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Soñar

Federico Reyes Heroles

“...todos los hombres nacen iguales; -a todos les confiere

su creador ciertos derechos

inalienables- la vida, la

libertad, y la consecución

de la felicidad”.

Thomas Jefferson

¿Cómo llegar a una democracia plena? ¿Es llegar la palabra correcta, como si se tratara de un camino con estaciones? Porque si algo nos enseñó el siglo XX es que la democracia no es ni un don divino, ni una concesión de los dioses. Tampoco un fruto producto del desarrollo. Es más difícil acceder a la democracia desde la pobreza. Pero también se puede devenir autoritario en plena riqueza. Hay quienes pensaron que el desarrollo por sí mismo, mayores ingresos, más educación, conducían inexorablemente a la democracia. El fascismo europeo, el Holocausto y la larga lista de tiranos y dictadores en países ricos y educados vinieron a desmentir la tesis. China es hoy un ejemplo doloroso de cómo el crecimiento y el autoritarismo son perfectamente compatibles. ¿Por dónde comenzar entonces?

Una de las grandes lecciones de la segunda mitad del siglo XX es que las democracias plenas son construcciones sociales. Se trata de auténticas edificaciones con cimientos, pisos bajos y pisos altos. La competencia electoral es el ejercicio más visible de una democracia. Sobre él cayeron los reflectores de la globalización política. Vinieron las llamadas olas. Pero después empezamos a descubrir que la competencia electoral y las elecciones limpias no bastaban. Qué tipo de democracia es una en la cuál no hay libertad de prensa. Fue entonces cuando surgió una nueva corriente de análisis que se centró en los cimientos culturales. Se invirtió la tesis: las democracias formales no necesariamente conducen a valores liberales. Sembrar valores liberales siempre conducirá a ejercicios democráticos.

México no es la excepción en este cambio de paradigma. Costó tantas vidas, tanto trabajo, tanto tiempo y tanto dinero construir un sistema electoral creíble que, cuando por fin se logró el objetivo, cierto relajamiento invadió al país. Poco a poco salimos del engaño. Si bien el Pent House está listo y amueblado, los cimientos son muy débiles. El comportamiento de los políticos que llegan al poder por vía democrática dista mucho de ser mínimamente decoroso. La degradación de la clase política es bestial. La corrupción ha tocado a todos los partidos. Las corruptelas internas son una historia sin fin. Hoy contamos con mucha más y mejor información. Las libertades se han ampliado, sin embargo todavía hay periodistas perseguidos e incluso asesinados. Las autoridades electorales casi siempre se apegan a la Ley, pero hay negros en el arroz, como Oaxaca o el Estado de México. Y, finalmente, lo que a todo mundo ha herido es que los dirigentes políticos de un país de más 105 millones de habitantes son incapaces de deponer sus intereses particulares a favor de la nación. La mira está puesta en ellos. Las pequeñeces de los diputados, de los partidos, de los gobernantes son lugar común.

Pero hay otro expediente más incomodo. Es cierto, nuestra democracia ha tropezado por la calidad moral de los dirigentes. Pero los dirigentes no son marcianos. También es cierto que la ciudadanía no está a la altura. De ahí surgen los dirigentes. No puede haber una democracia sólida sin demócratas sólidos. Hay sin embargo una buena noticia. Todo problema tiene solución siempre y cuando lo reconozcamos. En los últimos años han aparecido varios estudios que sin tapujos ni concesiones ponen al ciudadano mexicano y su cultura en el centro de la discusión. Algunas han sido organizadas por instituciones ciudadanas o académicas la de Corrupción y Buen Gobierno, (ENCBG, de Transparencia Mexicana); la de Valores del Magisterio, ENCRAVE, Fundación Este País. Otras, lo cual resulta más insólito, han sido levantadas por las propias autoridades. Me refiero por ejemplo a la ENCUP I-II de la SEGOB. A esa lista viene a sumarse un sólido ejercicio de la Sedesol sobre la discriminación.

Nueve de cada diez mujeres, discapacitados, indígenas, homosexuales, adultos mayores o personas pertenecientes a minorías religiosas, afirman ser discriminadas por su condición. Una de cada tres personas pertenecientes a grupos vulnerables afirma haber sufrido un acto de discriminación en el último año. No se trata de hechos aislados que afecten a grupos pequeños, la discriminación en México toca a decenas de millones todos los días. Hay 50 millones de mujeres, diez de indígenas, diez de discapacitados, siete mayores de 60 años, diez de religión minoritaria. Una mujer o un indígena que son maltratados en su trabajo; un discapacitado o un enfermo de SIDA al que se le cierran las puertas; un homosexual que sufre acoso; un anciano que es despreciado. La lista es larga y afecta a casi todos los hogares.

La frontera entre la discriminación y la intolerancia es casi imperceptible. Cuando uno de cada dos mexicanos no está dispuesto a convivir con un homosexual, pero tampoco con un extranjero (42 por ciento), o con alguien con ideas distintas o de otra religión (38 y 36 por ciento respectivamente) o con un indígena o un discapacitado, estamos ante un problema de brutal intolerancia. Pero el estudio de la Sedesol va más allá. La discriminación es un factor clave de injusticia. En aquellas sociedades donde campea a sus anchas, las diferencias se agravan. ¿Por qué es México un país tan injusto? En parte la respuesta se encuentra en esas actitudes cotidianas de las que nunca hablamos por seguir con el mito de que el mexicano es un portento de bondades.

El estudio de Sedesol delata prejuicios muy arraigados en los mexicanos, por ejemplo que la multiplicación de las religiones trae aparejada conflictos sociales. Si se parte de la intolerancia por supuesto que los habrá. Pero además de estos perfiles de discriminación el estudio apunta a una línea que habrá que explorar. ¿Cuál es el costo social y económico de la discriminación? ¿Cómo afecta la discriminación al desarrollo? No es casual que los países con menor discriminación son aquellos con mayor justicia social. Ocurre lo mismo que con la corrupción: no se trata de un asunto meramente moral o ético. La corrupción y la discriminación alejan la prosperidad.

Habrá quien se pregunte de qué sirve delatar una realidad tan dolorosa. ¿Para qué, cuando de por sí atravesamos una tormenta? Es justamente a la inversa: mientras no atendamos los problemas de fondo nunca dejará de haber tormentas. México es todavía un país de jóvenes que se están educando. Más de treinta millones de jóvenes asisten cotidianamente a la escuela. Los medios de comunicación llegan a casi todos los rincones del país. Una campaña nacional contra la discriminación tendría efectos concretos y en poco tiempo. En lugar de estar endilgando al ciudadano todos los días y a toda hora que México renació con Fox podrían aprovechar los espacios para algo más útil. Allí está el estudio. Ya no podemos fingir demencia. Parafraseando a Tocqueville, sólo tendremos un país más justo el día que los mexicanos soñemos con un México sin discriminación.

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