“Ándale vamos, van a dar tortas y hasta van a hacer un baile”. Los autobuses se aproximan. El acto está a punto de comenzar. Cientos de personas esperan sentadas en la tierra sin saber qué hacer, pero de pronto, unas lideresas comienzan a organizar a la muchedumbre: “Tomen, aquí está esta pancarta pa’que la levanten cuando salga el candidato”, “No vayan a dejar de aplaudir, para eso los trajimos”, “Pónganse la camiseta que les regalé”.
Todos comienzan a alborotarse. El candidato está por llegar. El nerviosismo reina y la muchedumbre se prepara para cumplir con su trabajo. “¿Cómo iba la porra comadre?”, “Oye Juan, me avisas cuando llegue ese señor al que le vamos a aplaudir, yo no lo conozco ni sé cómo se llama”, “Mamá, ¿ya van a dar las tortas?”.
“¡Por mí, por ti, por Coahuila el PRI!”, “¡Por mí, por ti, por Coahuila el PRI!”. Las porras se escuchan acompañadas por el ritmo de unas maracas elaboradas con latas de refresco.
El candidato por fin llega, y lleno de asombro, como si no supiera que todo es una farsa, agradece las muestras de “cariño” a los cientos de seguidores reunidos para el acto. Los aplausos no dejan de escucharse y en el cielo luce el colorido de los fuegos artificiales que motivan a la muchedumbre a gritar más fuerte.
El discurso comienza y los niños inmediatamente se duermen en los brazos de sus madres. Aquella muchedumbre está callada, aunque más bien hipnotizada por una bola de palabras rimbombantes, pero huecas. Lejos de atender a las falsas promesas hechas por el candidato, los ahí reunidos sólo piensan en lo caro que han pagado por una simple torta y un baile.
Por fin se escuchan las últimas palabras del candidato. Es hora de ponerse a trabajar. Todos aplauden frenéticos, las pancartas dominan en lo alto y las porras no cesan. Lo aburrido ya pasó, ahora viene lo bueno. Largas filas se forman para recoger la prometida torta y el refresco, mientras un grupo norteño actúa sobre el escenario invitando a todos a bailar y, sobre todo, a que voten por su candidato.
Mucho se presume en nuestros días que los fraudes electorales han desaparecido. Ahora las elecciones son transparentes y pacíficas, y los candidatos perdedores no hacen más que resignarse ante la derrota. Sin embargo, todo esto es una mentira, pues aunque existe una mayor vigilancia en el momento de las votaciones, durante las campañas se compra el voto de miles de ciudadanos con el reparto de despensas, con la organización de grandes festines o simplemente con la amenaza por parte de líderes sindicales de un posible despido.
Esta oscura práctica no es exclusiva de un solo grupo político, sin embargo, el PRI es el partido que puede presumir de poseer mayor experiencia en la realización de estos abusos, los cuales muchas veces son auspiciados con nuestros propios recursos.
A lo largo de nuestra historia moderna, pero no civilizada, los miembros del Revolucionario Institucional se han aferrado a mantener el poder a costa del bien de los mexicanos.
Poco falta para que los coahuilenses renovemos a nuestros funcionarios públicos. Aún es tiempo para que los candidatos a gobernador, alcaldes o diputados tomen una postura seria en sus campañas y no recurran a prácticas anticuadas e insultantes. Mucha tristeza me dará si los partidos políticos destinan sumas millonarias para organizar divertidos actos de campaña, pues con esto demostrarán que siguen viéndonos como a unos niños que cambiamos nuestro voto por una simple torta.
Complacer a la muchedumbre es empresa fácil y no es tarea ardua asombrarla. Por desgracia, es imposible que un candidato renuncie a buscar el apoyo de las masas, pero quienes opten por hacer grandes eventos y así obtener un cargo, deberán estar profundamente comprometidos a no engañar a esa muchedumbre de muchas cabezas y pocos cerebros.
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