Antes de pasar a renovar dirigencias y revisar estructuras y estrategias; antes de intentar conservar, expandir o recuperar dominios electorales en las contiendas estatales; y antes de hacer el retrato hablado de sus candidatos presidenciales, la élite política tiene frente a sí una decisión mucho más importante: definir si continuará o no el juego eliminatorio en que se enfrascó y si mantendrá o no la línea de confrontación que anula todo proyecto. Sin una reflexión de fondo y una clara decisión al respecto, la consolidación de la democracia mexicana seguirá siendo un albur, el desarrollo nacional una quimera y los amagos de violencia una certeza. El 2005 exige esa definición si no se quiere hacer del nuevo año un juego de ruleta rusa.
*** El saldo de 2004 es terrible. Ninguna de las grandes Reformas Estructurales tuvo salida. El único proyecto político de fondo, el de la Convención Nacional Hacendaria, terminó en un ensayo de orquesta pero no en un concierto, y ya ni en la confección del presupuesto de egresos hubo acuerdo entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Emblemáticamente, la controversia constitucional clausuró el año que tuvo por sello la rijosidad, la confrontación, la revancha y la perversión política. No hubo acuerdos. Se jugó, citando al socialista español Felipe González, con la comida, con aquello con lo que no se debe jugar. No hubo acuerdos y sí, en cambio, el número de damnificados, frustrados, encarcelados y desahuciados políticos fue considerable. Entre, dentro y fuera de los partidos así como entre, dentro y fuera del Gobierno el signo de los tiempos fue el desencuentro. La competencia política se transformó en incompetencia.
*** El espejo de la descompostura fue la larguísima colección de escándalos en que se perdió el año. Escándalos que ocultaron, en el ruido, el verdadero nombre del juego: eliminar al adversario político sin ni siquiera contar con la malicia y la pericia para hacerlo. Vista de un golpe, esa colección de escándalos es impresionante. El año abrió con uno pequeño, protagonizado por Carlos Flores que pasó a la historia como el Embajador Dormimundo. Su paso por la representación de México ante la OCDE quedó marcado por la residencia, los vehículos, los colchones y otros enseres que compró en París. Ese escándalo, sin embargo, quedó sepultado por el protagonismo de la señora Marta y la opacidad de la relación entre su Fundación y entidades del Gobierno.
La Primera Dama tuvo que renunciar a la ilusión de postularse como precandidata presidencial pero del asunto de la Lotería Nacional poco se sabe. Luego vendría Jorge Emilio González Martínez, el príncipe heredero de ese negocio familiar que es el Partido Verde. El video donde apareció fijando la tarifa de sus buenos oficios para gestionar permisos poco duró en la cartelera, pero dejó ver de cuerpo entero al Niño Verde. Vendría después el videoescándalo con mayor rating. El secretario de Finanzas del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Gustavo Ponce, jugando plácidamente en Las Vegas y, al día siguiente, René Bejarano -el operador político de López Obrador- pasó a la fama por utilizar un portafolios demasiado chico para las cantidades de dinero que recibía de Carlos Ahumada, el entrañable amigo de la ex lideresa del PRD Rosario Robles, que aún hoy reconoce como único error haber creído de todo corazón y a ciegas en ese empresario que ahora duerme en el reclusorio. Marzo no se limitó a esos escándalos.
El gobernador José Murat salió ileso del autoatentado que montó, aunque quedó muerto un policía. Barata, muy barata le salió la puesta en escena al hoy ex gobernador porque a los pocos días cobró fuerza y enorme espacio el asunto del desafuero de Andrés Manuel López Obrador por el enredo de El Encino. Vino, entonces, un entremés internacional. La comedia diplomática con Cuba. Con el papel de Viruta y Capulina actuaron los secretarios del Interior y el Exterior, Santiago Creel y Luis Ernesto Derbez. A lo largo de ese mayo, el problema de la inseguridad pública también tuvo espacio. Homicidios y secuestros conmocionaron a la sociedad que, a fines de junio, salió a la calle como nunca antes lo había hecho.
Miles de ciudadanos salieron a reclamar la recuperación de plazas, calles y avenidas de manos de la delincuencia. El escándalo ahí no estuvo. Vino en la respuesta: un contundente boletín y un anuncio de que se haría lo que nunca se debió dejar de hacer y que, por lo demás, no se ha hecho. Esto sin mencionar que, a unos días de informar sobre el avance en el combate al crimen, el secretario Alejandro Gertz renunció porque se quería jubilar. En medio de ese asunto hubo otro escándalo. Felipe Calderón fue brutalmente descalificado por su jefe, Vicente Fox, por andar haciendo lo mismo que hacían otros miembros del equipo foxista.
