Los dentistas en su irrefrenable cruzada contra los ?merolicos? hasta lograr la reglamentación del ejercicio dental.
Este artículo me pareció muy interesante, ya que nos define por todo lo que hemos pasado los ?dentistas? por lo cual nos tienen tanto miedo y desvalorizados.
Los merolicos son personas muy populares en México y en América Latina, los encontramos en lugares de reunión pública como: mercados, plazas, etc. Vendiendo multitud de productos entre los que sobresalen los medicamentos. Para ello, emplean un lenguaje muy peculiar, demasiado reiterativo y lleno de imágenes, que acompañan de gesticulaciones y mímica. Su sistema de trabajo inicia con gritos y gestos que llaman la atención al público, al que invitan a un espectáculo, que puede ser un acto de ventriloquía, el manejo de una víbora, telepatía, adivinación del pensamiento, narrar chistes, etc.
Una vez que han reunido a un grupo considerable de espectadores, inician la promoción y venta de su producto. El público participa con interrupciones, bromas, preguntas y comentarios que el merolico contesta. El lenguaje empleado es muy rico y repetitivo, pero entendible por todos, una vez que han vendido sus productos termina el espectáculo y se retiran.
Es de llamar la atención la efectividad de las técnicas de los merolicos que combinan la relación interpersonal con el medio masivo de comunicación.
Pero a todo eso, qué significa la expresión merolico, comúnmente, cuando hay duda al respecto recurrimos a los diccionarios, pero da la casualidad que en los glosarios consultados, no existe dicho vocablo, y es que merolico es una descomposición del apellido Meraulyock, y todo el embrollo se debe a un ?ilustre señor? llamado don Rafael de Meraulyock.
¿Cómo surgió don Rafael Meraulyock?; don Francisco de Asís Flores y Troncoso, hace una referencia acerca de los curanderos: ?en época virreinal los curanderos y los charlatanes eran condenados a multas y destierros, y aunque en tiempos posteriores, ya bastante avanzada nuestra legislación, en 1842 se derogaron aquellas antiguas y severas disposiciones, la nueva ley los consideraba vagos sin oficio y mandaba que consignaran al servicio de las armas. Desgraciadamente, nuestra liberal constitución de 1857 dejó en libertad, al individuo para que ejerciera cualquier profesión, siempre que fuera útil y honesta. (No puede ser honesto ni útil el ejercicio de los charlatanes).
Alegan los defensores de esa libertad que la sociedad distinguirá al inteligente del charlatán, y que el sentido común la ayudará en su elección, mucho se espera de ese ?sentido común?, sin embargo, es el menos común de los sentidos.
Gracias al amparo que otorgó la constitución de 1857, proliferó la charlatanería que grandes dolores de cabeza causara a los médicos y dentistas hasta finales del siglo XIX uno y el más famoso de esos charlatanes fue nuestro personaje, que apareció en la Ciudad de México a finales del año de 1879.
Gran expectación causó a los pacíficos habitantes de la ciudad capital. En cada esquina se habían adherido carteles llenos de múltiples tonalidades, que aunque la gente no quisiera le prendía la atención y la dejaba boquiabierta ante la figura de un señor de gran estatura, bien apersonado, vestido con larga túnica entre griega y oriental, ya que ambos estilos combinaba esa vestimenta llena de galones, borlas, bordaduras y rebosantes caireles. Por el cuello tenía atravesados dos largos puñales y a la vez, a modo de bufanda, se enredaba -toquen madera los supersticiosos- una víbora verde y gorda adornada con reflejos dorados. Esto causaba una maravilla. No había uno que se detuviera ante la abundante policromía del cartel que no se quedase atónito y absorto contemplado tan exótico curandero. Aquello era un portento, algo jamás visto en la ciudad.
Este señor de tan asombrosa vestimenta, era un doctor que a cualquier enfermedad remediaba. Venía de ultramar, de lejanos países, su apellido era Meraulyock; su nombre propio no se ponía. Su apelativo y sus curaciones maravillosas sonaban de boca en boca.
Con sus medicinas, se recobraba pronto nuevo vigor y fuerza, dejando para siempre los males, por más fuerte que fueran. Sabía arrancar de raíz lo que iba dañado; volvía el gusto perdido; al que tuviera las más graves dolencias en breve lo daría sano el famoso Meraulyock, aunque estuviera en las últimas, se vería curado y bien puesto. Era la pura esencia de lo extraordinario de este médico, la flor de la maravilla. Su fama se extendió por toda la ciudad, cada persona agregaba algo a lo que escuchaba, toda la gente ardía en ansias de conocer a ese prodigio, y cuando aparecía lo hacía sobre una carroza ante el asombro de la gente, ataviado con su exótico traje.
