EL SIGLO DE TORREÓN
Rocío, Georgina, Érick y Mariana, comparten la misma vocación: ayudar a los que lo necesitan
COMARCA LAGUNERA.- Apenas tiene 18 años de edad y su experiencia es muy vasta. En tres ocasiones Dios le ha otorgado la complacencia de visitar dos comunidades de las más humildes de todo México, en el Estado de Durango.
Ella es Roció Rodríguez Martínez, una joven que desde hace tres años, comenzó a ir a las misiones que en sus escuelas organizaban, tanto en el Villa de Matel como en el Instituto Francés de La Laguna de origen lasallistas.
La única misión de los jóvenes que acuden a comunidades rurales en extrema pobreza, es la de contagiar a sus habitantes con la palabra de Dios. Con algunos recuerdos todavía frescos, Rocío evoca cada uno de sus viajes a El Salto y Tierra Blanca en la entidad de los alacranes.
“Aprendemos tanto de esa gente, nos enseñan a ser humildes. Imagínate, sólo una vez en nueve días nos bañamos y comemos lo mismo todos los días, es cuando entonces uno valora todas las comodidades que tenemos en la casa por los sacrificios de los padres”.
Su sonrisa esboza un sentimiento de felicidad cuando habla de todas aquellas personas que guardan sus cosechas del año para entregárselas cuando los misioneros llegan. Habla con un ánimo que se refleja en su mirada, como si dentro de sus ojos estuviese la película que vivió hace un par de años.
“Es impresionante ver que a pesar de que no tienen dinero son felices, se divierten, disfrutan lo que tienen y lo comparten sin medida a los demás, ésa es una bonita experiencia que todos debemos aprender”.
En una de las fotografías que guarda como recuerdo, Rocío aparece abrazando a un niño de una de las comunidades que visitó. El cariño que ella brindó a las personas fue devuelto dos o tres veces más, lo que le provoca todavía un suspiro de alegría.
Esos días lejos de casa, sin la comida a la que se acostumbra y con un baño durante toda su estancia, no le producen tristeza ni vergüenza, al contrario, esta experiencia la toma como una más en su vida que le ayudará a ser mejor como ser humano.
Sus ilusiones están enfocadas en la gente que menos dinero y oportunidades de trabajo tiene. Ésas son las personas a las que Rocío admira por su valentía de seguir adelante en condiciones de extrema pobreza, que permiten a “Chío” ver la nobleza de las personas aun cuando su vida no está llena de satisfacciones materiales.
Aunque hoy ya no está en una escuela lasallista, Rocío pretende seguir asistiendo a las comunidades para convivir con la gente. En la actualidad, “Chío”, como la conocen sus amistades, es estudiante de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) y cursa el segundo semestre de sicología.
Ternura y atención
Su aspecto parece el de una niña, nadie puede imaginar que ella es una mujer que ayuda sin esperar el reconocimiento de la gente. Es muy joven, tiene 18 años y ya conoce la pobreza, el dolor y la muerte de algunos de sus prójimos. Georgina Chiffer Calderón es amante de los niños.
“Coquis”, como la conocen sus amistades, estudia en la escuela Makarenko, en la carrera de puericultura. Durante algunos meses, ha visitado niños enfermos de síndrome de Down, con parálisis cerebrales y autistas. La diferencia entre uno y otro no existe para ella.
Ayudar es su gusto, satisfacción y orgullo. Cada vez que ve la oportunidad de ayudar, la aprovecha sin mirar a quién. Su familia sabe de su temperamento y sus sentimientos. Ella es una adolescente que sólo piensa en tener a su prójimo reconfortado.
Aún no empieza su servicio social y ya comenzó a realizar diversas actividades en pro de los niños enfermos. Ellos lo agradecen con una sonrisa que para ella significa una satisfacción enorme. Cada acercamiento con los niños, representa para ella un encuentro con la vida.
“Yo siento mucha ternura por los niños, son muy tiernos y su felicidad es muy grata para mí. Muchas veces nos acostumbramos que la gente que ayudamos no nos agradece, pero eso no es lo importante, lo que realmente importa es que ellos estén bien”.
La gastronomía es uno de sus pasatiempos preferidos y la encausa para el beneficio de los demás. En una ocasión, llevó a los infantes de una casa de atención para niños, pasteles, dulces y una piñata para que festejaran; las sonrisas brotaron por doquier y su ánimo se enalteció.
“A mí lo que más me ha impresionado es cuando fui a una colonia que le dicen Cartolandia; esa gente vive al día. Un día puede caer la lluvia y sus casas se destruyen. No tienen a nadie que les ayuda y entre ellos mismos se echan la mano”.
Con tristeza, recuerda que una vez que caminaba por el centro de la ciudad de Torreón en compañía de una amiga, observaron la presencia de una india con su hija, la cual no tenía blusa que la cubriera del frío. De repente, tomó una de las blusas que su compañera traía y la entregó a la menor.
“La gente que ayuda a los demás debe saber que no se tiene que esperar algo a cambio. Lo que realmente importa es que ellos estén bien. Hay cosas que les pasan a la gente pobre y que uno ni se imagina. Nosotros nos andamos quejando por nada de lo que a ellos les pasa”.
“Coquis” sigue estudiando. Aunque en su escuela no le pidan su servicio social todavía, ella no espera. Su motivación principal es saber que con sus acciones, otras personas podrán ser felices con poco de lo que ella puede dar.
La inquietud, el motor
Del servicio social a la solidaridad Érick Montoya Gallegos tiene 20 años de edad, estudia en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Desde hace dos navidades, visita comunidades humildes con el orgullo de ayudar.
