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Terrorista sí, pero nuestro

Miguel Ángel Granados Chapa

En la leyenda de las relaciones interamericanas figura la respuesta de un secretario de Estado norteamericano -quizá John Foster Dulles- a quien le reprochaba el apoyo de Washington a un dictador -quizá el primer Anastasio Somoza-, no obstante ser un hijo de perra. Sí, lo es, habría admitido el canciller norteamericano, pero es nuestro hijo de perra. El razonamiento parece aplicarse ahora a Luis Posada Carriles, el terrorista al que Estados Unidos ha dado virtual asilo: sí, lo es; pero es nuestro terrorista.

Sobre Posada Carriles pesa una acusación gravísima, la de haber colocado una bomba en un avión de Cubana de Aviación, que el seis de octubre de 1976 estalló cuando volaba de Caracas a La Habana. Murieron las 73 personas que estaban a bordo: junto a grupos de norcoreanos y guyaneses, la mayor parte de las víctimas fue de origen cubano, entre ellos los miembros del equipo nacional de esgrima, que había ganado medallas de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Con crueldad salvaje y pobre sintaxis, el parte rendido por los autores materiales a Orlando Bosch, uno de los jefes del terrorismo anticastrista, rezaba así: “un autobús con 73 perros cayeron al barranco y todos murieron”.

Aunque Posada Carriles niega haber participado en el atentado y lo atribuye a Ricardo Morales Navarrete, contratado por la dirección de Inteligencia ¡de Cuba!, junto a Bosch fue detenido en Caracas apenas una semana después del ataque. Una jueza renunció a su cargo al ocuparse del caso, presionada e intimidada. Un juez militar, que la sustituyó en el proceso, llevó adelante las acusaciones. “En venganza, un comando armado asesinó a su hijo y a su chofer en 1983”. (Proceso, 22 de mayo).

Antes, en 1982, Posada Carrilles intentó fugarse, parapetado tras un custodio al que usó como escudo, pero fue reducido. En cambio, tuvo éxito el 18 de agosto de 1985: “el Gobierno de Cuba acusó a la Fundación Nacional Cubano-Americana de financiar la fuga: envió 50 mil dólares a través de Panamá para corromper a custodios y funcionarios venezolanos. (Posada) viajó directamente hacia Honduras, donde participó en las operaciones que desencadenaron posteriormente el escándalo Irán-Contras”, ese ruin negocio en que el Gobierno de Estados Unidos proveyó de armas a su adversario, el régimen de Teherán, con el fin de hacerse de fondos no revisables, que sirvieran para ayudar a la revuelta antisandinista en Nicaragua.

Nacido en Cienfuegos, en 1928, Posada Carriles se hizo primero miembro del Ejército norteamericano y luego ciudadano venezolano. Ayudó a preparar al personal del fallido asalto en Bahía de Cochinos y trabajó formalmente para la CIA. Se le acusa también de perpetrar atentados contra hoteles en la capital cubana, en uno de los cuales pereció el empresario italiano Fabio DiCelmo. Han rendido testimonio de estos ataques dos salvadoreños presos en La Habana, condenados a muerte.

Posada Carriles reapareció en 2000, ante la X Cumbre Iberoamericana, celebrada en Panamá. El Gobierno panameño lo sorprendió, junto a tres exiliados más, en la preparación de un atentado contra el presidente Fidel Castro.

Aunque a la postre sólo fueron acusados por posesión de armas y uso de documentos falsos, pasaron más de tres años recluidos en una prisión panameña de donde los sacó un extraño indulto expedido a su favor, en agosto pasado, por la presidenta saliente de Panamá, Mireya Moscoso, que alegó razones humanitarias, algo que no creen quienes, en cambio, la suponen movida por intereses de mayor densidad material.

Desapareció de nuevo, aunque no del todo. Se supo que había ingresado con papeles falsos a El Salvador, motivo por el cual el Gobierno de este país lo ha reclamado. El 13 de abril su abogado pidió en su nombre asilo a Estados Unidos. Un mes más tarde, según ha podido saberse después, ingresó en México, por la costa caribeña y cruzó todo el país sin que ninguna autoridad migratoria mexicana se percatara del hecho. A mediados de mayo, estaba ya en Miami, donde dio una entrevista al diario The Miami Herald, aparecida el 17 de ese mes. Ese mismo día fue detenido por autoridades migratorias y remitido a un centro de retención de indocumentados en El Paso, Texas.

De inmediato, el Gobierno de Caracas pidió que Posada Carriles le fuera devuelto, pues es un prófugo de su justicia. Pero al Gobierno de Washington parece costarle hacer ese trámite en favor de un régimen antagónico. Por lo tanto, mientras se cumplen los plazos legales para tomar una determinación (el próximo lunes se realizará la audiencia para analizar su situación migratoria), el mismísimo presidente Bush se ocupa del asunto. Aprovechando su presencia en Fort Lauderdale, en la 35a. asamblea de la Organización de Estados Americanos, lo visitó una conocida figura del exilio cubano, el doctor Alberto Hernández, amigo personal de Posada Carriles.

“No trascendieron detalles de la reunión, cuyas imágenes difundió el Canal 51” de Miami, dijeron las agencias DPA y Notimex, “pero la emisora sugirió que el saludo del mandatario al protector de Posada Carriles... podía ser interpretado como una señal de que el ex agente de la CIA no será extraditado, como pide Venezuela”.

El combate norteamericano contra el terrorismo quedaría seriamente desprestigiado si Posada Carriles recibe asilo, o si los litigios para evitar su expulsión se prolongan hasta el infinito. Quedaría claro que los terroristas repugnan a Washington, salvo cuando atacan a un enemigo.

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