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Trance priista/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

En cuatro ciudades poblanas están reunidos, desde ayer y hasta mañana en que su partido cumple 76 años de edad, 6,481 delegados, participantes en el cierre de su IX asamblea nacional, iniciada el 20 de noviembre pasado. En los tres días de su fase final, en mesas que sesionan en Puebla, Tehuacán, Cholula y Atlixco, el máximo órgano del Tricolor debatirá estatutos, programa de acción, declaración de principios y ética partidista.

No es extraño que la mesa capitalina sea la más concurrida y que la dirija un hombre de la más estrecha confianza de Roberto Madrazo, el ex diputado hidalguense David Penchyna. Es que allí se discutirán adecuaciones estatutarias dirigidas a regular o resolver algunos de los conflictos que tensan al partido que estuvo en el poder presidencial durante décadas y mantiene todavía su preeminencia en el Congreso federal (aunque no forme mayoría en ninguna de las cámaras) y en los niveles de Gobierno Estatal y Municipal.

En este año el PRI se enfrenta por primera vez a un problema normal en sus principales opositores, el PAN y el PRD, consistente en elegir candidato presidencial. Aunque en 1999 se citó a una contienda interna resuelta con el voto de los miembros de ese partido, todavía pudo el presidente Zedillo influir de modo determinante en la elección de Francisco Labastida y estuvo en condiciones, sobre todo, de mantener la unidad partidista. Aunque a regañadientes Madrazo, los contendientes reconocieron el resultado y se sumaron a la campaña.

De allí resultaron senadores Manuel Bartlett y Humberto Roque Villanueva. (La experiencia de quienes obtuvieron ese premio de consolación explica la insistencia de algunos precandidatos, como los gobernadores de Hidalgo y Coahuila y los ex de Tamaulipas y Veracruz, en figurar en una competencia en la que tienen poco que hacer).

Pero hoy no hay presidente de la República que decida u oriente el proceso de selección del candidato priista. El partido tiene que resolver por sí mismo esa cuestión y en consecuencia requiere practicar o modificar las reglas que enmascaraban la decisión presidencial. Por si fuera poco, ese aprendizaje se complica porque el dirigente del partido pretende ser el candidato y esa dualidad genera contradicciones interiores, que se añaden a conflictos latentes o actuales. Por ejemplo, el enfrentamiento entre el líder nacional y su segunda, su antigua aliada, su pareja en la elección de dirigentes en febrero de 2002, Elba Ester Gordillo.

Sería de suyo anómala la prolongada ausencia de la secretaria general, no sólo en estos días finales de la asamblea y no sólo en los meses en que ha permanecido fuera de México, sino desde siempre.

Salvo actos de presencia esporádicos en el primer año de su gestión, Gordillo prefirió no despachar en la sede priista. Con mayor razón lo hizo en 2003, cuando fue postergada en la selección de candidatos a diputados y tuvo que revertir ese efecto participando directamente en las campañas de candidatos que le aseguraron ser elegida coordinadora de la fracción en San Lázaro. Sólo se mantuvo allí unos meses. Con su defenestración pagó su efímera alianza con Acción Nacional, una de las vías en que se expresa su cercanía con la pareja presidencial.

Mientras se dirimía su situación en la Cámara, Gordillo hizo que su sindicato magisterial se escindiera de la FSTSE, a la que partió en dos (y ella se quedó con el trozo mayor), lo que puso en jaque la unidad del partido, del que la federación burocrática ha sido un pilar. A ese hecho objetivo se sumaron las especies, o indicios, de que colaboró en campañas de la oposición en comicios locales (los de Oaxaca, particularmente) y en la organización de un nuevo partido, que gestiona actualmente su registro.

Todo ello, mientras sigue siendo la número dos de su partido, desde donde puede sustituir al número uno, su adversario y diríase que enemigo Madrazo, cuando éste decida dejar el mando y convertirse formalmente en precandidato.

Para impedirlo, se prevé reformar el mecanismo de sustitución del principal dirigente, operación que puede complicarse porque otro sector bien identificado de antagonistas de Madrazo apoya a Gordillo para que reemplace a Madrazo y ha sido factor influyente en que ni siquiera se dé curso a las solicitudes de expulsión de la secretaria general.

Se trata de Unidad Democrática, donde por lo pronto están unidos cinco gobernadores, dos que lo fueron, el líder senatorial y el único candidato a la Presidencia de ese partido que no consiguió su objetivo. Es el principal núcleo de la oposición a Madrazo, el que podría evitar que él fuera candidato, si preservan pareceres comunes al grado de que cinco de los seis aspirantes en ese grupo declinaran en favor del sexto (papel que cada uno de esa media docena querrá tener).

En la presentación en sociedad de la UD, uno de esos aspirantes, el gobernador Arturo Montiel hizo explícito su antagonismo con Madrazo y con un discurso sumamente crítico desencadenó una crisis en apariencia salvada ya, pero que de persistir en el fondo podría dificultar y aun impedir que el PRI retenga la gubernatura del Estado de México, en julio próximo. La posibilidad de que el PRI sea derrotado explica los extremos a que se ha llegado desde el Gobierno mexiquense para impedir que prosperen las candidaturas de Yeidkol Polevski y Rubén Mendoza Ayala. Perder la elección mexiquense, resultado que se recriminarían recíprocamente Madrazo y Montiel, sería muy mal augurio para 2006.

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