Mañana se ofrecerá un homenaje a la memoria de Doña María Rosa Ortiz de Bredée
EL SIGLO DE TORREÓN
TORREÓN, COAH.- Es un día cálido de invierno lagunero. La casa de la señora Lucía Aguirre de Fernández Aguirre está dispuesta para recibir a sus amigas Pilar Díaz Rivera de López y Rosario Lamberta de González Domene. El cafecito y el té, las pastas y los panecillos, pero sobre todo, la calidez humana que distingue a doña Lucía, son los elementos que destacan en el ambiente.
A las seis en punto se da el encuentro. Son tres amigas entrañables, unidas en esta ocasión por una mujer extraordinaria, que aunque no está presente físicamente, sigue siendo el alma, la causa, y el motivo de los recuerdos de cada una de ellas. Y es que la señora María Rosa Ortiz de Bredeé las sigue reuniendo, las inspira para continuar con nobles tareas, o simplemente para recrear los intensos momentos vividos en su compañía.
La señora Lucía recuerda que cuando llega a Torreón, la señora María Rosa Ortiz de Bredeé es de las primeras personas que conoce. ?Siempre nos quisimos mucho y nos vimos con mucha frecuencia. Además de todo el cariño y toda la confianza que nos tuvimos, nos platicábamos nuestras angustias y todo. Y no solamente nos reunía el trabajo, sino la amistad profunda?. Cuenta que siempre trabajaron con armonía, ?lo que hicimos no lo veíamos como una carga, al contrario, siempre con mucho gusto y le sacábamos provecho a todo?.
Éste es el tema. Eterna presencia que las reúne. Y fluye la charla amena y los recuerdos inolvidables:
Lucía: Si era el Baile Blanco y Negro, bueno, eran meses para prepararlo. Las señoras que hacíamos los arreglos, nos juntábamos en la tarde en mi casa. Y allí charlábamos y nos poníamos de acuerdo en muchas cosas. Así estábamos tres o cuatro meses. Y si era lo de la cena, era Quina Franco la que siempre se encargaba del menú. Igual nos juntábamos con ella, María Rosa y yo ayudando en todo. Lo que más le encargaba yo a María Rosa, era lo de las Embajadoras, cómo entraban, cómo se iban a colocar, cómo se organizaban, y para eso, ella era la experta y en arreglar las mesas, para que quedaran muy bonitas. Como el baile era en el Jardín de los Cipreses, pues todo lucía mucho. Entonces por eso, resultaba muy bonito. Me decían las señoras grandes -a las que siempre les tenía yo una mesa especial arriba, pues era un grupo muy animado-, ?bueno, pero si parece que no estamos en Torreón, ¡mira nomás qué bonito!?. Las parejas bailando, los señores con traje negro y las señoras de blanco o con algún detalle en negro. Fue una temporada muy bonita, en la que trabajamos mucho, pero ni lo sentimos, porque fue muy agradable y con mucha cordialidad. En esa época, cada quien tenía sus obras. Elena Domene trabajaba en la Casa de Jesús. Nosotras estábamos pendientes de lo que necesitara y de ayudarla y ella de lo que teníamos nosotros. Cuando vino Quina con la Cruz Roja, pues allí estábamos todas ayudándoles. En la Ciudad de los Niños, todas me ayudaron, allí estuvieron cuando se inauguró. Ayer me encontré una escritura en la que están las firmas de todas. Me dio mucho gusto verlas a todas allí. Miren, ya lloraba yo de acordarme de cada una, en qué habíamos estado juntas.
Pilar: María Rosa fue mi gran amiga. Me acuerdo de un detalle comiquísimo. Siempre nos juntábamos mucho, porque generalmente Ernesto estaba en el rancho y nosotros hacíamos planes para ir a eventos y todo. Entonces, el niño más chiquito de María Rosa, no me podía ver, lo mismo a Lucía. Éramos sus rivales, porque íbamos por su mamá y la sonsacábamos. En una ocasión tuvimos que quedarnos porque se atravesó en el auto, y no nos dejaba salir. No quería que nos lleváramos a su mamá. Éramos los ?cocos? Lucía y yo. Nada más llegábamos y empezaba la función. El niño tendría unos cinco o seis años.
