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Srebrenica: lo que sigue faltando/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

La semana pasada, un buen número de figurones de la comunidad internacional se reunió en el pueblo de Srebrenica (pronúnciese Srebrenitza o por ahí), en la partida república de Bosnia-Herzegovina, para conmemorar el décimo aniversario de la más terrible masacre ocurrida en Europa después de la Segunda Guerra Mundial; jurar que los culpables serán llevados ante la justicia; y dar sentidos discursos, en los que la promesa del “Nunca más” fue contabilizada unas 538 veces.

Además de servir para tal tipo de oportunidades de fotografía y lagrimeo de cocodrilo, estos aniversarios tienen la discutible utilidad de recordarnos cuánto han cambiado las cosas… y cuán poco. Son un coscorrón que nos dice que hay mucho por hacer, que las Naciones Civilizadas tienen una pésima memoria histórica y las Naciones Unidas una inmovilidad esclerótica crónica, lo que impide poner a descansar a muchos de nuestros fantasmas.

El 11 de julio de 1995, en el ocaso de la guerra civil yugoslava, el pueblo mayoritariamente musulmán de Srebrenica, sitiado por los serbio-bosnios desde hacía un par de años, fue atacado sin ninguna consideración. Srebrenica había sido declarado “refugio seguro” por las Naciones Unidas, motivo por el cual a la villa habían llegado refugiados musulmanes procedentes de otras regiones de Bosnia, que venían huyendo de las atrocidades que se cometían en todas partes y por todos los bandos de aquel malhadado conflicto.

El mentado “refugio seguro” estaba resguardado por un contingente de 450 Cascos Azules de origen holandés, equipados con armas ligeras y un miedo tamaño molino de viento. Al darse el ataque serbio-bosnio, los holandeses nada más se hicieron a un lado y le dejaron el campo libre a los matarifes. En algunas instancias, de hecho, los Cascos Azules ayudaron a juntar a los varones mayores de doce años, todos los cuales fueron luego llevados a las afueras del pueblo y ejecutados como reses. Sus cadáveres terminaron en fosas comunes que aún no terminan de descubrirse. Ocho mil personas fueron asesinadas con perfecto conocimiento del hecho por parte del mundo entero.

El cual finalmente reaccionó ante esta última muestra del salvajismo que había privado en ese conflicto: la OTAN empezó a bombardear no sólo blancos militares sino también la infraestructura de Serbia y Montenegro (lo que todavía se llamaba Yugoslavia), que habían apoyado directa y descaradamente a los serbio-bosnios.

Ello obligó a los bandos en disputa a sentarse a negociar en un horrendo hangar de Dayton, Ohio, donde finalmente se definió la condición esquizofrénica de Bosnia-Herzegovina y se firmó la paz… una paz precaria y que sigue siendo vista con disgusto por todos los bandos que participaron (y sufrieron) en ese bestial conflicto. Quizá para eso sirvió la matanza de esos miles de desdichados.

Pero el hecho era que en plena Europa, a fines del siglo XX, pudieron ocurrir tales atrocidades. Más todavía, que eran perfectamente previsibles y nadie movió un dedo para detenerlas cuando aún había una oportunidad de hacerlo.

Para limpiar y tranquilizar conciencias, se procedió al equivalente histórico de buscar a “los sospechosos de siempre”. En Holanda (donde hubo una indignación pública generalizada), algunos comandantes de los Cascos Azules que tan tibios se vieron en Srebrenica fueron juzgados por cortes marciales.

Al poco rato se instaló el Tribunal Internacional de La Haya para Crímenes de Guerra en la Antigua Yugoslavia, que procedió a encausar a varios de los más notorios criminales de ese conflicto, incluidos los dos más directos responsables de lo ocurrido en Srebrenica: el jefe político de los serbio-bosnios, un psiquiatra loco de atar (no, no es pleonasmo) llamado Radovan Karadzic; y su brazo militar, el general Ratko Mladic. Diez años después ninguno de los dos ha aparecido ante ese augusto tribunal.

El ex presidente serbio Slobodan Milosevic ha venido arrastrando un juicio totalmente surrealista desde hace años y quizá sea condenado cuando el Santos Laguna gane la Copa Intercontinental o Lopejobradó hable con sintaxis castellana, lo que ocurra primero.