La diferencia es que Calderón no contaba con el beneplácito presidencial como sí lo tenía Santiago Creel. A fines de julio, la muerte a palos del maestro Serafín García no conmovió lo suficiente como para, de inmediato, proceder contra los asesinos. Las fotografías de Tomás Martínez no sacudieron del todo a la conciencia y a palos, como un perro, murió en Oaxaca aquel maestro. Agosto estuvo marcado por las protestas contra la reforma de las pensiones del IMSS y los preparativos del Informe de Gobierno. Y el que la Policía Federal Preventiva sitiara San Lázaro para que el Ejecutivo rindiera su Informe quedó como un aviso negro de la fragilidad política.
A lo largo de septiembre, la descentralización educativa en el Distrito Federal dio lugar a nuevos escándalos. Enorme energía se desplegó para reformar el correspondiente artículo que, luego, se congeló en el Senado. Ese mes se hizo evidente que San Lázaro se puede tomar por dentro y por fuera. En octubre recobró espacio el videoescándalo. La preparación del desafuero de René Bejarano, hoy encarcelado, motivó escenas curiosas que no aparecieron en televisión. Por ejemplo, el empeño en quitarle el fuero a un legislador que ya no lo tenía, o bien, en quitárselo por la presunción de unos delitos que al final se disolvieron. En todo caso, el desentendimiento entre los poderes Legislativo y Ejecutivo fue materia del escándalo de noviembre y el remate de esa circunstancia fue elocuente. Ni en materia presupuestal hubo acuerdo y, entonces, se involucró a un tercer poder en el litigio: el Judicial que, en vías de recuperación y rehabilitación, hoy es el árbitro del fracaso de la política. Si primero se judicializó la política, ahora se quiere politizar a la justicia. Con todo ahí no quedaron los escándalos.
Faltaba el linchamiento de Tláhuac. Las imágenes de dos agentes de la Policía Federal Preventiva muriendo a golpes para, luego, rociarlos con gasolina y quemarlos golpeó brutalmente la conciencia ciudadana. Sin embargo, superado ese momento vino la politización del asunto para sacar, desde luego, raja. El año se perdió. De asuntos francamente baladíes o incluso personales se hicieron asuntos de Estado. De asuntos de Estado se hicieron comedias. De asuntos del interés social se hizo escarnio. De asuntos del interés nacional se hicieron banderas de partidos. De asuntos de corrupción se hicieron oportunidades políticas. De reclamos ciudadanos se hizo burla. Ese fue el año que terminó. Un año que en su ruidajal dejó ver, atrás del escándalo, una lucha sin cuartel por el poder. Una enorme dosis de perversión política donde poco importaba qué asunto o tragedia se tomaba como ariete para golpear al adversario político. Esa fue la colección de escándalos en que se perdió el 2004.
*** El 2005 arranca con una agenda política intensa, apretada y sobresaturada. Durante el primer trimestre, la élite en el poder tomará decisiones que sin duda determinarán el curso del resto del año y probablemente los términos de la contienda por la Presidencia de la República. Hacia marzo, las tres principales fuerzas políticas renovarán sus mandos sea porque así lo marcan sus estatutos o porque la circunstancia presione el cambio y, a la vez, estarán ante la necesidad o exigencia, según sea el caso, de elaborar las reglas y los términos de la elección interna de su respectivo candidato presidencial. Esas acciones se perfilarán en medio de las contiendas electorales en varios estados de la República que tendrán lugar en ese lapso y que, en su resultado, terminarán por configurar el emplazamiento de esas fuerzas políticas con vistas a la contienda presidencial. Como si esas tareas no demandaran un enorme esfuerzo, talento y cuidado político, varios de los aspirantes a la Presidencia de la República se verán impedidos a separarse de los puestos que ocupan.
El apremio del juego sucesorio acarrea, verdad de Perogrullo, la precipitación del calendario y entonces, ajustes en los gobiernos federal, local y, quizá, algún estatal estarán al orden del día. Parte del juego es no dar ventajas a quienes ocupan puestos de Gobierno, cargos de representación popular o posiciones de dirigencia y, así, la tensión provocará ruidos extraños en distintas estructuras. En paralelo a esas tareas y las consecuencias de ellas correrán procesos indirectamente vinculados con la carrera sucesoria. El eventual desafuero de Andrés Manuel López Obrador es uno de ellos. La controversia constitucional en torno al presupuesto es otro. El periodo ordinario de sesiones legislativas, uno más. De ahí la importancia de salir del juego eliminatorio y confrontacionista de la perversión política.
Cualquiera de esas tareas por sí sola o combinadas puede polarizar aún más la irrespirable atmósfera y colocar en peligro la estabilidad política. Un resbalón y la ingobernabilidad podría llamar a la puerta.
*** Si la élite política arranca el año sin decidir abandonar el juego eliminatorio y la línea confrontacionista, la violencia será un factor que tendrá que tomarse en consideración en el análisis. Vista la falta de pericia y sensatez con que se viene manejando la política por parte del Gobierno, por parte de los partidos y los actores políticos, no reparar en el peligro que está a la vista sería tanto como asumir la política como un juego de ruleta rusa. Dos mil cinco es un año bisagra. Bien puede abrir la puerta hacia un prometedor horizonte o cerrarla para regresar al sitio de donde se quería salir.