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Un retruécano

Gilberto Serna

No podemos quedarnos con las brazos cruzados. Los estándares de violencia llegan a alturas que no hubiéramos creído en toda su magnitud sin en vez de estarlo viviendo nos lo contaran los amigos, creeríamos que exageraban. De lo ocurrido la pasada semana en que los demonios de la violencia se soltaron, si es que alguna vez estuvieron sujetos, nos dieron cuenta los medios con lujo de detalles. No cabe duda, hemos caído en una escalada de rudeza que amenaza con sentar sus reales entre nosotros. Como si estuviéramos en países, donde los conflictos bélicos se han vuelto permanentes, aquí ya se usan poderosas armas de destrucción. Las pistolas de grueso calibre han dejado de ser útiles a las organizaciones criminales, ahora usan granadas, morteros, bazucas y metralletas, que pueden durar, en una sola batalla, el tiempo que a los gandules les dé la gana, sin que la autoridad se entere de lo que está sucediendo, como si de repente hubieran perdido el sentido auditivo o se equivoquen, a voluntad, creyendo que son los cohetes de una feria regional.

Esa es una noticia vieja que ocurrió a fines de la semana pasada. La nueva información son los hechos que se dieron en un palenque en Jalisco, que supera en fiereza a la anterior, donde explotaron dos artefactos produciendo muertos y heridos. La sociedad entera se ha vuelto rehén de la bandas criminales que están tomando proporciones tales que amenazan con romper el Estado de Derecho. Lo terrible es que nadie está a salvo en la selva de asfalto en que se están convirtiendo algunas ciudades de este país. Las malas noticias, parodiando un spot del Gobierno, también son noticia. Las fuerzas del orden hace tiempo que fueron superadas por las hordas de pandilleros que tiene en jaque a las familias mexicanas. Da la impresión de que nuestros policías oyen los balazos y salen corriendo al lado contrario o de plano se esconden debajo de sus escritorios.

Lo que no entiendo es que en esa lucha a tiros sigan ingresando armamento cada vez más mortífero, sin que en las fronteras nadie sea capaz de detectarlo y contenerlo. Los únicos que no cuentan con armas sofisticadas en este país son los elementos policiacos, que siguen la regla de, si no puedes con el enemigo, únetele. Los que se deciden a hacer honor al uniforme son héroes anónimos que resisten la tentación monetaria que se pone a su alcance e ignoran las amenazas que van implícitas en los que no acceden a colaborar con el crimen organizado. La cosa es que viendo a los superiores como se enriquecen impunemente a la sombra de sus puestos, se les afloje el gusto a los policías por dejar a sus hijos en la orfandad. En estas últimas semanas se dio la orden de que miembros del Ejército fueran enviados a los lugares más conflictivos a recuperar el orden y la tranquilidad perdidos. Todo siguió igual.

En cualquier país que se precie de civilizado era hora de que los altos mandos policiacos hubieran sido dados de baja. Aquí no se hace eso aunque esté a la vista que no han podido con el paquete. Desde hace años el Gobierno Federal, dice: ahora sí, el combate al crimen es a muerte, daremos la madre de todas las batallas, con el resultado de que los crímenes se siguen cometiendo, en cada ocasión, con mayor saña. Los que manejan estos asuntos carecen de la vergüenza que debería acompañar a un servidor público. Si la tuvieran hace un buen rato que le hubieran dejado sus lugares a otros elementos. Se requieren nuevas caras, jóvenes preparados en estos asuntos delincuenciales. Los que están, el único mérito para nombrarlos, fue el de ser amigochos del que les platiqué. El criterio que se ha seguido hasta ahora es el de gobierna con tus amigos, aunque no sepan ni jota de cómo hacer su trabajo, al menos te cuidarán las espaldas. Lo que nos da pie para concluir con un retruécano: estábamos mejor cuando estábamos peor.

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