La actual Legislatura está por concluir. Un periodo ordinario más y se habrá ido. Es imposible que, en esa última oportunidad, cambie su imagen. La estampa de una representación popular desfigurada y de un mandato incumplido.
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En el mejor de los casos, los legisladores fueron representantes de partido; en el peor, de sí mismos. En ninguno, representantes populares. Antepusieron sus intereses al de sus representados. Así fue la Legislatura. La disputa priista por la coordinación parlamentaria anticipó el carácter del juego. A la piedra de los sacrificios, el priismo llevó a la reforma fiscal en el pleito por desplazar a Elba Esther Gordillo de esa coordinación para dejársela a Emilio Chuayffet, un político forjado en la obediencia al partido y la desobediencia a la República. El priismo olvidó los antecedentes de Chuayffet, como secretario de Gobernación. Ni por error recordaron la impunidad de su conducta antes, durante y después de la matanza de Acteal y mucho menos el golpe al parlamento que intentó en 1997, cuando quiso impedir su instalación. El golpista de ayer fue el coordinador de hoy. La integración del nuevo Consejo del Instituto Federal Electoral fue el otro aviso del estilo de la Legislatura. De la idea de colocar en ese órgano a ciudadanos señalados por su imparcialidad, compromiso y trayectoria democrática, los diputados hicieron un negocio de cuotas. El PRI y el PAN se sirvieron como quisieron y, en complemento, el PRD se hizo a un lado, creyendo que la marginación es la virtud de la pureza. Se advirtió el peligro, pero prevaleció la subcultura de las cuotas. A pesar de esfuerzos, ese Consejo no acaba de consolidarse y enfrenta una elección donde es sintomático llamar a tregua. Se hace eso cuando hay guerra y ese es el proceso electoral de hoy.
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Confirmó ese estilo toda una serie de asuntos donde cínicamente los legisladores se despojaron de la investidura de la representación popular para vestir el jersey de su equipo, grupo, partido o padrino. El emblema personal por encima del escudo nacional. ¿Ejemplos? Sobran. En el juicio político de Andrés Manuel López Obrador -salvo la natural excepción del perredismo y la extraordinaria de algunos legisladores-, los diputados aceptaron actuar como el ariete de la obsesión presidencial por eliminar a quien se perfilaba como el posible sucesor en Los Pinos. Priistas y panistas compartían el interés por salir del adversario común. En eso sí hubo acuerdo. Se embarcaron en la aventura presidencial que encalló, dejando a Vicente Fox y Roberto Madrazo como los principales náufragos de esa locura.
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En esa línea de conducta, los senadores hicieron lo suyo. Muestra, el canje que operaron priistas y panistas para colocar a Sergio Valls en la Suprema Corte a cambio de ratificar a José Luis Soberanes como presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Esta vez, a la piedra de los sacrificios se llevó al ex canciller Bernardo Sepúlveda, que mejor lo apreció el Tribunal Internacional de La Haya. Poco les importó que el ministro Valls inmediatamente diera de qué hablar dentro y fuera la Corte como igual les dio que la Comisión Nacional de Derechos Humanos perdiera institucionalidad. El negocio no era en favor de la República.
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Un ejemplo reiterado, el tratamiento del presupuesto. El Legislativo no operó como el contrapeso del Ejecutivo. Las fracciones buscaron acomodar los recursos públicos conforme al interés electoral por preservar o conquistar este o aquel otro territorio. La idea de concretar en el presupuesto un proyecto nacional se borró ante la oportunidad de asentar un proyecto personal o grupal. Año con año se ratificó esa conducta. No por nada, el Estado de México -la tierra de Chuayffet- es uno de los grandes beneficiados en el plan carretero del próximo año.
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Una aventura legislativa más, la del voto de los mexicanos en el extranjero. Después de años de debate y 12 iniciativas de por medio, al cuarto para las doce los diputados inventaron una más. En el ánimo de actuar políticamente de manera correcta y, de paso, seducir el mercado electoral radicado en el extranjero, los diputados aprobaron una iniciativa que en vez de instrumentar ese derecho, lo vulneraba con disfraz. Era imposible que el IFE instrumentara el voto en el extranjero como acordaron los diputados, pero qué importaba. La diputada priista Laura E. Martínez estaba fascinada con su creación. La gloria sería para los diputados, el infierno para los consejeros electorales. Por fortuna el Senado frenó esa iniciativa, pero no renunció a la tentación. Propuso un paliativo, votar por correo. Y pese a las advertencias, sacó esa iniciativa. La realidad ahí está. Del supuesto cálculo de cuatro millones de votantes probables, no suman cuatro mil los paisanos interesados en votar. En el infierno siguen los consejeros electorales, ni quién se acuerde que los responsables son los padres de la patria.
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Además están los escándalos de la Legislatura, que son algo más que eso. Prácticas parlamentarias rayanas en el cinismo político o la corrupción de la representación popular. Legisladores que, de un modo u otro, cotizan su voto frente al cabildero que los pueda comprar. Senadores que legislan como abogados, y litigan como senadores. Diputados que, de último minuto, se asumen como legisladores y de la chistera sacan iniciativas con dedicatoria a favor de tal consorcio, empresa o laboratorio. Coordinadores que aceptan hipotecar la soberanía nacional, y juran no haberse dado cuenta. Acuerdos de última hora no para fortalecer instituciones, sino para debilitar personalidades. Y, desde luego, negociaciones para empatar expedientes negros y votar a favor de la impunidad compartida de sus respectivos delincuentes y familiares. Eso sí, las grandes reformas siguen pendientes. La energética, la laboral, la política, la de telecomunicaciones, la fiscal... No hubo tiempo en tres años para atenderlas.
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Aparte del daño a la representación popular, la actual Legislatura incurrió en algo más grave. Incurrió en desacato, desobedeció el mandato otorgado por el electorado. La orden dictada por el voto desde 1997 es fortalecer el juego de pesos y contrapesos entre los poderes, para darnos un Gobierno dividido, donde ningún poder avasalle a otro. Darle la oportunidad del desarrollo a la República, bajo la idea del equilibrio. Eso desobedeció la actual Legislatura. Hizo de la resistencia y la oposición, la fuerza de la inmovilidad y el estancamiento de la República. Actitud que complementó el Poder Ejecutivo, renunciando a la política y abrazando el spot o la diatriba como su mejor recurso. Incumplió la Legislatura. Se despojó de la investidura de la representación popular y desobedeció el mandato. Hizo de la revancha y la venganza, la razón del parlamento; del parlamento, la imposibilidad del acuerdo; del acuerdo, la mercancía de la negociación; de la negociación, el canje de privilegios o impunidades; de la impunidad, la posibilidad de representar intereses particulares, grupales o personales... Incumplió. Varios de esos legisladores se colgarán del trapecio para alcanzar el asiento de la Cámara donde no estuvieron. Habrá que negarles con el voto la oportunidad. La tuvieron y la traicionaron.