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Va de nuez/Paideia

Gabriel Castillo

Entrados de lleno en este año 2005, debo agradecer a esta casa editora el que generosamente abra sus páginas para mis escritos, intentos de reflexión sobre temas diversos, garabateos no siempre afortunados, pero realizados con la mejor intención y casi siempre con ánimo optimista, a pesar del entorno complicado o problemático en el que nos movemos.

Debo reconocer que 2004, pese a que fue un año sumamente difícil en muchos sentidos, con escándalos, conflictos y tragedias en el país y en el mundo, me dejó en lo personal varias cosas positivas: mis cincuenta bien vividos años, el aniversario veinticinco de mi matrimonio y la petición de mano de mi hija mayor. No cabe duda que el tiempo pasa y que la vida ha sido generosa conmigo, por lo que espero mantener viva la aspiración de servir a los semejantes en la medida de las posibilidades y de acuerdo a mis ámbitos de competencia, pues considero que los mejores maestros que tuve y otros excelentes que he conocido, me enseñaron con su prédica y ejemplo, que el ser humano debe ser formado esencialmente para servir a los demás, no para servirse de ellos.

Después de varios meses de interrupción de las colaboraciones periodísticas, interrupción que se dio para intentar, a través de la escritura un ensayo, un nuevo acercamiento con la literatura, ese campo maravilloso que Italo Calvino asume como función existencial y como “reacción al peso de vivir”, vuelvo a escribir la columna Paideia, para compartir reflexiones surgidas desde la cotidianidad, pero aderezadas con elementos derivados de las lecturas de textos literarios y o pedagógicos. Pretendo darle un enfoque de crítica, de cuestionamiento, pero siempre buscando acompañarla de propuesta. El eje fundamental será como ya lo he señalado en otros momentos, la categoría Formación, la cual considero de suma importancia en estos tiempos en que la violencia, la degradación de la política, la corrupción, la baja productividad, la falta de atención al medio ambiente, el deficiente uso del lenguaje, la pérdida de la autoestima y el elevado índice de suicidios o de divorcios, tienen que ver con la venida a menos de la calidad de la educación, especialmente en los aspectos formativos. No es posible seguir cerrando los ojos ante el grave problema que representa para nuestro futuro el no atender suficientemente la educación en este país.

El título de esta columna procede del nombre de un libro, cuya lectura me recomendó el maestro José Santos Valdés en la segunda mitad de la década de los años setenta, que alude a la formación del hombre griego. La voluminosa pero interesante obra de Werner Jaeger fue escrita durante el período de paz que siguió a la Primera Guerra Mundial y su autor pretendía con ese libro contribuir a la reconstrucción de un mundo lastimado, semidestruido. Sin embargo, otra Gran Guerra tendría lugar hacia finales de la primera mitad del siglo XX, así como graves conflictos bélicos, intervenciones imperialistas y luchas intestinas en diversos países, ocurridos en las últimas décadas de la centuria pasada y los primeros años del nuevo milenio. Hoy volvemos a tener regiones en el mundo heridas por la mano del hombre y dañadas por la naturaleza que requieren ser reconstruidas. Pero hoy también necesitamos recuperar el humanismo y los valores perdidos para transformar nuestras sociedades.

De lo anterior se desprende la importancia del sentido de Paideia, pues ante la deshumanización que ha venido avanzando en los últimos tiempos y frente a la amenaza que representa para el mundo la reelección como presidente de los Estados Unidos de un hombre mediocre, pero con tendencia guerrera y que se siente favorecido por la fuerza divina para luchar contra las tiranías y defender las libertades en todo el planeta, es fundamental voltear la vista a la educación en su vertiente formativa y revalorar la cultura, para que las nuevas generaciones surjan con otros valores y construyan verdaderas relaciones humanas. Conviene recordar que los antiguos estaban convencidos, según el citado Jaeger, de que la educación y la cultura deben formar parte de la “estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación” y que los valores derivados de ellas toman cuerpo en la literatura que es “la expresión real de toda cultura superior”. Los niños y los jóvenes en la actualidad deben ser beneficiarios de una mejor enseñanza de la historia, la literatura y el arte, además de las ciencias. Por ello, quienes tenemos algún vínculo y responsabilidad en el campo de la educación pública, debemos rechazar el intento de reforma educativa con la que se pretenden eliminar más de quince siglos de historia de los programas de secundaria y debemos impulsar nuestra propuesta alternativa en materia de educación, que enfrente la visión tecnocrática de quienes hoy son responsables de ese sector en el país.

Desde esta columna buscaré contribuir al debate de los asuntos públicos y a la necesaria reflexión sobre la importancia de la educación y la cultura para la formación del hombre en el contexto actual.

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