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Sobreaviso/El respiro y el suspiro

René Delgado

Vino la decisión presidencial, el cese del procurador, la revisión del expediente, el no-ejercicio de la acción penal, la promesa de la reconciliación, el ansiado diálogo y, desde luego, la infaltable foto de ocasión. Vino todo eso, pero no la política en respaldo de esa decisión y sin ella, el respiro puede quedar en un simple suspiro. Si bien el tamaño del desastre al que se precipitaba al país obligaba y obliga a entender el giro presidencial como una decisión de Estado, si esa decisión no se acompaña de una política consecuente y consistente, todo lo hecho, deshecho y rehecho puede resultar un vano ejercicio. La decisión de Estado transformase en un tumbo de Estado. El foco de esa política no puede limitarse y concentrarse sólo en Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador, no. Esa política tiene una cuádruple vertiente: controlar los daños provocados a instituciones nacionales y partidistas, atemperar a los sectores y gremios que se sienten engañados, hacer los amarres -no sólo con el PRD- para asegurar el proceso electoral y pavimentar la salida del Gobierno Federal que entró de lleno a su fase terminal. Si no se entiende eso, la decisión presidencial quedará como un acto más de desesperación, como un titubeo más dictado por la vanidad de mantener arriba los índices de popularidad y por la frivolidad de aparecer como un demócrata sin entender bien a bien en qué consiste eso.

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El tamaño del problema en que -con enorme entusiasmo y menuda irresponsabilidad- se metió el presidente de la República a todo lo largo de 11 meses, no queda resuelto con el cese del hoy ex procurador, el no-ejercicio de la acción penal contra Andrés Manuel López Obrador y el reencuentro de anoche. No, de tal magnitud fue la operación que se pretendió realizar y a tantas instituciones nacionales y partidistas se involucró que no entenderlo en su justa dimensión puede terminar por reavivar la barbarie política. Si el presidente Vicente Fox se concibe como un hombre de Estado, no puede ignorar que a toda decisión corresponde una acción que, en este caso, se resume en el diseño y desarrollo de una política que involucre a todos los actores y fuerzas políticas -y no sólo a Andrés Manuel López Obrador- y concluya en un acuerdo mínimo de entendimiento. Sin esa acción urgente, la decisión quedará como un acto más de miopía y, hasta donde se sabe, los estadistas son visionarios, no miopes.

Por lo pronto, se está actuando con miopía. Convertir al ex procurador Rafael Macedo de la Concha en el nuevo “villano” de lo sucedido y a Andrés Manuel López Obrador en el noble delincuente sin castigo al que hay ofrecerle una disculpa, es reiterar que ni antes ni ahora se ha entendido la dimensión del problema y que la contramarcha presidencial no es una plausible rectificación sino un tumbo más de los tantos que ha dado el Gobierno. Rectificar no se limita a reconocer, supone corregir.

El reconocimiento se ha hecho, la corrección no. La reducción del problema por parte del presidente de la República descuida flancos y heridas que urge cerrar. Si no se ve el carácter poliédrico del problema, el mandatario sólo habrá transferido el problema. Quedará bien con Andrés Manuel López Obrador, pero mal con Roberto Madrazo y con los poderes Legislativo y Judicial, con el panismo y el priismo, con los sectores empresariales y eclesiales entusiasmado con la eliminación y, así, el mandatario habrá salido de un problema... para meterse en otro.

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Recargar en el hoy ex procurador Rafael Macedo de la Concha la autoría intelectual y material del intento de sacar de la boleta electoral a Andrés Manuel López Obrador, como hasta ahora se ha venido haciendo, provoca un doble problema. Por un lado, hace pensar que el afán de consignar ante el juez al jefe del Gobierno capitalino era una suerte de vendetta personal y no un problema de mucho mayor escala. Por otro lado, hace pensar en los compañeros de armas de Rafael Macedo de la Concha que ven en el sacrificio del general un agravio más de lo muchos que los políticos han cometido a los militares. Es claro que más de un miembro del instituto armado ha tomado nota de que a Rafael Macedo de la Concha se le convirtió en el chivo expiatorio de una causa donde, sin duda, participaron colaboradores y allegados del jefe del Ejecutivo y a los cuales ni con el pétalo de un regaño se les ha llamado la atención. De nuevo, un militar queda como el culpable de una operación producto del fracaso político. Hacer del general Macedo “el villano” de la película o “el abogado torpe” que construyó un caso donde no lo había, abre un flanco con los militares y eso es delicado.

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Cesar al responsable de la operación jurídica, sin cesar al responsable de la operación política o, peor aún, dejando a éste la decisión de irse sobre la base del calendario preelectoral de su ambición, es ignorar que el gabinete requiere un ajuste serio en su integración que no puede supeditarse a los tiempos del Partido Acción Nacional. En el campo de la política interior y exterior, el Gobierno está actuando sin operadores válidos ni validados por sus interlocutores. Dejar que las ambiciones personales de Santiago Creel y Luis Ernesto Derbez determinen su presencia en el Gobierno, es dejar sin rumbo al Gobierno en un momento en que es preciso colocar en ambas posiciones a cuadros que garanticen estabilidad hacia dentro y hacia fuera.