Hablaba a borbotones, con su peculiar e incansable locuacidad anunciaba un elíxir misterios, ?el aceite de San Jacobo?, con el que no había mal que se le resistiera. Quitaba la ceguera, extinguía el reumatismo, buena purga para aquellos ?tapados? y buen ?tapón? para aquéllos con fuga intestinal; aclaraba la voz para el ?bello canto?, quitaba la caspa, la tos, los uñeros, la pulmonía, los catarros, era diurético, detenía las ?bascas?, enderezaba cualquier cojera, ¿qué cosa había mejor en el mundo que el aceite de San Jacobo? Con toda su labia tenía a la multitud en constante deslumbramiento, embobada y encantada. ¡Qué decir de la Odontología! Simplemente para vender su elíxir, ofrecía gratuitamente extraer sin el menor dolor la muela que le doliera o el diente que tuviera dañado. Y en verdad que ejecutaba la operación con admirable destreza. Con su inesperable y ruidosísima charanga, y cuando sus fuertes pinzas tenían bien afianzada la molar y ya para darle el formidable y definitivo tirón, gritaba: ¡Música! ¡Música! Y los filarmónicos rompían en el acto en desafortunados tamborazos y chillones golpes de platillos, a la vez que trompetas y cornetas elevan al máximo su tono desgarrador. Con todo el ruido se opacaban los gritos, más bien alaridos, del ingenuo paciente.
Mientras duraba el forcejeo del ?merolico? en tratar de sacar tan enraizada muela, no paraba el alboroto musical.
Hasta después del exquisito trabajo que con gran efusión de sangre mostraba el gran médico la muela atrapada con sus pinzas, paraba la música y se soltaba el estruendo de los aplausos y éstos seguían opacando el ya insignificante quejido del paciente. El doctor Meraulyock se llevaba entre otras cosas la admiración, la aclamación de todos y mucho dinero.
Usaba otra técnica para realizar exodoncias, muy singular que no tenía pierde.
Una vez atrapada la molar con sus potentes pinzas, y al mismo tiempo que con una mano le daba formidable tirón, disparaba con la otra pistola, cubriendo con su estruendo el grito que a los cuatro vientos soltaba el infeliz y crédulo paciente. El intempestivo disparo en la misma oreja, lo asustaba y la violenta sacudida con la sorpresa del balazo la aprovechaba el hábil doctor para aflojar la muela y hacer la bárbara extracción. Narra don Francisco de Asís y Troncoso en la Historia de la Medicina en México... que el disparo al momento de hacer la operación era con el objeto de sorprender al descuidado paciente para que sintiera menos el dolor.
Como los múltiples espectadores no escucharon ni por asomo el alarido, subía otro ingenuo a la adornada carroza para que el doctor ?merolico? le arrancase, sin pagar ni un céntimo y es que cuando duele cualquier diente ?lagarto- ?se sueltan potentes bramidos como la bestia herida?, así lo refiere don Artemio de Valle Arizpe, en su obra Cuadros de México.
Para el colmo de las desgracias, el doctor Merolico, que ya era llamado así por la dificultad de pronunciar su apellido, se anunciaba en el periódico de la época con gran publicidad y según se cuenta abrió un lujoso consultorio en las calles céntricas de la capital, donde precisamente se ubican los ?gabinetes dentales? de los más prestigiados dentistas en aquellos días, como la cita doña Clementina Díaz y de Ovando... y quienes tuvieron que soportar por mucho tiempo la competencia de los flebotomianos y charlatanes, uno de los que dieron qué hacer a los dentistas fue el doctor ?merolico?, que era llamado así por economía lingüística.
Y mientras los seguidores del famoso Meraulyock proliferaban desacreditando la estomatología, los dentistas continuaban en su santa e irrefrenable cruzada contra los ?merolicos? hasta lograr a finales del siglo XIX, la reglamentación del ejercicio dental.
Así al paso del tiempo se les empezó a decir merolicos en todo México a los desenfadados charlatanes que engañaban con embaucamientos e ilusiones.
Este artículo lo publiqué en diciembre de 2000, varias personas me han solicitado su publicación.