hay rendijas por las cuales los regímenes autoritarios y totalitarios renacen. Esa es la lección. Hitler fue votado al igual Fujimori o Chávez. Hay coincidencias.
La centralización del poder en una figura popular pareciera común. El culto a la personalidad viene aparejado. De Stalin a Chávez, de Fidel a Pinochet. La oferta de beneficios inmediatos, es otra. La venta y defensa a cualquier costo de un orden infranqueable que acentúa la autoridad, es muy común. El uso de la propaganda como mecanismo de estado, para difundir versiones simples, maniqueas también no falta. La exaltación de algún tipo de nacionalismo con la consecuente amenaza de las acciones emprendidas por los “enemigos”, externos e internos.
Arendt agregaría “una ideología de la comunidad del pueblo”. El bloqueo a cualquier costo de la información interna y la cerrazón hacia el exterior. El reemplazo de las burocracias de mérito por las de lealtad personal. La creación de organizaciones paralelas a las republicanas y que responden al líder o proyecto institucional. La imagen apoyada en los medios, de Corea y Singapur a Castro. Y por supuesto la incomodidad con la efervescencia democrática. Los síndromes son muy claros.
Las lecciones de lo ocurrido en Alemania a partir de los años treinta, pero igual después en todo el mundo, no permiten escapatoria. Sólo los valores liberales arraigan a las democracias. De la ruta inversa no podemos estar seguros. Los verdaderos valores liberales, de respeto a las creencias religiosas, a la libertad de expresión, de tránsito, de propiedad, de legalidad, de libre circulación de las ideas, de opción cultural o sexual sostenidas por las fórmulas democráticas de convivencia avanzaron en el siglo XX muy por detrás de los juegos electorales. De allí el riesgo de las regresiones. Fue el caso de Alemania. Cualquier síndrome es grave. Volver a los orígenes del fascismo, de los movimientos autoritarios y antidemocráticos, conmemorar el sesenta aniversario de la rendición alemana, no es un acto ocioso o de venganza inútil. Es ir a un caso particularmente emblemático y que nos recuerda que nadie está excluido del veneno. No hay victoria definitiva.
_________
Ecológica.- Buena parte del país está cubierta de una espesa bruma. Los incendios forestales se salieron de control. No es una historia nueva. Por el contrario este desastre en buena parte se explica por arraigadas costumbres de limpia de tierras, de control de pastos y de ignorancia sobre los efectos del fuego. En estiajes anteriores las autoridades lograron prevenir y controlar esas llamas que acaban con pastizales, con selvas y bosques. Hay problemas de carencia de equipo, de información oportuna y de recursos humanos. Pero simplemente no debemos acostumbrarnos a la destrucción sistemática de nuestros recursos. Independientemente del ¿medio millón? de hectáreas de selvas y bosques que perdemos cada año, las proyecciones de la UNAM y el INE son escalofriantes: 75 por ciento del territorio no apto para cultivos; 50 por ciento de la cobertura vegetal dañada; 20 por ciento de disminución en las lluvias en ciertas entidades. ¿Qué esperamos? Es nuestro único país.