Iniciadas realmente hace mucho tiempo, el sábado 16 comenzaron de modo formal las campañas para la elección de gobernador (o gobernadora) en el Estado de México, que concluirán el 29 de junio, días antes de la jornada electoral que ocurrirá el tres de julio. Después de un periodo caracterizado por golpes bajos contra los candidatos de la oposición, que amainó y concluyó el viernes 15 con el inobjetado registro de los tres aspirantes, el proceso se ha enturbiado de nuevo con una denuncia del Gobierno estatal contra el abanderado panista: por lo visto la maniobra presidencial para inhabilitar a un candidato e impedir que sea votado, ha hecho escuela.
El registro significó un triunfo para la candidata de la coalición PRD-PT, Yeidckol Polevnsky Gurwitz, sobre cuya identidad se generó hace dos meses un falso conflicto, con el propósito de impedir su presentación a las elecciones. En un acto valeroso y digno, la ex presidenta de los manufactureros mexicanos narró las vicisitudes por las que mudó su nombre, decisión que no tuvo por objeto realizar ningún acto ilícito, como tampoco lo es el contar con dos nombres utilizados sucesivamente. Resuelto también el aspecto legal de esa mudanza, y el de su residencia en la entidad que aspira a gobernar, nadie objetó su inscripción en el proceso electoral. Conviene subrayar el rasgo de civilidad que eso significa, practicado por los partidos contra los que contiende Yeidckol Polevnsky. En el tiempo de canallas en que vivimos la falta de escrúpulos hubiera encontrado espacio para estorbar la participación de la aspirante perredista y no se hizo. O tal vez ocurra que se aprendió la lección de la contraproducente campaña que tiene a Andrés Manuel López Obrador como blanco y no se quiso beneficiar con una semejante a la dirigente empresarial, que ya había emergido de la batida en su contra con un incremento notable en las preferencias electorales.
El propio jefe de Gobierno del Distrito Federal ha sido un factor muy relevante en la actividad electoral de Yeidckol. La apoyó para que se convirtiera en candidata de unidad, la hizo figurar de modo sobresaliente en su mitin en el Zócalo el día del desafuero y aprovechando las vacaciones involuntarias que concluirán el próximo lunes (salvo que a la velocidad del rayo fuera expedida una orden de aprehensión en su contra) estuvo a su lado en el comienzo de su campaña, el fin de semana anterior. Aunque en este momento figura en el tercer lugar de las encuestas de intención de voto, está acortando la distancia que la separa de sus contendientes.
Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI y el Verde, se ha beneficiado ya de los apoyos del Gobierno estatal y de la estructura de su partido. En los inicios del proceso interno, los sondeos mostraron que era casi un desconocido, superado por la mitad de los precandidatos que finalmente declinaron en su favor. Ahora, montado ya en la poderosa maquinaria priista aparece como un aspirante capaz de ganar la gubernatura. Tal desenlace dependerá, sin embargo, de cómo evolucione la relación entre el gobernador Arturo Montiel y el líder nacional priista Roberto Madrazo, enfrentados por su común propósito de ser el candidato Tricolor a la Presidencia de la República.
Aunque ya cantaron himnos de unidad y el comité nacional envió a un mapache experto a apoyar su campaña (el ex gobernador de Hidalgo Jesús Murillo Karam), los intereses de Montiel y Madrazo tienen preso a Peña Nieto. El dirigente del partido no se consternaría en lo absoluto por la derrota de su candidato mexiquense, porque le sería endosada al gobernador saliente, que llegaría con ella a cuestas cuando el 15 de julio la Unidad Democrática (el grupo conocido como Tucom, Todos Unidos Contra Madrazo) resuelva quién de sus miembros buscará la candidatura frente al ex gobernador de Tabasco.
Aunque no necesariamente serán significativos en términos numéricos (no lo son, de plano, en términos políticos) hay que incluir en el examen de la candidatura de Peña Nieto las deserciones sufridas por su partido. La más ostensible es la de Isidro Pastor, al que el despecho llevó a sumarse a la candidatura del panista Rubén Mendoza Ayala, luego de que él no pudo concretar la suya en el PRI, que para colmo lo expulsó de sus filas. Si bien para efectos de propaganda, y aun por destrezas electorales la incorporación de Pastor a la campaña del PAN puede serle útil, también puede ser una suerte de beso del diablo. No pocos panistas, que no acaban de hacerse a la idea de que un ex priista sea su candidato, menos soportan la de que lo acompañe, en un modo de infiltración, quien hace dos legislaturas fracturó a la enorme fracción del PAN comprando la frágil y adquirible voluntad de algunos de sus miembros.
Mendoza Ayala enfrenta un nuevo intento de frenar su candidatura. Libró con trabajos escollos internos (que se proyectaron al exterior por vía judicial) y sufrió el amago de dejarlo fuera de la contienda por presuntas infracciones cometidas en su precampaña. Ahora está en el centro de una nueva maniobra que sería risible si no fuera grave. El Gobierno estatal, que como si fuera un acto de generosidad se ufana de haber sido “prudente y tolerante”, no puede más y ha acusado ¡por ultraje contra las instituciones! a Mendoza Ayala (y al precandidato presidencial Felipe Calderón), que por describir a Montiel puede ser procesado y con ello, mediante el mecanismo del artículo 38 constitucional, impedido de votar y ser votado.