Pronto se cumplirán dos años desde que Vicente Fox abrió la sucesión presidencial. Lo hizo contra todas las reglas de preservación del poder. Por supuesto que sus opositores no estaban esperando esa señal para arrancar. Pero si el propio presidente daba luz verde a los miembros de su Gabinete, pues entonces ya todo se valía. A mitad del camino Fox empezó la despedida. En segundos le tomaron la palabra. Las consecuencias eran predecibles. Hoy todos los pronósticos se están cumpliendo. El presidente mantiene su popularidad, pero su poder real ha iniciado un claro declive. La segunda mitad de su sexenio quedará marcada por el vacío. Desde entonces ronda la impresión de que el presidente se está yendo.
Tres años sin un ejercicio pleno del poder presidencial son demasiado tiempo. En política los vacíos se llenan. Al abrir el juego sucesorio tan temprano, sin necesidad y sin una estrategia de preservación de su razón última de ser, el poder, Vicente Fox inició involuntariamente las honras fúnebres de su gestión. Debilitó a sus secretarios y, a la par, a los proyectos que impulsan (impulsaban). Ya nadie espera demasiado de Fox. Ni lo fiscal, ni lo energético, ni lo laboral, ni el acuerdo migratorio, ni las políticas de combate a la pobreza son ya materias de debate y análisis. Ya se van, o mejor dicho, ya se fueron es la percepción de muchos mexicanos.
El problema es que México tiene 105 millones de habitantes. Poco más de la mitad vive en pobreza, uno de cada cuatro en pobreza extrema. El crecimiento es magro para las necesidades. La informalidad nos ahoga; se generan cuatro empleos informales, o ilegales, como se me hacia notar hace poco, por cada uno que se establece en la legalidad. La mitad de la economía se mueve fuera de la legalidad. ¿Se acuerda el lector de la fabulosa propuesta de los changarros como estrategia de desarrollo? La debilidad fiscal es terrible. Las finanzas públicas se han petrolizado. Las ramas industriales que han logrado incrementar su productividad reducen empleos. La infraestructura nos queda chica: puertos, carreteras, trenes, etc. La productividad general del país cae. El sistema de pensiones necesita cirugía mayor. Cuatro de cada diez jóvenes de 15 años está fuera del aparato educativo. Es claro que los problemas no respetan recreos o pausas sexenales.
Ya metidos en este irresponsable e innecesario vacío de poder, tratemos de encontrarle alguna ventaja. Alrededor de una docena de mexicanos están metidos por voluntad en la sucesión: desean ser el próximo presidente. Por supuesto que algunos tienen más posibilidades que otros, pero para nuestros fines da lo mismo. ¿Qué quieren? ¿Qué se proponen hacer con México? Al final del día ¿para qué quieren el poder? La gran lección de este doloroso vacío es que de poco sirve el poder si no se sabe qué se quiere. Un ejemplo con ánimo de provocación. Las diferencias entre ambos son abismales, hasta en el físico. Uno es alto y fortachón, el otro más bien bajo y delgado. Uno llegó después de una elección muy convincente que le dio una gran legitimidad. El otro, accedió a la Presidencia como resultado de la peor maniobra para retener el poder. El mundo recibió al fortachón con aplausos y chifló al otro. Por el origen uno llega inmaculado, manchado el otro. Paradojas del poder: todas las fortalezas iniciales de Fox devinieron en debilidad; todas las debilidades iniciales de Salinas devinieron en fortaleza. La gran diferencia: Fox no supo para qué quería el poder. Salinas no dudó: con todo lo cuestionable del término, él quería modernizar a México.
La provocación tiene un sentido: destacar que los grandes problemas de México requieren una mente organizada. México puede, debe ambicionar el mejor de los mundos, un presidente bañado de legitimidad pero con ideas claras del rumbo que quiere imprimir al navío. Fox en su quinto año de Gobierno se ufana de lo que no ha ocurrido. El problema es que para lograr menor miseria, mayor prosperidad, necesitamos provocar muchos cambios. Regresemos a la docena de mexicanos deseosos de ser presidentes. Qué bueno que haya tal variedad pero, de nuevo, ¿qué quieren?, ¿tienen el rumbo claro o son unos charlatanes? Atrapados en el vacío podríamos aprovechar el tiempo e irlos confrontando.
Si nos cruzamos de brazos el caminito será el siguiente. Los tres mexicanos que, por sus funciones, permanentemente están ante los reflectores, Creel, López Obrador y Madrazo, serán los únicos con un reconocimiento de nombre alto. Simplemente con mantenerse en sus puestos, al transcurrir el tiempo, van eliminando a sus contrincantes internos. Al final de día sus partidos sólo podrán postular a aquella persona que tenga niveles de reconocimiento similares a los otros dos contrincantes externos. O sea, para decirlo sin ambages: la posición los hará candidatos. Quizá ellos sean los mejores, pero por esa ruta nunca lo sabremos. El poder de los reflectores habrá cercenado las posibilidades de los otros, sobre todo en el PAN y en el PRI, sin siquiera darles una oportunidad de exhibir sus propuestas.
El reconocimiento de nombre es la percepción más burda, sin ella no se puede construir una candidatura. Pero ¿qué proyecto de país tienen los otros? Si nos dejamos llevar por los reflectores el empobrecimiento de propuestas será dramático: sólo escucharemos a tres de doce. En un menú de doce propuestas de, por ejemplo, cómo capitalizar la industria petrolera, o abatir la deserción escolar, o impulsar la infraestructura, o solucionar las pensiones, o incrementar la recaudación etc., podría haber un enriquecimiento cruzado, por la simple sinergia del debate. Eso no va a suceder si no escapamos de la dinámica de los reflectores. Incluso si al final de la confrontación quedaran los mismos tres, Creel, López Obrador y Madrazo, el simple hecho de haber tenido que defender sus propuestas frente a Cárdenas, Barrio, Jackson, Yarrington, Martínez, González Parás, Castañeda, Núñez Soto, Cárdenas Jiménez, Alemán y quien se sume, le daría una calidad distinta a la carrera por la Presidencia.
Los codazos, zancadillas y majaderías que estamos viendo todos los días, en nada enriquecen a México. El país y sus terribles problemas exigen mucho más. Creer que la garantía de legalidad en el proceso basta es una ingenuidad sin perdón. Lo estamos viviendo. De los partidos muy poco podemos esperar: son resumideros de descrédito. Escapemos de la trampa de los reflectores. Hagamos de la sana competencia un verdadero proceso de selección de los mejores. Muchos millones de mexicanos se lo merecen.