La presente temporada de huracanes difícilmente podrá ser olvidada.
La gran cantidad de los fenómenos meteorológicos que se formó en las cálidas aguas del Caribe o de las Antillas superó el número originalmente previsto y para el cual al principio de la temporada se le había asignado hipotéticos nombres, todos ellos ya utilizados, por lo que se tuvo que acudir al alfabeto griego para seguir denominándolos.
Sin embargo, el número viene a ser problema menor al compararlo con la terrible intensidad con la que muchos de esos huracanes golpearon a los diferentes puntos por los que penetraron en las islas caribeñas, en Centroamérica, en litorales mexicanos y en los estados norteamericanos de Texas, Louisiana y Florida.
En Estados Unidos, con todo su potencial económico la fuerza de arremetida de cuando menos tres huracanes de esta temporada provocaron la desolación y crisis en una ciudad tan importante como Nueva Orleans, como consecuencia del Katrina.
El Gobierno del país más poderoso del mundo se vio en muchas ocasiones auténticamente superado por la enorme devastación causada por los meteoros que asolaron este año las costas del Golfo de México y del litoral del Atlántico, por lo que incluso por primera vez en su historia aceptaron ayudas externas brindadas por países como México, en esos momentos sin poder imaginar la catástrofe que producirían semanas más tarde Stan y Wilma en varias entidades del sureste de nuestra patria.
Hoy amplias zonas de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Quintana Roo y Yucatán sufren los efectos desastrosos de las intensas lluvias y los fortísimos vientos que se dejaron sentir con motivo de los dos más importantes meteoros que se ensañaron con nuestra patria.
Las pérdidas humanas (dentro de lo terrible que significa una sola muerte), fueron sin embargo, mucho menores de lo que la fuerza del temporal pudiera haber supuesto; por lo que un comparativo con los decesos acontecidos por este motivo en Centroamérica e incluso en Estados Unidos dimensiona el hecho de la eficacia de muchas medidas de prevención que se implantaron en México.
Pero los daños materiales que deja como secuela, esta temporada de huracanes, son catastróficos.
Las casas derruidas por la fuerza de los vientos y de los torrentes, las siembras perdidas, los daños irreparables a puentes, carreteras e infraestructura básica; la dinámica laboral perdida; la casi totalidad de la industria hotelera del Caribe mexicano: Cancún, Cozumel, Isla Mujeres, etc., colapsada, la imposibilidad que en las próximas semanas fluyan esas divisas atraídas por la actividad turística, aunada a las millonarias en dólares reparaciones que se requerirán, hacen que este final del año se presente como muy difícil para el conjunto del país y catastrófico para los estados antes mencionados.
Es por tanto el tiempo de la Solidaridad, así con mayúscula: Solidaridad con nuestros hermanos en desgracia. Solidaridad con miles de mexicanos que perdieron su patrimonio e incluso a algún ser querido. Solidaridad con la industria turística nacional. Solidaridad con lo agroproductores. Solidaridad con el sureste de México.