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Tlaxcala: consumatum est/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

El aventurerismo de la pareja tlaxcalteca, los Sánchez Ramírez -el gobernador Alfonso Sánchez Anaya y su esposa, la senadora María del Carmen Ramírez García- llega a su desenlace adverso al partido que los condujo a esos cargos: ayer el tribunal electoral federal confirmó la victoria del ex priísta Héctor Ortiz Ortiz, quien triunfó postulado por el PAN y tomará posesión pasado mañana.

En la primera sesión del principal órgano de la justicia federal a que no asiste su ex presidente José Luis de la Peza -muerto la semana pasada-, el Tribunal Electoral del poder judicial de la Federación rechazó por unanimidad la pretensión del PRI de anular la elección del 14 de noviembre. También resolvió el caso de Puebla, donde Miguel Marín no se acongojaba por el resultado del procedimiento judicial, dada la claridad de su victoria.

(Dicho sea entre paréntesis, el Senado deberá apresurarse a designar a quien reemplace al maestro De la Peza, pues de lo contrario crece el riesgo de empates entre los seis miembros que actualmente integran la sala superior del tribunal. No sobra tal solicitud al Senado, que demoró en cubrir la vacante que dejó en la Suprema Corte la muerte del ministro Humberto Román Palacios, y ha incumplido ya la Ley que lo obliga a designar, a más tardar en noviembre pasado, a los magistrados de las salas regionales de dicho órgano judicial).

Héctor Ortiz Ortiz llegó por vía sesgada a un cargo a que aspiraba tiempo atrás. Pero no lo hizo por el partido en que militó durante décadas y de cuyo comité estatal, así como del segmento estatal de su fundación fue presidente. Como el propio Sánchez Anaya seis años antes, Ortiz abandonó el PRI cuando no fue postulado a la gubernatura, y como el gobernador saliente mostró con su victoria que su partido se equivocó al menos en cuanto a quién poseía la mayor posibilidad de concitar apoyos ciudadanos.

Pero en el resultado favorable al candidato acogido por el PAN obró también, y de modo decisivo, la actitud de la esposa del Ejecutivo local, que se empecinó en reemplazarlo, aun contra la decisión de su propio partido, y con ello le hizo perder una de las cinco gubernaturas que ha obtenido desde que en 1997 el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo la primera, en el Distrito Federal, y a la que siguieron después Zacatecas, la propia Tlaxcala, Baja California Sur y Michoacán (y Chiapas y Nayarit, si se considera que el PRD apoyó a Pablo Salazar y Antonio Echavarría, aunque ninguno de ellos se hizo después miembro de ese partido).

Sin méritos políticos propios, sin más militancia que la derivada de su matrimonio con Sánchez Anaya (durante su campaña para diputado, como candidato del PRI en 1994, por ejemplo) Ramírez García arribó a la vida pública cuando su marido fue elegido gobernador. Conforme a la tradición priísta, se hizo cargo del DIF estatal y comenzó a construir allí una imagen pública favorecida por el gasto de propaganda oficial. La estructura perredista era débil en Tlaxcala, por lo que los grupos que acompañaron a Sánchez Anaya generaron creciente influencia en el PRD, de lo que se benefició la esposa del gobernador para ocupar el primer lugar en la fórmula senatorial para los comicios de 2000. La derrotó entonces el priísta Mariano González Zarur, con quien se enfrentaría de nuevo el 14 de noviembre, y quien impugnó ahora el triunfo de Ortiz Ortiz.

Desde su doble plataforma de senadora y presidenta del DIF, cargo que no abandonó aprovechando su presunto carácter honorario (que deja, sin embargo, rendimientos políticos) Ramírez García fabricó pacientemente la candidatura que obtuvo, por mayoría amplia, en las elecciones internas del PRD, en julio pasado. Antes de ellas la senadora se había negado a escuchar las voces contrarias al continuismo ilegítimo que significa el que una pareja gobierne durante doce años sucesivos el país o una entidad. Y persistió en su sordera, aun litigando contra su partido cuando se consagró estatutariamente la inhibición de pretensiones de tal naturaleza. Debido a la lentitud de los órganos nacionales del PRD, y sus divisiones internas, generadas en este caso por la convenenciera posición de Nueva Izquierda, la corriente acaudillada por Jesús Ortega, la esposa del gobernador resultó obligatoriamente apoyada por un partido al que había combatido.

El 14 de noviembre, las cifras electorales corroboraron la esterilidad del esfuerzo del matrimonio Sánchez Ramírez. Ella quedó relegada al tercer lugar, con 119 mil 479 votos, mientras que la verdadera disputa se libró entre Ortiz Ortiz y González Zarur, quienes obtuvieron 146 mil 864 votos, y 142 mil 964 sufragios, respectivamente.

Esa mínima diferencia no reflejó el desastre que esa jornada significó para el PRI, que ganó ocho curules de la legislatura local, el mismo número que el PRD y sólo 22 de los 60 ayuntamientos. Apenas diez años atrás, el PRI ganaba todos los distritos (nueve entonces) y en 39 de los 44 municipios existentes en 1994. Ahora, el PRD gobernará en 20 y el PAN en nueve (y cinco partidos menores los nueve restantes Sánchez Anaya gobernará mañana por último día. Inútilmente su partido lo instó a que se apartara del Gobierno meses atrás, siquiera para paliar y aun disimular con su ausencia el apoyo que ofreció a la fallida aspiración de su mujer. Ya de últimas, y puesto que aquella operación no fue fructífera, y con claro ánimo patriominialista, pidió al Congreso local pensión y escolta (ésta durante un sexenio, aquella vitalicia).

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