Dudo que exista un mexicano que en alguna ocasión no haya renegado del país en el que le tocó vivir. Cada día nos quejamos de nuestra realidad y responsabilizamos a nuestros gobernantes por todos los lastres que el pueblo debe arrastrar.
Pero la verdad es que vivimos en un gran país. Es cierto que la corrupción abunda, pero ¿acaso somos la única nación sobre la Tierra en donde los funcionarios públicos buscan aprovechar sus cargos para obtener el máximo beneficio personal? Definitivamente no. En las potencias más desarrolladas, grandes escándalos surgen debido a los desvíos en los que incurren los gobernantes. En estos países también existe la impunidad y los grandes corruptos disfrutan de la más ostentosa libertad.
Nos solemos quejar también por la inseguridad pública, pero la verdad es que también en Nueva York se cometen asesinatos a plena luz del día y en Madrid en este mismo instante están asaltando a un turista despistado.
El pobre nivel político es algo que suele preocuparnos. Para nuestros diputados alcanzar un acuerdo se ha convertido en una meta inalcanzable, provocando un rezago del que nos costará mucho trabajo reponernos. Pero no solamente en México los políticos buscan acarrear agua a sus molinos. En España, por ejemplo, existen grandes pugnas entre el principal partido opositor y el partido gobernante, lo cual podría entorpecer en un futuro acuerdos indispensables para el futuro de esa nación europea.
Pero encima de todos estos problemas, que de ninguna manera son minúsculos, tenemos el privilegio de vivir en paz.
A diferencia de países como Estados Unidos o Inglaterra, nosotros no estamos bajo la continua amenaza de ataques terroristas que arrebaten definitivamente nuestra tranquilidad.
Desde aquel 11 de septiembre, los estadounidenses no duermen en paz. La vigilancia en las fronteras es exhaustiva y las medidas de seguridad en los aeropuertos es exagerada.
Lo mismo sucede en Inglaterra, cuando terroristas de la Organización Al Qaeda/Yihad en Europa volvieron a sembrar el pánico con sus bombas.
Todo ataque terrorista resulta condenable. No importa los fines que se persigan. Sin embargo, más que responsabilizar a los terroristas islámicos sobre los atentados, debe reconocerse en esto la culpabilidad del Gobierno inglés.
Decía Montesquieu, célebre escritor francés, que cuando uno busca tan extremadamente los medios de hacerse temer, encuentra antes siempre el medio de hacerse odiar. Inglaterra, al apoyar a Estados Unidos en la guerra de Irak, despertó el odio en pueblos que encuentran su propia salvación en el dolor ajeno.
Hoy el sufrimiento está en territorio inglés. Pero ayer, fueron los mismos ingleses quienes sembraron el terror al disparar sus armas contra miles de seres humanos inocentes.
Tres fueron los promotores de la invasión a Irak y todos ellos han recibido ya respuesta a sus despreciables actos. Estados Unidos, España e Inglaterra fueron víctimas de actos terroristas de diferentes magnitudes, pero de resultados idénticos.
Estos países, así como todos aquellos que vean a la guerra como una herramienta de alcanzar sus propios fines, deben aprender aquella sencilla lección que nos dice que la violencia engendra más violencia.
Don Jacinto Benavente decía que el pretexto de todas las guerras es conseguir la paz. Inglaterra apoyó a Estados Unidos utilizando ese pretexto para emprender la primera guerra de este nuevo siglo, sin embargo, lo único que ha encontrado es más dolor, más tristeza y sobre todo, la intranquilidad constante de todo un pueblo.
Por eso, antes de lamentarnos por vivir en México, debemos dar gracias a Dios por nuestra tierra, aunque en ella una pandilla de malos mexicanos busque minar nuestro futuro con sus actos corruptos y sus triquiñuelas para obtener el poder.
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