Anoche, mientras los niños, llenos de alegría abrían sus regalos junto al Niño Dios, sentimos un estremecimiento y de pronto nosotros mismos parecíamos estar entre los pequeños, como uno más de ellos buscando con entusiasmo nuestro regalo.
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¿Con qué soñábamos en aquellos años de la niñez, viviendo en un pueblo algo apartado de las grandes urbes? Todavía no llegaba la moderna tecnología y mientras las niñas anhelaban una muñeca de trapo, nosotros soñábamos con un carrito.
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Entre los regalos que podríamos llamar como de lujo, estaban los llamado soldaditos de plomo y los balones de cuero. que mucho duelen cuando se da un pelotazo. En las familias pudientes lo usual eran los patines y las bicicletas, así como chamarras de vistosos colores y muchos chocolates.
Nosotros completábamos los presentes con bolsas de bolo llenas de tejocotes, cacahuates, ernestinas, y una gran naranja que hacía más bulto y llenaba la bolsa. Y luego todos los de la periferia íbamos al centro a conocer los regalos de los niños ricos.
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Por ese entonces no aparecía aún en nuestro pueblo la figura regordeta de Santa Claus, era y lo sigue siendo en nuestro entorno, solamente el Niño Jesús, que en la Noche Buena lo acostaban o sentaban en un pesebre donde aparecía la Virgen María y San José.
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Los mejores tamales estaban en la casa de ?Juanito de Barro? y los buñuelos con Petra Araiza, y todo lo disfrutábamos después de presenciar las pastorelas que montaba Antonio de Lara en el gran patio de su casa. ¡qué tiempos, llenos de frío y de amor!