Si la democracia mexicana sigue como va, habrá que pedirle al Instituto Federal Electoral que cuando menos cambie su conocido spot. Que ya no diga tu credencial para votar es la llave de la democracia, sino que mejor señale tu credencial para votar es el llavero de la democracia. Un simple accesorio, algo decorativo y prescindible.
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Nunca como ahora había sido tan claro cómo el Gobierno -entendiendo por él al conjunto de los Poderes de la Unión- y los partidos quieren verle la cara de boleta al ciudadano. No lo conciben ni respetan como su representado, como su razón de ser y muchos menos como un individuo con derechos distintos al del voto. Hoy es evidente que los diputados no son auténticos representantes populares, que los funcionarios están al servicio de los grandes intereses o, al menos, domesticados por ellos y que los partidos no se ven como instrumento de la ciudadanía, sino que miran a la ciudadanía como instrumento de ellos. La evidencia es constante: el ciudadano es el llavero de la democracia.
La llave y la chapa son los partidos, los legisladores y los servidores públicos que no son ni tan servidores ni tan públicos.
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En México, no se cumple con los rudimentos básicos de la democracia y, entonces, el debate sobre ese régimen se queda en el nivel de la transa, la torpeza o la irresponsabilidad. Cosa de mirar cuanto ocurre. No estaba claro si, en verdad, las tabacaleras compraron el voto de los diputados para quitarse impuestos de encima, cuando surgió la reforma a la Ley de Radio y Televisión hecha a la talla de los grandes concesionarios. A la velocidad del vértigo, apareció esa reforma apadrinada por el diputado verde Javier Orozco Gómez y el priista Miguel Lucero Palma. En cuestión de días se pergeñó, dictaminó y aprobó ese proyecto que, en el fondo -esa es la materia-, renuncia a la soberanía nacional sobre el espacio aéreo, en este caso, el espacio radioeléctrico. Sí, quienes encarnan la soberanía popular cedieron la soberanía nacional. Anteponer el interés particular al interés nacional.
Eso es lo que sancionaron los representantes populares. Y sólo con muy buena fe se podría pensar que todo fue producto de un error o una distracción legislativa. Pero, como en México frecuentemente hay que pensar mal para pensar bien, cabe pensar en un arreglo bajo cuerda con las televisoras para comprender sin justificar lo hecho.
Del coordinador de los diputados del PRI, el golpista Emilio Chuayffet, el hecho no asombra pero sí de los coordinadores del PAN y del PRD, José González Morfín y Pablo Gómez. Ninguno ha rendido cuentas y eso, en buen romance, se llama impunidad, práctica no muy bien vista en las democracias. ¿Por qué hicieron de la pluralidad un fenómeno de homogeneidad política? ¿Por qué, si se dicen tan diferentes, terminaron siendo tan igualados los tres partidos?
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Tal grado de irresponsabilidad o corrupción por parte de los diputados podría hacer pensar a los ciudadanos en la posibilidad de recargarse en los servidores públicos. Ah, pero no. Los servidores públicos evaden toda responsabilidad. Eso hacen los subsecretarios Enrique Aranda y Jorge Álvarez Hoth, igual que sus jefes Carlos Abascal y Pedro Cerisola.
En privado manifiestan preocupación, pero en público ni se ocupan del asunto. Justifican su omisión en el peregrino “respeto” entre los poderes. Ese asunto, dicen, está en el Congreso y allá ellos. Tienen conciencia del tamaño de la decisión en juego, pero no intervienen. Es claro, no quieren enemistarse con los grandes concesionarios aunque se malquisten con los pequeños concesionarios y traicionen a la ciudadanía. En esa omisión, los servidores públicos entran al juego del cinismo de los legisladores. Transforman el equilibrio de poderes en una complicidad compartida, donde de nuevo el ciudadano queda como -perdón por la dureza de la expresión- el idiota, sólo digno de tomar en cuenta a la hora de echar mano de su voto.
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Alguien podría preguntar por el presidente de la República. Pero el señor jefe de Estado está fascinado con su asunto. Los spots donde aparece como un insaciable locutor, lo han recolocado en el ánimo popular y para qué entrar en gastos políticos. El Señor Spot no está para ver esos detalles relacionados con el interés nacional, él está hecho para desempeñarse como anunciante de pizarrones electrónicos, viviendas, seguros médicos y ayudas para pobres, que tan rentables resultan.
Está en eso o inaugurándose como reportero, en eso de entrevistar a los paisanos que llegan y pueden resultar un botín electoral. ¿Tiene postura la Presidencia de la República frente a las iniciativas aprobadas y frente a las iniciativas frenadas? Quién sabe. Como quiera el mensaje presidencial al ciudadano se sintoniza con el de los diputados y los servidores públicos.
Aguanten, el presidente de la República no necesariamente está para ser sino para parecer. Por lo demás, ya está de salida y la prioridad es sostener su imagen aunque no tenga respaldo en acciones de Gobierno.
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La ciudadanía podría voltear esperanzada al futuro. Mirar a los dos únicos candidatos que compiten por la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón. Pero éstos también son cómplices del silencio. Nada han dicho al respecto. No dicen nada sobre las concesiones porque saben que sin el cetro de los spots se les puede ir el reino y, entonces, mejor se dedican a frenar aquellas otras iniciativas legislativas -en este caso, garantizar la autonomía de algunos órganos de Estado- que, llegado el caso, podrían acotar su mandato.
Aunque digan lo contrario, son tan parecidos. El perredista asegura que con esas iniciativas quieren maniatarlo. Por su cabeza nomás no pasa la idea de fortalecer algunas instituciones del Estado, simple y sencillamente aquello que reduzca su eventual margen de maniobra o acote al presidencialismo es un complot en su contra. Se asume como el próximo mandatario, pero no necesariamente como un demócrata en lucha por su elección.
El colmo del absurdo -al menos, en la apariencia-, lo encarna su competidor Felipe Calderón. El panista insta a su partido a frenar esas iniciativas porque, en su lógica, se le dará la razón a Andrés Manuel López Obrador y no hay que dejarle el recurso de la victimización al adversario. Ese es el lúcido razonamiento de Calderón. Más allá de la apariencia, el argumento de Calderón es el mismo que el de López Obrador.
El panista tampoco quiere retenes institucionales, sino es él quien los diseña, gobierna y establece. El mensaje entra en sintonía de nuevo. Esperen ciudadanos, no pidan cambios ahorita, los salvadores de la patria están por llegar. Cosa de que depositen correctamente su voto. No lo olviden, ustedes son el llavero de la democracia.
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Ante este cuadro tan antidemocrático, le queda un último recurso al ciudadano. Los partidos, ese básico fundamental de toda democracia. Pero los partidos, grandes y chicos, se han aliado. Se han aliado en contra de la ciudadanía. Los grandes para hacer de votos morralla y los chicos para asegurar su sobrevivencia. Han sumado su fuerza, para ocultar su terrible debilidad y hacer de la ciudadanía su instrumento.