Esa fue una de las notas sustantivas del aniversario: cómo había pasado una década desde la masacre y los principales responsables siguen libres. Se rumorea que Karadzic vive a no muchos kilómetros de donde se reunieron los distinguidos personajes el lunes. Se cree que Mladic está escondido en Serbia, donde buena parte de la población se sigue sintiendo víctima y niega que su país haya participado activa o pasivamente en las atrocidades de las que se les acusa. Ante la actitud medrosa de la OTAN, esos dos acusados de crímenes de guerra al parecer podrán seguir tan campantes como lo han hecho los últimos diez años.

Todo lo cual nos recuerda lo mucho que queda por hacer: el Tribunal Internacional es un perro guardián sin dientes y con bozal, dado que depende de la buena voluntad de los gobiernos para que le entreguen a quienes han sido indiciados. No tiene una fuerza policíaca propia, ni medios para ejecutar las órdenes de aprehensión. Como tantos otros, es un organismo de la ONU que pretende funcionar en base a buenas intenciones… las cuales ya sabemos qué función pavimentadora tienen y a dónde conducen.

Otra punzada reavivada el lunes fue la descorazonadora labor realizada por los Cascos Azules en tantas instancias de la guerra civil yugoslava. La cobardía (o prudencia) de los holandeses no fue la única mancha: ¿cómo olvidar que algunos soldados de la ONU fueron encadenados a los cañones serbio-bosnios en torno a Sarajevo para evitar que los bombardeara la OTAN? ¿O que resultó que algunos Cascos Azules ucranianos manejaban una red de prostitución? Los límites e inconsistencias de las misiones de paz y los Cascos Azules quedaron terriblemente al desnudo en ese conflicto… y poco o nada se ha hecho al respecto desde entonces.

Algunas soluciones fueron propuestas hace diez años: por ejemplo, que el Tribunal de La Haya tuviera una fuerza policial propia, con jurisdicción internacional, que pudiera actuar sin trabas legales. Claro, el chiste sería ver si la dejarían operar dentro de, digamos, Serbia. Pero un ministerio público sin policía judicial no tiene muchas perspectivas de éxito. Y por eso Karadzic y Mladilc siguen tan campantes.

El otro punto, bastante álgido, es qué hacer con los Cascos Azules. La solución hasta cierto punto obvia levanta muchas ámpulas y le pone el cuero chinito a muchos líderes mundiales: crear un ejército permanente de la ONU. Ya habíamos comentado sobre el asunto en esta misma columna hace algún tiempo y la cosa sigue en las mismas (lo cual indica lo poco que cambia el mundo… lo que no se puede decir de esta columna). La propuesta original sigue siendo válida: crear dos o tres divisiones (25-35,000 hombres), según la matriz de las aerotransportadas de Estados Unidos, compuestas por contingentes de países tradicionalmente neutrales, emplazadas en distintas partes del mundo, con equipo y transportes propios, que les permita desplazarse a cualquier punto de conflicto en 24 horas, no en 30 días como ocurre todavía hoy.

Pero aún hay más y es donde la cuestión se pone interesante: esas tropas deben estar a disposición del secretario general sin truco-trampa-ni-combinación, para enviarlas a discreción sin consultas ni papeleo. Si le tiene que andar pidiendo permiso a cada país de los que forman los contingentes, pues ahí nos amanece.

Claro, el asunto de la soberanía nacional sobre los ejércitos, la desaprobación de la hiperpotencia (o las minipotencias, que no cantan mal las rancheras), los criterios para el uso de ese ejército, son cuestiones que irritan a muchos jefazos. Pero son asuntos que deben plantearse, discutirse y concretarse, pero ya. Si no, los Mladics y Karadzics de este mundo continuarán libres… y estaremos esperando a ver cuándo ocurre otra Srebrenica.

Consejo no pedido para sentirse Pitufo (como les decían a los Cascos Azules en Bosnia): vea “El círculo perfecto” (Savrsemi Krug, 1997) llegadora cinta sobre el demencial sitio de Sarajevo. Vea también “Tierra de Nadie” (No Man’s land, 2001), en que se aprecian las nebulosas condiciones en que tenían que operar los Pitufos. La película “Detrás de las líneas” (Behind enemy lines, 2001) con Owen Wilson se sitúa vagamente en el contexto de Srebrenica. Y vea también “Shake hands with the devil: the journey of Romeo Dallaire” (2004), documental canadiense que están pasando por Cinemax, sobre la impotencia e ineptitud de la ONU en las matanzas de Rwanda. Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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