Sí, me encantaría celebrar. Me encantaría gritar ¡Viva México! Me encantaría celebrar México. Me encantaría, pero no puedo. Y antes de que usted se apreste a ponerme de espaldas en el paredón, con los ojos vendados y se disponga a “fusilarme” por traidora, permítame explicarle.
De mi patria amo sus paisajes, desde el mar que siempre me conquista, me seduce, me subyuga, hasta su desierto que siempre me impone, me pasma, me quita el aliento. Amo sus montañas y sus volcanes, especialmente cuando están dormidos o nevados. Amo sus comidas, desde las increíbles carnes del norte hasta los incomparables papadzules, pasando por el delicioso pozole y por supuesto, los tacos.
Amo que haya tanta variedad de paisajes y de comida que necesitaría otra vida para ver y comer todo lo que puede ofrecerme mi país. Amo sus bailables, desde el baile del venado hasta la jarana, pasando por le baile de los chicleros y el jarabe tapatío. Amo las maravillas que hacen nuestras artesanas y artesanos, desde un huipil bordado majestuosamente por manos mayas hasta un traje de charro lleno de luces, o un sombrero de palma o una hamaca de hilo de seda o un jarrón de barro negro o un sol de Talavera.
Amo saber que también necesitaría otra vida para admirar todas las artesanías que hacen las manos de mi país. Me encanta el café de Chiapas o de Veracruz; también el tequila, seco con limón y sal, el agua de sandía, de pitahaya, de mango. Para acabar rápido, amo la fiesta de los sentidos que es México.
Pero no basta eso para celebrar. Y menos basta una campaña mediática promovida por Televisa. No. No basta pintarnos la cara con los colores patrios, ni cantar El rey, a voz en cuello con mariachis. Y no basta para mí porque penosamente no estoy orgullosa de mi México. No me enorgullece lo que hemos hecho, por acción u omisión con este México nuestro.
No me enorgullece que más de la mitad de nuestra población sea pobre, pero, al mismo tiempo, un mexicano sea el hombre más rico de Latinoamérica. No me enorgullece que millones de mexicanos vivan con menos de un dólar diario, que niños y niñas se mueran por enfermedades relacionadas con la pobreza. No me enorgullece que sus esperanzas se reduzcan a cruzar el río Bravo así sea teniendo que tutearse con la muerte.
No me enorgullece que la corrupción sea considerada como parte de nuestra idiosincrasia y lo inunde todo, lo vicie todo, lo pudra todo. No me enorgullece que la delincuencia, la organizada y la desorganizada, sean un factor real de poder, con el que hay que convivir, con el que hay que negociar, al que hay que soportar. No me enorgullece que la impunidad sea el pan nuestro de cada día. No me enorgullece tener las policías que tenemos, la procuración de justicia que tenemos, los jueces que tenemos. Menos me enorgullece tener la clase política que padecemos.
No me enorgullece que la vida y la integridad de una mujer mexicana valga tan poco, pese tan poco, duela tan poco. No me enorgullece que las mujeres asesinadas, agredidas, violentadas, tengan que contarse por cientos para que signifiquen algo, y aún así requerir que cientos de voces femeninas se alcen para ser una molestia y entonces, sólo entonces, ser escuchadas.
No me enorgullece, en fin, que la patria que heredaré a mi hijo, a mi hija, sea más peligrosa, más corrupta, más llena de delincuentes, más llena de oportunistas vestidos de políticos, más penosa, más difícil, más… No, no me enorgullece entregar una patria hecha jirones.
Pese a todas las cosas bellas y buenas que tiene México, No, No estoy orgullosa de mi país, y eso me duele profundamente.
Todo fuera como tomar tequila y cantar Paloma Negra o “México lindo y querido si muero lejos de ti…”, o bailar con la cabeza bien erguida una jarana yucateca, o poner una banderita tricolor en el coche. Todo fuera como acudir a la Plaza y gritar con el gobernante en turno ¡Viva Hidalgo!, ¡Viva Juárez!, ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!, ¡Viva México! Todo fuera como eso.
Me parece que el poeta Carlos Pellicer escribió: “La Patria necesita aquellos hombres que le hagan ver la tarde sin tristeza”. Coincido. La patria necesita a los hombres y a las mujeres capaces de ser más grandes y más fuertes y más tenaces que sus depredadores; necesita a los hombres y mujeres capaces de lavarle la cara, de curar sus heridas, de abrazarla y procurarla y honrarla con inmenso amor.
Hoy no. Hoy no puedo. Hoy no voy a gritar ¡Viva México! Disculpe usted, en otra ocasión será.
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