La violencia invade a México de manera impresionante.
En las últimas horas en Nuevo León fueron encontrados dos cuerpos calcinados y dos personas más fueron ejecutadas a plena luz del día en la céntrica Plaza Fiesta San Agustín.
En Sonora, cuatro sujetos fueron asesinados en las inmediaciones de Caborca, sin faltar su respectivo tiro de gracia en cada uno de los cadáveres.
La ola de asesinatos de 2005 en todo el país crece sin freno en medio de la ineficiencia de las autoridades y el estupor de la sociedad.
En cuatro meses se registraron más de 50 ejecuciones en Baja California, la mayoría de ellas en Tijuana, incluyendo el reciente homicidio de un empresario que fue “levantado” por un comando armado en un conocido club deportivo.
En Sinaloa los números son impresionantes. Suman 171 ejecuciones de enero a abril lo que ofrece un promedio de 1.4 muertos por día. En Tamaulipas tampoco cantan mal las rancheras con un total de 45 ejecutados.
Un diario de la Ciudad de México comparó estas cifras con las bajas del Ejército norteamericano en Irak durante el 2005. Para colmo la lista de ejecutados en Sinaloa, Baja California y Tamaulipas fue de 265 entre enero y abril contra 252 de las registradas en suelo iraquí.
¿Qué está pasando, pues, en nuestro querido país? ¿A qué horas inició y recrudeció esta ola de violencia que prometió exterminar el Gobierno de Vicente Fox al llegar al poder en el año 2000? ¿Qué estamos haciendo los mexicanos para evitar esta grave situación que afecta a toda la población, sin importar sexo, condición social ni grado educativo?
Estos crímenes están en un 90 por ciento ligados al narcotráfico y a otras ramas del delito organizado, pero a diferencia del pasado hoy en día no respetan a nadie.
Igual son ejecutados mujeres y ancianos que doctores, periodistas, abogados, médicos y hasta sacerdotes.
Tampoco existe la más mínima consideración para realizar los homicidios. Los hay de todos los métodos posibles, algunos con saña y crueldad propias de mentes psicópatas como ocurrió con un joven de 15 años, quien asesinó a su cuñada y a sus tres hijos pequeños, y dejó gravemente herido a su hermano, en Tijuana.
Si se trata de buscar culpables podríamos publicar una larga lista de nombres, desde los altos funcionarios hasta los policías y jueces corruptos, sin olvidar a una sociedad complaciente que hoy en día prefiere esconder la cabeza y disimular que nada pasa.
Pero si nos dedicamos a buscar soluciones para poner un hasta aquí tendremos una lista más larga en todos debemos comprometernos para extirpar de raíz este cáncer, consecuencia de la degradación social que vivimos desde hace varias décadas.
México padece un ambiente de corrupción que no respeta sectores ni gremios al tiempo que la violencia doméstica se multiplica, producto de los divorcios, la desintegración y la ausencia de valores morales y éticos.
Por si fuera poco la drogadicción y el alcoholismo, sumados al negocio del narcotráfico, complicaron la situación. La riqueza, poder y grado de violencia de los narcos llegó a extremos jamás pensados, amparados en una perversa impunidad.
¿Por dónde empezar, se preguntará usted? Tendremos que iniciar por nosotros mismos, denunciar los hechos, salir de nuestra complacencia y disimulo, exigir a las autoridades su responsabilidad y voltear a nuestro entorno familiar.
A estas alturas regresar al México pacífico y seguro de antaño será posible con la voluntad y esfuerzo de los ciudadanos. Lamentablemente las autoridades mostraron su fracaso.
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