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Ver hacia arriba.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

A muchos coahuilenses nos haría falta sentir orgullo por lo que somos, por lo que poseemos y por lo que hacemos; por la ciudad donde vivimos, por nuestros coterráneos distinguidos, por lo que produce nuestra tierra, por el pasado histórico y por los hechos positivos que se relacionen con el sitio en que nacimos o en donde hemos vivido desde hace mucho tiempo; todo eso, en una perfecta adición, totaliza una suma de satisfacciones que nos urge rescatar y enarbolar con orgullo. Pensar en grande...

No es la primera ocasión que abordamos el tema: Coahuila se divide en regiones, pero sus esfuerzos no se consolidan mediante un impulso estatal significativo. Hubieron recelos históricos entre Torreón y Saltillo que deberían quedar en el pasado, y a título anecdótico. Otros municipios han sentido igual difidencia respecto a aquellos dos. Pero sería un hecho absurdo que conforme creciéramos en logros materiales localistas se nos achaparrara el orgullo al nivel del suelo. Somos una entidad in crescendo que pugna por ir hacia arriba, aunque a ratos demos la impresión de sacrificar nuestras mejores posibilidades de avance material, político y social en el ruñidero de las desavenencias electorales, en las incomprensibles escisiones de la cultura y en otros motivos de encono regionalista.

Pero ¿qué es lo que nos puede llamar a orgullo?... ¿de qué podemos sentir ufanía los coahuilenses? Saltillo, no hace mucho tiempo se abanderaba en la cajeta de membrillo, los perones en las huertas, la romántica evocación del poeta Manuel Acuña, sus intelectuales y no había desleído la creencia de que era “la Atenas de México” un lema elucubrado en el siglo XIX ante el nacimiento del Ateneo Fuente y la Escuela Normal, dos formidables instituciones educativas fundadas por el liberalismo coahuilense.

Luego vino la Revolución Mexicana, convocada por Francisco I. Madero y consolidada por Venustiano Carranza, coahuilenses ambos. El orgullo histórico y cultural, no hizo emerger una acción colectiva de empuje para bruñir nuestros blasones y por muchos años fuimos una población limitada, con una industria incipiente y una zona rural en crisis que vivía de la recolección de ixtle y candelilla; igual que nuestras zonas áridas. Sin embargo en los años cuarenta empezaba a desarrollarse una región frutícola y triguera en la Sierra de Arteaga.

En el siglo XXI integramos una floreciente zona industrial con Ramos Arizpe al oriente y Parras al poniente. La Comarca Lagunera también tuvo su época de gloria a fines del siglo XIX y principios del XX, consecuencia de la inmigración española y de un terco e intenso cultivo agrícola: el algodón. Y después de crisis con el reparto agrario, que conmocionó a la región durante un tiempo y otra vez de éxito pues no tardaron en llegar las inversiones del Gobierno Federal, la apertura de la presa El Palmito, la conducción del agua en canales a las diversas áreas comarcanas, los créditos de la banca oficial, el establecimiento de plantas industriales, la mecanización de la agricultura y el extraordinario desarrollo urbano y rural que ha acreditado, para Torreón, su más importante población el lema de “Ciudad de los grandes esfuerzos”.

Así nació la actual sociedad en que conviven democrática y generosamente los laguneros de todas las clases sociales y económicas, unidos siempre en pelear y obtener el apoyo del Gobierno para la satisfacción de sus necesidades colectivas. El centro del Estado, con Monclova a la cabeza se convirtió, por los años cuarenta en la capital mexicana del acero gracias a las inversiones en siderurgia del visionario Harold Pape, cuya empresa AHMSA tuvo altibajos al parejo que la economía del país, endeudada al máximo y mal conducida por los políticos, en vez de los financieros.

No obstante, Monclova se ha desarrollado como una colectividad esforzada y emerge, después de cada crisis, con renovados bríos. Hoy lucha por surgir otra vez, como la mítica Ave Fénix. Igual ha sucedido en las sabanas ganaderas del Norte, en la zona carbonífera, en la región de los cinco manantiales y en las áreas fronterizas de Acuña y Piedras Negras.

Dentro de muy poco esta área coahuilense recibirá a una empresa que dará trabajo e empujará la economía regional. Más que nunca los habitantes fronterizos podrán sentir justificada satisfacción por el desarrollo de sus pueblos y ciudades y van a luchar, estamos seguros, por impulsarlo mejor, con mayor dinamismo y cotas más altas. Pero lo que nos falta es unir todos nuestros esfuerzos y sentir un gran orgullo por nuestro Estado, como el que concebimos por cada una de nuestras regiones.

Aunque enfrentemos problemas y necesidades y nuestro corazón palpite con los recuerdos de la historia y la cultura, es urgente que también se conmueva con otros incentivos para el orgullo coahuilense. Ufanémonos de ser lo que ahora somos: una sociedad mayoritariamente industrial que sabe explotar sus recursos naturales, hace posible la creación de fuentes de trabajo y se esmera en preparar a su niñez y a su juventud para los retos del porvenir.

Ya destacamos en la producción agrícola, en el ramo alimentario, en las comunicaciones terrestres, en la urbanización y saneamiento de los centros urbanos, en la cultura y en muchos otros campos de la vida moderna; ahora se hace necesario tener una vigorosa presencia en la política nacional, pues somos parte de un país en proceso de cambio y no debemos permitir ningún rezago en ninguna área y en ninguna actividad.

A casi cien años de los esfuerzos democráticos de Francisco I. Madero y de Venustiano Carranza, hoy es el tiempo y la oportunidad de volver a poner nuestros ojos y nuestra pasión en la lucha política del país. Pensar y sentir en grande; y actuar en grande con entusiasmo colectivo y absoluta convicción. Podemos hacerlo, debemos hacerlo: ¡hagámoslo!...

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