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Sobreaviso/¿Conmigo o en mi contra?

René Delgado

Los matices sobran. Todo es consigna, argumento de brocha gorda. Se borra el razonamiento. El debate se lleva a un nivel miserable: a favor o en contra del desafuero de Andrés Manuel López Obrador y a partir de ese posicionamiento, el inquisidor en turno pasa a determinar si trata con un aliado o con un enemigo. Se retrae al país a la era de “la lucha de clases”. Pobres contra ricos. Derecha contra izquierda. Neoliberales contra populistas. Todo es velar armas y acumular piedras.

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El absurdo de esa polarización es doble. Por un lado, la encabezan quienes estaban obligados a asegurar el destino de la transición. Quién dijera, las dos principales fuerzas políticas -el PAN y el PRD- que tenían acreditada una larga lucha a favor de la democracia y estaban comprometidas a asegurar la transición son, precisamente, las que invitan a descarrilarla. Los dos personajes más emblemáticos de la transición, Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador, se dan la mano sólo para emprenderla contra la democracia. El PRI retoza de júbilo. Por otro lado, con esa polarización, ambas fuerzas y personajes juegan a perder y arrastrar al país con ellos. El desenlace del desafuero, cualquiera que éste sea, les deja pérdidas a ambos. Los ganadores son otros, sobre todo la violencia. La violencia política de quienes menosprecian la lucha civilizada y dentro de los canales institucionales de participación y la violencia criminal que, desde luego, olfatea la oportunidad de expandir su territorio y su dominio. El PRI también encuentra en el desencuentro (así son los absurdos) del PAN y el PRD una gran oportunidad. El absurdo es inconcebible.

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Vicente Fox juega a perder. Tanto ha sido el empeño presidencial por llevar a la picota a Andrés Manuel López Obrador que ese juego, no el del apego al Estado de Derecho, deja al mandatario al fondo de un callejón al que reiteradamente se le advirtió que no debería entrar. Si, sujeto a juicio político, se le despoja a López Obrador del fuero, Vicente Fox quedará como el aliado de quienes, temerosos del populismo, promueven una democracia tutelada. Una democracia donde, de nuevo, al ciudadano se le ve como un menor de edad, incapaz de tomar sus propias decisiones y por eso, se tutela su derecho. Se le deja votar, pero sólo por los candidatos previamente seleccionados por las buenas conciencias. Quedará como el aliado de aquéllos pero, a la vez, como el responsable de lo que después pueda venir y lo que pueda venir está claramente perfilado en el horizonte. Si, sujeto a juicio político, no se le despoja del fuero a López Obrador, Vicente Fox se hundirá en el más absoluto ridículo. Un ridículo en el que, de inmediato, se inscribió el flamante dirigente del PAN, Manuel Espino, al precipitar la postura de su partido frente al desafuero, siendo que ni siquiera hay todavía un dictamen. Si fracasa el intento de retirarle el fuero al jefe del Gobierno capitalino, el presidente de la República perderá aún más su ya reducido margen de maniobra y su credibilidad quedará por los suelos. La suma del juego con el que se entusiasmó el presidente Vicente Fox, sin ni siquiera tener el control de las variables, es cero.

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Andrés Manuel López Obrador juega a perder. Si bien hizo de la campaña de su eventual desafuero la oportunidad de aumentar su popularidad y su simpatía política en amplios sectores sociales, rebasó el límite rentable de su resistencia y no ha valorado debidamente el tamaño del daño que, inexorablemente, ha recibido. Ciertamente, en amplios sectores sociales el malestar provocado por la campaña del desafuero se ha traducido en apoyo para el jefe del Gobierno capitalino. López Obrador actuó inteligentemente y supo aprovechar políticamente el momento. A veces juega a la defensiva, echando mano del discurso de la autovictimización o del complot; a veces juega a la ofensiva, echando mano del discurso del “aquí, nadie se raja”. El problema es que en ninguno de esos discursos se resalta el respeto por el Estado de Derecho o por las instituciones y la falta de ese subrayado le abre un flanco frente al sector social que representa el capital. Puede parecer menor el problema, pero lo cierto es que hoy el capital y el tiempo son factores clave en las campañas electorales y cuando no se cuenta con uno y con otro, remontar situaciones adversas -en este caso, un profundo sentimiento de desconfianza por parte de ese sector ante López Obrador- no es cosa sencilla.

Ese discurso, el de la autovictimización o el de “aquí, nadie se raja”, ha venido borrando de más en más al López Obrador que, antes del videoescándalo, parecía haber encontrado el justo equilibrio en la promoción de un proyecto social que veía en el empresariado a un aliado de ese proyecto y no un enemigo de él. Todo cuestionamiento o crítica a su Gobierno, López Obrador lo ha metido en el costal de la campaña en su contra y todo crítico lo ha pasado a incorporar a las fuerzas de la derecha que lo quieren acabar. Ahí, López Obrador pierde.

