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Veneno

Federico Reyes Heroles

La política envenena. Sus efectos pueden ser leves y pasajeros. Pero la política también puede desatar sentimientos humanos perennes, ira, odio, que corren por la sangre de los pueblos durante años, décadas, siglos en ocasiones. De la furia nazi, al conflicto árabe-israelí hoy, de la España fracturada entre republicanos y franquistas a la persecución de McCarthy en Estados Unidos. Las amistades se rompen, las familias se rasgan, pueblos enteros caen presas de pleitos fraticidas. El odio podría convertirse en el siglo XXI en la fuerza política más poderosa, escribió William Pfaff (The Wrath of Nations). Las reacciones virulentas hablan de comunidades que se sienten amenazadas, donde todavía los anclajes institucionales no dan suficientes garantías a los ciudadanos. Los bajos niveles educativos agravan el envenenamiento.

Los políticos, en su afán por llegar al poder, tienden a envenenar a las sociedades. En esta elección se decide entre Satán y los Ángeles mismos, nos dicen. La vida nos va en ello. Desatar furias se convierte en un negocio. A la larga ellos se van, ganen o pierdan, pero el veneno inyectado se queda circulando. Que la política envenene lo menos posible es responsabilidad compartida. En las últimas décadas México ha estado expuesto a varios jugosos procesos de envenenamiento colectivo. El 87 y 88, con la carga de traición e intolerancia lanzada contra los disidentes priistas, Cárdenas y Muñoz Ledo, los más visibles. El patíbulo callejero contra Salinas y su familia. La brutal división provocada por el levantamiento del EZLN: ser mestizo era sinónimo de impureza y pecado. La estrategia foxista contra el pasado priista que ha durado seis años. El patético proceso de desafuero que dividió a la nación en un falso dilema. La idea de complot de AMLO que erige a la conjura en una amenaza permanente. La estigmatización de AMLO y Madrazo como los demonios mismos. La lista es larga y responsables son todos. El grado de envenenamiento de México hoy no corresponde con la realidad. Pero los costos del envenenamiento, de los fantasmas, en inversión y empleo son, ellos sí, muy concretos.

Se trata de una elección guiada por una institución, el IFE, con 15 años de vida y alto reconocimiento popular. Que los consejeros no tienen la presencia nacional de otros, que el voto en el extranjero será un fracaso, que los costos de las campañas son ofensivos, todo es cierto y sin embargo el IFE está mas allá. Pero también tenemos al Tribunal Federal Electoral y su creciente reconocimiento y a la Fiscalía Especial. México no va a renacer tampoco a colapsarse el dos de julio. Si AMLO, que para muchos es la gran amenaza, llegara al poder, lo cual es posible, se encontrará con una serie de anclajes y candados institucionales que limitan el mítico e indeseable poder omnímodo del presidente mexicano: el Banco de México, la Auditoria Superior de la Federación, la CNDH, el IFAI, el INEGI ¡por fin con carácter autónomo! No hay reinvención posible.

Por si se nos olvida, los equilibrios de las fuerzas políticas en el Legislativo Federal han sido ratificados por una creciente pluralización de los legislativos locales. Sólo hay cuatro entidades donde ello no así, la capital una de ellas. Además contamos con la demostrada independencia de un Judicial cada vez más involucrado. Nunca antes en nuestra historia reciente habíamos tenido una Corte Suprema tan firme. Pero allí no acaba la enumeración de contrapesos, gracias a la internacionalización del derecho, la soberanía ya no puede convertirse en égida del despotismo. Decenas de convenios internacionales limitan las acciones gubernamentales. En paralelo a los buenos negocios, los tratados comerciales tienen ese efecto civilizador. En eso México es, todavía, puntero.

A todo ello deberemos sumar que hace unos días los diputados aprobaron una reforma que daría autonomía a varias instituciones centrales del sector financiero: el Servicio de Administración Tributaria y a tres comisiones nacionales, la Bancaria y de Valores, la de Seguros y Fianzas y la de Ahorro para el Retiro. El Ejecutivo y el Senado compartirán esa responsabilidad. Se trata de un paso muy relevante en la construcción de certidumbre. Faltan varias: Ministerio Público, Conacyt, Conaculta, INEE, Cofetel, Matías Romero, Arbitraje Médico, etc. (ver Cárdenas Gracia, J.F. Una Constitución para la democracia. UNAM) Lo curioso es que ahora los mismos detractores del país de un solo hombre, AMLO en particular, ven en este avance de las instituciones una estrategia amañada de control del próximo presidente. Pues si, se trata de institucionalizar el poder, sea quien sea el próximo presidente. Entre más candados menos miedo.

Lo interesante es que en un país de poderes acotados, donde las reinvenciones no son posibles, el veneno debería prender cada vez menos. Allí es más difícil vender fantasmas como lo ha hecho Chávez o lo intenta Evo Morales en Bolivia. Eso debería estar ocurriendo en México. Sin embargo la intoxicación política avanza. Estamos todavía muy lejos de la elección. Puede haber muchas sorpresas pero, por el veneno que hoy circula, ya sabemos de días aciagos repletos de polarización. Si gana el PRD o el PRI será en infierno nos dice el PAN. La victoria del PRIAN es entregar al país a Lucifer dice el PRD. Apaleado, el PRI tiene menos oportunidad de satanizar. Pero ¿qué vamos a hacer con todo ese odio que busca votos? ¿Cómo lo vamos digerir? Porque el tres de julio nos podríamos levantar en un país habitado por una mayoría de defensores del demonio y todos tendremos que convivir.

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