Lucía: Algunas veces, cuándo íbamos a la Ciudad de los Niños, se lo llevaba para que se contentara. Bueno, pocas amigas como María Rosa. Se daba por completo a todo. Si era la amistad, se daba por completo, siempre estaba pendiente de nosotros. Siempre era muy entusiasta. En una ocasión, ya había fundado la guardería, entonces unas señoras me dijeron ?a la hora que nos entregan a los niños, no sabemos qué hacer. Los mandamos a la escuela y ahí andan en la calle, muchas veces ni van a la escuela?. Entonces fue cuando le dije: oye María Rosa, si buscamos una casa para recoger a esos niños. A mí me gustaría en el campo. Nos pusimos a buscar, de buena suerte, una vez que andaba yo con mi marido allá por La Partida, vi un campo experimental que habían cerrado los agricultores, porque se había abierto el de Matamoros. Entonces, María Rosa y yo nos pusimos a trabajar. Ella fue siempre la tesorera, la que juntaba el dinero y me ayudaba con todo. Y así nació la Ciudad de los Niños.
Pilar: Mi mamá, doña Mercedes Balderrama de Díaz Rivera, les tenía mucha envidia, porque eran de grandes vuelos. Porque mi mamá era de San Vicente de Paul, de un cincuenta en cada casa, un tostón en cada casa. Y aquí Lucía y María Rosa eran, bueno... Claro que trabajaban mucho y valía la pena. Si tenían un proyecto grande, se iban a lo grande para lograrlo. Se proponían grandes metas, trabajaban y lo lograban.
Lucía: Bueno, dedicarse a la educación como tú, es una gran labor, porque trasciende muchísimo.
Pilar: Sí, más ahora que necesitamos chicas bien preparadas para que sean autosuficientes, competitivas, con valores. Educadas y que tengan antecedentes para que las sepan valorar.
Lucía: Pasa aquí en la Ciudad de los Niños, que están en formación. Pero acá Pilar, realmente su labor con esas muchachas que tanto lo necesitan, que si no fuera por esa escuela, cuántas muchachas se perderían.
Pilar: Sí, no se crean. Tenemos problemas a veces, porque no se entiende lo que es realmente una preparación a fondo, que para ello se les tiene que exigir disciplina y muchas cosas. Una vez nos llamaron a nosotros ?terroristas pedagógicos? ?bueno, para mí es el título más grande que tengo-, todo para lograr en ellas una buena formación. Tengo magníficas colaboradoras. Mi subdirectora es increíble, la profesora Julia Esparza, quien tiene una gran formación, y una gran dedicación. Esto me da pie a recordar que a María Rosa le interesaba mucho la educación de las personas, por eso abrió el Colegio La Luz, la Escuela Técnica Industrial... y la Pereyra.
Rosario: Recuerdo que el Colegio La Luz estaba frente a La Alameda ¿verdad? Fue primero un grupo, poquitas alumnas, en alguna casa. Y unas éramos las del Colegio La Paz y otras de La Luz. Pero como más recuerdo a la señora María Rosa, es porque desde niña, tuve mucha afinidad con ella. Nos gustaban mucho las mismas cosas. Estaba yo chica y me mandaba a las niñas del Colegio La Luz para que les pusiera bailables. Entonces yo me sentía, pues, muy importante. Lo que me gustaba de ella era que confiaba en mí. Confiaba y eso es muy bonito. Yo siempre la quise mucho. Y colaboré con ella, en las revistas musicales y en la organización de las fiestas como el Sueño Gitano. Nos quisimos mucho a pesar de la diferencia de edades.
Lucía: A mí me tocó también ayudarla. Yo no era ni para cantar, ni para bailar. Yo ayudaba en todo lo que les faltaba allí. Siempre fueron actividades para obras benéficas.
