Ayer se cumplió un año y como todo en nuestro país, amenaza con quedar sepultado por el olvido ciudadano, la desidia de las corporaciones policiacas y la apatía gubernamental. Hace doce meses las imágenes de los jóvenes policías suplicando por sus vidas, mientras una muchedumbre enardecida los golpeaba e insultaba en total impunidad, sacudieron a la opinión pública nacional; sus cuerpos abrazados por el fuego indignaron al grueso de la población que de inmediato alzó la voz para exigir explicaciones y justicia.
Hace un año se abrió un expediente negro de la historia reciente de nuestro país que hoy se diluye, como se diluye todo en un México que poco a poco pierde su capacidad de asombro y respuesta. Y las preguntas quedan en el aire: ¿por qué los dejaron morir; por qué ninguna corporación llegó en su auxilio al lugar de los hechos, cuando los medios de comunicación sí pudieron hacerlo?.. ¿y los responsables, tanto por acción como por omisión?
Ayer, poco menos de un centenar de habitantes de San Juan Ixtayopan, delegación Tláhuac, realizó una marcha silenciosa, a un año del linchamiento de tres elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP), de los cuales sólo uno sobrevivió. Los pobladores se reunieron al pie de las cruces de Cristóbal Bonilla y Víctor Mireles, quienes hace un año murieron a manos de los pobladores sobre la calle Educación Tecnológica, en la colonia Jaime Torres Bodet y luego, con velas encendidas, llegaron a la parroquia en donde se ofició una misa en su memoria.
Ayer, sobre las tumbas de Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla, flores y el llanto de los familiares. Las autoridades parece que ya se olvidaron de esos dos agentes de la PFP y de todo lo que implica su muerte. Queda en los ciudadanos el no olvidar y demandar, hasta el cansancio, el esclarecimiento pleno de los hechos. Hay quien sostiene que por cansancio, el mexicano siempre se vence y que el gran secreto para sepultar cualquier asunto -sin importar lo grave o escandaloso- es darle el tiempo suficiente para que termine por olvidarse. Tal vez Tláhuac sea una oportunidad para demostrar que ya no es así.