Érick estudia el octavo semestre de la carrera de Administración de Empresas, sus padres viven en Torreón de donde él es originario. Aunque su posición parezca privilegiada, no ostenta su capacidad económica para sentirse mejor ante los demás.
Sus primeras visitas fueron a Arteaga, específicamente en San Francisco y El Porvenir, donde sus habitantes se quejan de la falta de agua potable y luz eléctrica. Son comunidades en donde lo único que les sobra es la amabilidad y las ganas de compartir.
Pero Érick es un joven que también desea dar lo mismo, sin obtener nada a cambio. A pesar de que su servicio social es una obligación, también es cierto que éste le marcó la pauta para descubrir su verdadero oficio: el de ayudar a la gente que menos recursos económicos tiene.
Una de sus labores en los poblados, es la de dar talleres a los adultos, ya sea de electricidad y carpintería, con el objetivo de que ellos mismos logren elaborar sus muebles. Además, Érick enseña el idioma del inglés básico y herramientas de estudio.
“Recuerdo que el salón es un cuarto pequeño y apenas si cabemos. En la comunidad hay muchas carencias, no tienen drenaje, ni pavimento, apenas si pueden vivir con las cosechas que tienen en todo el año y siempre te dan de esa comida, no tienen mucho pero te dan lo que quieras.
“Todo lo que uno hace por ellos te deja una satisfacción enorme, personal, porque es ahí cuando uno valora todo lo que nos dan nuestros padres; conocemos gente con la que muy pocas veces en la vida convivimos y es una experiencia muy padre”.
Esos días de invierno, Érick sólo comía lo que la gente le daba. Por las mañanas, al levantarse, lo primero que su estómago recibía era un buen vaso de leche bronca. Por las tardes, los habitantes hacían tortillas de harina hechas a mano con un buen plato de frijoles recién cocidos.
Los días transcurren lentamente, mientras en el pensamiento de Érick, pasan imágenes de lo que es la vida diaria en el campo. Es difícil, dice, pero se acostumbra a las carencias, a la falta de servicios públicos, todo con tal de estar un rato con la gente más necesitada.
Érick terminó sus horas de servicio social y su inquietud por ayudar no ha terminado. Cuando así lo desea, acude al llamado de su escuela para ir atender a la gente. Su experiencia está plasmada en cada esfuerzo de los habitantes de San Francisco y El Porvenir por salir adelante cada día.
Amar al prójimo
Uno de los principales deberes de los socorristas de la Cruz Roja es creer en la vida y amar a la humanidad. Mariana Vianey Alvarado Villela sigue firmemente estos conceptos que le ayudan a servir a los que más la necesitan.
Mariana tiene apenas 19 años de edad. Es originaria de Ciudad Juárez, Chihuahua y ya ha convivido con varias personas que jamás en su vida había visto. Ella es enfermera de la Cruz Roja Delegación Francisco I. Madero.
Hace un año y medio, ingresó a la benemérita institución. Luego de estudiar tres años en la escuela de enfermería Benito Juárez, se enlistó para realizar su servicio social. Uno de sus principales objetivos es ayudar a la gente.
Sólo un día a la semana acude a la Cruz Roja, los domingos de las 08:00 a las 20:00 horas. Son doce horas en las que la joven rubia, permanece en las instalaciones recibiendo a las personas heridas y enfermas para atenderlas sin ofrecerles un gesto desagradable.
“Creo que uno se siente bien cuando la gente agradece el trabajo que realizamos; no es necesario que lo hagan pero es importante cuando reconocen la labor y esfuerzo que tenemos por ayudarlos sin nada a cambio, es una satisfacción humana”.
Dentro de la Institución, Mariana aprende mucho. Hay trabajos que no le corresponden a una enfermera, pero ella ya los sabe desempeñar. Estando en la Cruz Roja, la joven que nació el 15 de diciembre de 1985, conoció cómo debe hacerse una sutura.
Tantas inquietudes jamás le obsequiaron la oportunidad de enamorarse de una carrera de medicina. Admite que jamás le pasó por la mente matricularse en una universidad o Facultad, sus razones las expone de una manera sencilla, fácil y comprensible.
“Lo que sucede es que la relación entre enfermera y el paciente, es mucho más estrecha que la de doctor-paciente. A mí me gusta mucho convivir con la gente y ayudarla, entonces nosotras pasamos más tiempo con los enfermos y heridos que los médicos con ellos”.
Desde los años ochenta, Mariana ya daba signos de su profesión. Conforme fue pasando el tiempo, la renuencia de sus padres se acentúo más, debido al concepto que ellos tenían de un oficio como el que su hija quería desempeñar.
“Me decían que no ganaría mucho dinero, pero aun así me decidí por esto. Esta profesión es de mucho sacrificio: tuve que dejar de ir a unas fiestas, reuniones y a muchos lados porque se requiere de tiempo y dedicación”.
Mariana desea seguir de enfermera, pero en estos momentos su mayor anhelo es convertirse en socorrista. Asegura que la destreza de estas personas, ayuda a adquirir experiencias y satisfacciones inimaginables.
Otros de los deberes son: de nunca esperar recompensa; dar bondad, nobleza y ternura; solidarizarse con el lesionado, considerarse enemigo de la muerte; servir, no servirse de la insignia, no importan las inclemencias del tiempo; ver las clases de lesiones, no las clases sociales y por último, ser socorrista no es una obligación, es un deber que nace aun a costa de la vida.