Rosario: La señora María Rosa tenía un carisma increíble, mucha alegría y mucho entusiasmo. Mucha capacidad de liderazgo, era líder. Todo era para el servicio a los demás. No era para su propio lucimiento, ni para su ego. Era para los demás. Tenía una visión increíble, todo lo que ella se proponía lo llevaba a cabo. Tenía un gran poder de convocatoria, a quien llamaba, estaba allí. Una gran capacidad de organización. Luego realizaba los proyectos y todo tenía éxito. Como que ya era un prestigio, el que ella tenía para lograr todo con éxito. Sabía escoger muy bien a las personas que le podían ayudar y tenía la cualidad para saber delegar. Porque delegaba y lo dejaba en esa persona. Había una afinidad con ella muy especial. Siento mucho que no esté. Es un hueco que no se puede llenar. Irreparable.
Pilar: Yo quisiera hablar de algo muy importante en ella. Era una persona que sentaba precedentes en cuestión de etiqueta, de recibir. Era increíble cómo sabía recibir, cómo escogía sus regalos, sus detalles, era única en eso. Sus mesas eran de alta etiqueta. Ya se sabía que si estábamos en casa de María Rosa, íbamos a estar bien atendidas, con un servicio y unos menús, increíbles. Los días de su santo eran como tertulias, porque había gente joven, gente mayor. Además, se preocupaba mucho de su arreglo, era muy cuidadosa en su arreglo sin ser vanidosa. Era muy agradable verla.
Rosario: Era sumamente detallista. Siempre estaba presente cuando alguien estaba enfermo. Un regalito, una llamada. Siempre atinada en su gusto.
Pilar: Sus regalos eran muy selectos. Con muy buen gusto.
Rosario: Yo de lo que me acuerdo mucho es de su sonrisa y de su mirada. Esos ojos de la señora, eran increíbles, parecían estrellas. La sonrisa... Tenía mucha capacidad de asombro. También era una cosa increíble, ese gusto que tenía por cantar.
Pilar: Y muy virtuosa en el piano. Su profesor fue el maestro Vilalta.
Rosario: La señora María Rosa sonreía hasta con los ojos. Y con esa alegría hacía todas sus obras.
Lucía: No sentíamos cansancio. Todo lo hacíamos en armonía. No había envidia de nada. Si a alguien le iba bien, a las demás nos daba mucho gusto.
Rosario: Siempre estaba al día. Se enteraba de las noticias y disfrutábamos mucho de sus comentarios.
Lucía: Ella era una gran amiga. Amiga, amiga, verdadera amiga. En las penas y en las alegrías allí estaba ella.
Pilar: Sufrió mucho cuando murieron sus hijos, su esposo...
Lucía: Pero ella no perdió la alegría de vivir.
Rosario: Eso le admiré yo siempre. Por más penas que pudo haber tenido, siempre se mantuvo fuerte.
Lucía: Dios estaba con ella. La he extrañado mucho. Fue para mí mi mejor amiga, la admiré mucho y la sigo admirando y recordando con mucho cariño.
Pilar: Tenía una riqueza espiritual muy grande. Pues yo estoy encantada de que estemos haciendo este homenaje muy merecido. Estoy segura que ella se va a sentir muy satisfecha por esta muestra de amistad que le estamos dando. Además estamos sentando precedentes para que a Torreón se le quite lo desmemoriado. Y que reconozca a las personas que han trabajado por Torreón. Que esto sirva de ejemplo.
Rosario: La quise mucho. Y le agradezco a Dios la oportunidad de haberla conocido, porque he aprendido tantas cosas de ella... En las cosas de la amistad, no hay geografía, no hay lugares, hay amor. El amor sigue vivo. Cuando hay amor, aquí tienes a las personas en el corazón.
Así transcurre la tarde, plena de cariño, de admiración y de añoranza por la gran amiga. Recordar a la señora María Rosa Ortiz de Bredeé, al ser humano excepcional de siempre, es, de alguna manera, recuperar la memoria sobre obras y vidas trascendentes.
Por ello, se le rendirá un homenaje, mañana 16 de febrero, en el Teatro Isauro Martínez, en el que la admiración, el reconocimiento y la gratitud hacia esta mujer inolvidable, serán las manifestaciones de todos los que allí estemos.