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Lo peor de ese juego absurdo es que tanto Vicente Fox como Andrés Manuel López Obrador han apostado a polarizar a la sociedad y en el posicionamiento de ésta, a tratar de imponer una solución de fuerza o como diría Santiago Creel, “de hombrecitos”. El que buena parte de la inteligencia del país, los intelectuales, haya caído en ese juego es el peor síntoma del tamaño de la confrontación a que se puede llegar. El que un buen sector de los intelectuales haya entrado al juego de la descalificación, a partir de su postura frente al juicio político de López Obrador, explica por qué los simpatizantes de uno u otro bando se pueden comportar como hordas políticas. Si la razón palidece frente a la pasión, la pasión palidece frente a la violencia. Aunado a eso, Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador están presionando de más las definiciones de distintos actores y están metiendo en el costal de su encono asuntos y problemas que siendo del interés nacional terminan quedando prensados en el pleito. Se pide la definición de esos actores o de esos asuntos, a partir de la postura frente al desafuero y entonces, todo se reduce a saber si se está a favor o en contra. Se arrastra así a personalidades, instituciones y a políticas que, lejos de insertarlas en el juego, habría que ponerlas a salvo. Así, se explica por qué la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal emitió su comunicado del jueves procurando hacer un llamado en defensa de la democracia, la gobernabilidad, el Estado de Derecho y los derechos humanos. Buscando no verse arrastrada en ese pleito que amenaza, justamente, a esas instituciones.

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Hace tiempo y en forma reiterada, se intentó buscar un punto de reconciliación que, sin violentar el Estado de Derecho pero tampoco solapando que se utilizara a éste como un instrumento de venganza política, le diera una salida al conflicto que hoy tiene empantanada e infectada a la verdadera actividad política. Mucho se escribió al respecto, pero ni una señal seria hubo por parte de Vicente Fox o de Andrés Manuel López Obrador sobre el particular.

Peor que eso, los endebles puentes que se tendían o los más tibios acercamientos para buscar la distensión eran detonados por esos dos protagonistas. Más de un gobernador o de un colaborador habló con Vicente Fox y éste cerró el oído a esas palabras, lo abrió a quienes alentaban la venganza. El panista Germán Martínez intentó tender un puente a través del abogado de López Obrador y los perredistas no sólo no lo oyeron, lo exhibieron. Hoy, los esfuerzos en esa dirección parecen tardíos y en vano. Fox y López Obrador cada vez están más cerca del desenlace del conflicto e increíblemente, Roberto Madrazo aparece en la escena como el cerrajero del problema. Lo puede cerrar o lo puede abrir pero ni siquiera está claro si el priismo tiene la cohesión y la serenidad suficiente para debatir el sentido y la repercusión de su voto tanto en la Sección Instructora como, de ser el caso, en el pleno de la Cámara de Diputados. En esa decisión, Roberto Madrazo y el priismo se van a jugar su propia posibilidad de reinsertarse plenamente en la competencia electoral de 2006. La pregunta es por qué puerta lo harán.

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Lo que ya resulta inaceptable es que Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador querían trasladar su encono a la sociedad, exigiéndole como única opción el declarar con quién está y en contra de quién está. Los años invertidos en construir un modelo democrático que sacara a la sociedad del campo de la incertidumbre política no eran para llegar al escenario confrontacionista donde Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador quieren llevar al país. Dieciséis años llevó construir apenas los cimientos de ese modelo y los cimientos eran eso, los cimientos para echar encima el edificio de una democracia que no redujera la participación ciudadana a la simple emisión del voto y le dejara pensar en su desarrollo. Esos cimientos funcionaron. Permitieron la alternancia tanto en la Presidencia de la República como en el Gobierno de la capital de la República que, a su vez, deberían permitir construir la alternativa.

Destruir lo construido no es una alternativa. Pensar que la alternativa es regresar al lugar de donde se quería salir, tampoco. Jugar a que el menor incidente -digamos, por ejemplo, el disparo contra la hija de Carlos Ahumada- detone la carga explosiva que Fox y López Obrador han acumulado en los cimientos de la democracia, que sigue en obra negra, es inaceptable.

Si Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador transpusieron el umbral de la historia y ahora, se quieren salir, ese es su problema. Lo que resulta inadmisible es que, en su regresión, se quieran llevar también al país. Ahí sí que no cuenten con el país. Ahí sí, ni a favor ni en contra, con ninguno.

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