“La unidad y la variedad en la unidad es la Ley suprema del universo”.
Isaac Newton
Es cierto, el término ha servido a causas deleznables. De Hitler a Pinochet pasando por Somoza muchos monstruos han invocado a la unidad nacional para sus crímenes y fechorías. La idea de unidad fue la que apuntaló la locura centralista de Stalin. En defensa de la unidad Pekín atropelló al Tíbet. Por poner en duda a la unidad McCarthy violentó la privacía y persiguió comunistas. Pero las versiones de los extremistas no deben cegarnos sobre la resistente realidad: todo Estado nación se erige sobre cierta noción inevitable e insustituible de unidad.
Todo Estado nación, Hermann Heller lo ha señalado, es una construcción cultural. En ella se edifican ámbitos de identificación común que abrazan a todos los ciudadanos. En el Estado liberal las coordenadas de unidad deben dar cabida a todas las expresiones de diversidad religiosa, cultural y por supuesto política. Unidad y diversidad no deben estar reñidas. Si todo fuera lo común, lo que construye la unidad, no habría democracia. Pero si todo es diversidad no hay Estado posible. Los malos usos de la unidad nacional durante la etapa autoritaria mexicana provocaron una fuerte reacción en contra del término. Por unidad nacional se justificaba el fraude, patriótico por supuesto. Por unidad nacional los mexicanos no debían tener acceso a todos los materiales críticos sobre nuestra historia: por eso había que enlatar “La Sombra del Caudillo” o impedir la publicación de “Los Hijos de Sánchez”. Por la unidad nacional los archivos debían permanecer cerrados. Por la unidad nacional no se debían cuestionar los dichos del “señor presidente”. La unidad nacional no aceptaba críticas del exterior. Por eso la expresión genera urticaria en más de uno: pugnar por un régimen democrático en buena medida supuso destronar el reinado de la Unidad Nacional.
Pero en realidad se trata de una historia particular, porque en buena parte de las democracias funcionales la idea de unidad nacional sigue rigiendo. Quien atenta en contra de los elementos constitutivos del Estado atenta contra la necesaria unidad nacional sin la cual ningún Estado puede operar. Esa es la piedra de toque. En qué se sustenta la dureza eficaz del presidente Álvaro Uribe en Colombia en contra de la guerrilla y los narcos sino en la idea de una unidad nacional fracturada. Qué buscan preservar las acciones del presidente Bush en contra del terrorismo sino la integridad de su país, esa unidad incuestionable. Llámese Felipe González, José María Aznar o Rodríguez Zapatero, la lucha contra la ETA es por conservar la unidad nacional.
Pero en México pareciera que ni siquiera aceptamos esa unidad nacional básica. Se argumenta que se puede caer en la trampa de restaurar el engaño autoritario y hacerle el juego a los priistas. Las reacciones nos han llevado al desfiguro cuando no al ridículo. Los que se alarmaron por la avanzada de los narcos en el control de los penales lo hicieron, en la versión oficial, ¡para pegarle a los panistas, en particular al secretario de Gobernación y al director del Cisen! El encargado de giras nacionales del presidente de México resultó informante de los narcos, pero el propio presidente dice, y para no variar su costumbre se contradice, que no es para tanto, que las críticas se enderezan por motivos políticos. “Me parece que se ha hecho demasiado uso (sic) de parte de la oposición y de algunos analistas simple y sencillamente para tratar de desacreditar...”
Una bomba estalla en Madrid minutos antes de una visita oficial de Fox, hiere a más de 40 personas, y entonces las autoridades se molestan con los críticos por resaltar el hecho como algo preocupante. “Sorprende que oponentes se preocupen tanto por mi seguridad” lanza Fox burlón. Más allá de simpatías y antipatías, la seguridad del presidente de nuestro país es un asunto de unidad nacional. Acosados por el narco en busca de inestabilidad, vivimos momentos en que preservar la unidad nacional es imperioso. Cuando preocuparse por la seguridad del presidente es visto como un ataque político algo verdaderamente está torcido. “Me van a extrañar cuando me vaya” como advertencia en boca del presidente de México, es un inoportuno e irresponsable aviso de tiempos malos que un jefe de Estado jamás debe lanzar o será que él sí está haciendo política en contra de alguien que él considera podría traer inestabilidad. ¿De qué se trata?
Es en ese mismo ánimo de pérdida de los factores de unidad nacional que verdaderamente no se entiende la actitud del Senado en contra del IFE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No salieron a exigir legalidad, en manos por cierto del Tribunal, sino a defender a ese putrefacto aliado, el Partido Verde, que va y viene de un lado al otro por conveniencia electoral prostituida. Muertos, acoso político, fraudes, mucho dinero y tres muy largas décadas le ha costado a México la construcción de instituciones creíbles y creídas.
Ya metidos en esa andanada contra el IFE, ahora resulta que el irrespetable Verde y el PRI se lanzan a pedir juicio político en contra cinco de sus consejeros. Se trata de una desmesura, pues recordemos que el asunto de los estatutos del Verde está en el Tribunal. Los consejeros simplemente decidieron no entrar al fondo en tanto no resuelva en esa otra instancia. Así vista la acción se transforma en una maniobra de politiquería barata. Quieren librarse de estos consejeros para hacerse de otros más afines. El caminito, además de caer en la espuria vía de utilizar el juicio político como arma de chantaje, lleva en sí un vicio. Luego entonces cada vez que algo no les plazca de las decisiones de los señores consejeros, los partidos invocarán el “juicio político”, por si pasa.
Con eso de que la democracia, entendida como competencia partidaria, lo justifica todo, hemos perdido el rumbo. Por arriba de los partidos y sus intereses siempre parciales, está la fortaleza de las instituciones, el IFE para el caso. Por arriba de los intereses de corto plazo, está la seguridad del presidente de la República. Más allá de 2006 ó 2012 está la unidad nacional frente al narco. ¿Acaso se nos olvida que como país podríamos perder la batalla?
Posdata triste.- En abril de 2004, 89 senadores firmaron y ratificaron el dictamen que abría la puerta a la reelección de legisladores federales. El fatídico jueves pasado 38 de ellos, priistas y perredistas, se echaron para atrás. Así, una vez más, ratifican a México como excepción de modernidad democrática, alejan la profesionalización del Legislativo Federal y cercenan un derecho ciudadano, el de ratificar, o rectificar, que es una fórmula de rendición de cuentas. Todo en beneficio de las dirigencias partidarias. Qué triste. Me imagino que los señores legisladores están muy tranquilos del bien ganado desprestigio de que gozan.