De acuerdo a los datos proporcionados por el Consejo Nacional de Población (Conapo), en México hay actualmente 8.2 millones de personas mayores de 60 años. Dicha cifra casi se triplicará en el año 2030 cuando haya 22.2 millones de adultos mayores y para mediados del siglo, se espera que los ancianos mexicanos superen los 36 millones.
La proporción de este grupo de edad pasará del 7.7 por ciento en 2005 al 17.5 por ciento en 2030.
Estos datos fríos invitan a la reflexión y motivan la preocupación. Más allá del lugar común y del discurso demagógico que muchas veces raya en la conmiseración sensiblera hacia los ancianos, las cifras proporcionadas por el Conapo plantean serias interrogantes y problemas para el Estado mexicano.
Primero, cabe la pregunta de si el país está preparado económicamente para enfrentar el envejecimiento gradual de su población cuando el sistema de pensiones, como en muchos otros países, se encuentra ya en punto de quiebre. Lo anterior, suponiendo que los sectores productivos nacionales se desarrollen al nivel suficiente como para garantizar hoy a esos futuros adultos mayores un trabajo bien remunerado que repercuta en una aceptable calidad de vida. Esta premisa, por supuesto, está sostenida con alfileres.
Lo más dramático quizá se encuentre en lo relacionado a la salud. Si en 2050 se espera que haya casi cinco veces más ancianos que ahora, esto implica que las instituciones sanitarias se verán en serios aprietos para dar atención a tantos integrantes del grupo de la población que más demanda estos servicios.
Para resolver esta compleja problemática, es necesario, por una parte, comenzar a aplicar ya las reformas que sean necesarias para enfrentar el futuro y, por otra, borrar del imaginario nacional esa visión hipócrita que se tiene hacia los ancianos: en el discurso ?políticamente correcto? provocan compasión y hasta ternura e inspiran respeto, pero en la realidad, en muchos hogares e instituciones, son considerados como un estorbo.