Si a eso se agrega que otro secretario de Estado, como lo es Alberto Cárdenas, también determinará en su momento cuándo dejar su puesto, no parece entender el propio Gobierno el tamaño de la crisis en que está inserto. Es mandar la señal de que, a pesar de lo ocurrido, los planes siguen igual: el rumbo del Gobierno, lo determina el calendario electoral y no el político. Si en cuestión de días el jefe del Ejecutivo dejará ir a esos cuadros, desde ahora debería salir de ellos porque, día que se desperdicie en tender puentes hacia el panismo y el priismo (y no sólo hacia el perredismo), será tiempo que falte para verdaderamente lograr acuerdos mínimos de entendimiento.

Así, dejará ir la oportunidad de integrar un gabinete que prepare la salida del Gobierno porque, aun cuando en Los Pinos no se piense de ese modo, el sexenio toca a su fin. Al interior del Gobierno, el presidente Vicente Fox trae abierto otro flanco que no resuelve el simple reencuentro con Andrés Manuel López Obrador.

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La reconciliación de Los Pinos con el perredismo no puede perder de vista la situación en que deja al priismo. Si el mandatario llegó a un acuerdo con el priismo para conjuntar los votos necesarios para quitarle el fuero a López Obrador, el incumplimiento de ese acuerdo obliga a replantearse la relación con la principal fuerza opositora. Roberto Madrazo quedó desnudo a la intemperie y su malestar junto a los aullidos de Emilio Chuayffet bien claro dejan el sentimiento de traición del que se siente víctima la parte del priismo que veía en el enjuiciamiento de López Obrador la autopista para llegar sin pagar peaje a Los Pinos.

El foco de atención del mandatario se ha concentrado en Andrés Manuel López Obrador y qué bueno que así sea, pero no por ello se puede ignorar la situación en que la decisión presidencial deja a ese sector del priismo. La deja en el peor de los ridículos, sin la ganancia política prometida y cargándole costos imprevistos. Todo esto sin mencionar que vulnera, hacia dentro y hacia fuera del PRI, las posibilidades de Roberto Madrazo de posicionarse como el candidato presidencial natural de esa fuerza.

Ahí hay un agravio y, se sabe, Roberto Madrazo es alguien a quien no le gusta perder. Cuando pierde, engaña y arrebata; cuando no, nomás engaña. Y, a pesar de ello, el presidente de la República no tiene un operador válido para tratar con él y su partido. Ese es otro frente que no se ha considerado cerrar.

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La reconciliación de Los Pinos con el perredismo no puede perder de vista la situación en que deja al panismo. En la Presidencia de la República se está dando a entender que la razón de ser del panismo es apoyar cuanta ocurrencia se decida en Los Pinos. Si la ausencia del liderazgo que con Luis Felipe Bravo tuvo esa fuerza favorecía esa situación, el momento actual es distinto. En un amplio sector del panismo hay clara conciencia de que el triunfo electoral de Vicente Fox significó la derrota del partido y saben que, si ahora no hace todo lo posible por recuperar algo de lo que el partido tenía, en su despeñadero el presidente de la República arrastrará los restos de esa fuerza.

En la operación contra Andrés Manuel López Obrador, el presidente de la República arrastró a su partido para dejarlo hundido en el ridículo. Y si con esa fuerza no se establece un acuerdo mínimo de entendimiento, la lucha por la candidatura presidencial terminará siendo una guerra intestina que, cualquiera que sea el resultado, dejará solo al jefe del Ejecutivo, a su señora esposa y a los hijos de ésta.

Quizá, en ese momento, el tiempo libre ya no se destinará a escribir conmovedores libros como declaraciones formales en relación con su conducta. Ahí está otro flanco, desatendido.

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Esos actores y factores de poder se están descuidando y a ellos se podrían sumar los integrantes de los poderes Legislativo y Judicial, los empresarios y obispos, los gobernadores que, aun hoy, no reciben una explicación cabal de por qué se tomó aquella decisión y menos aun son sujetos de una política que atempere su malestar. Puede parecer iluso insistir en la necesidad de que la decisión presidencial se acompañe de una política consecuente y consistente para, verdaderamente, alejar el fantasma de la inestabilidad política, cuando desde hace tiempo se dejó de hacer política en Los Pinos y, en este caso en particular, pareciera ser que lo único que se decidió fue transferir el problema de un polo a otro.

Puede parecer iluso porque a fin de cuentas, como dice un amigo, Los Pinos parece una mansión deshabitada pero, en todo caso, todos los actores políticos deberían comenzar a instrumentar una política de contención y entendimiento para evitar que, de nuevo, la situación se desboque y polarice cambiando de nombre los interlocutores. La decisión tomada hace diez días no puede ser la de salir de un problema para meterse en otro, en dialogar sin acordar, en aparecer sin ser, en decidir sin resolver, en transferir el pleito, tomar aire y exhalar un suspiro... mientras la señora Marta ocupa el espacio con sus propios problemas.

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