EL TORERO GRANDE...
Tengo que confesar que aún extasiado por la Corrida de Aniversario de la Plaza de Toros México, dedico estas letras a desfogar la emoción contenida.
La fiesta brava exige el gusto personal, cada uno tendrá su favorito, pero una vez más quedo convencido que el relajado torear de Enrique Ponce me llena el gusto por los toros.
Eulalio López ?Zotoluco? nunca dudó en arrimarse y hacerle sentir su dominio al toro, arte puro en su trastear; qué decir del indulto del ?Juli?, en verdad un poema, mira que seguir toreando cuando lo llevaba de vuelta al corral, es un desvergonzado del buen torear, ambos serán el centro de atención en otra ocasión, hoy sólo tengo palabras para el torero grande.
Nacido un ocho de diciembre de 1971 en Valencia, España, Enrique Ponce heredó el gusto por la lidia. Sobrino nieto de Rafael Ponce ?Rafaelillo? y nieto de Leandro Martínez Toledo ?El Maxillano?, ambos toreros de antaño, encontró en este último la pasión por tomar el capote y burlar las embestidas de las vaquillas.
Enrique fue considerado en España como un precoz del toreo, su inteligencia poco natural lo han llevado en hombros por el mundo entero.
Pocos como él para entender los caprichos del toro, mas no conforme con hacer lo que el animal le pide, se enterca con encontrarle lidia y faena al más terco, lento y malo de los toros.
Lo más sencillo para describir a Ponce es lo que muchos han dicho: ?Hace ver fácil lo difícil?. Aun el toro más débil de la tarde, el más distraído, el más hosco, ese no podrá resistirse a los encantos del gran trasteo de Enrique.
Ponce se vistió de luces por primera vez el diez de agosto de 1986 en Baeza, dos años después, el nueve de marzo del ?88 debutó en una brillante campaña novilleril, para que en 1989 fuera el puntero en los festejos de novillos en España y Francia.
En su propia casa, Las Fallas de Valencia, decidió tomar la alternativa el 16 de marzo de 1990 con toros de Joao Moura, ni más ni menos que ?Joselito? lo apadrinó, quizás ahí robó la magia de los ruedos, mientras que Litri fue el testigo aquella tarde.
Ese mismo año, el 30 de septiembre confirmó en Madrid con encierro de Diego Garrido, Rafael de Paula lo apadrinó y Luis Francisco Esplá fungió de testigo.
A la fecha han sido más de 2,500 toros estoqueados con una gran cantidad de rabos y no se diga de orejas, de 1992 al 2001, es decir durante diez años consecutivos se presentó en más de 100 corridas por año, cortando en promedio 140 orejas.
En la historia de la tauromaquia es el líder en indultar toros, tiene más de 25 en España, Francia, Colombia, Venezuela y Ecuador.
Son muchos los premios y distinciones que lo consagran en la fiesta brava, pero nada quedará tan presente como las tardes de éxito en las grandes plazas, así como en la México a inicios de 2005, un pinchazo en todo lo alto le quitó cualquier trofeo, porque merecía todos.
Difícilmente alguna plaza se le ha resistido, ha visitado las de todo el mundo, y en donde se planta se deja ver por el torneo, porque él difícilmente se mueve, plantado sobre la arena, como estatua hace ir y venir al burel, dando pases de magia y complemento, toreo estético y bueno.
El temple con que lleva a sus enemigos hacen pensar que él se mete en sus pezuñas, adormece al toro y lo liga a su muleta, lo embebe con su ritmo lento y dulce a la vez, se embriaga con la nostalgia del toro que va muriendo y casi amarrado a la lengua del viejo trapo rojo.
Es un manjar con el capote y un deleite con la muleta, el ayudado sólo tiembla con el pasear de los pitones y se adentra en los terrenos que el toro suele pedir.
Esa difícil facilidad que le caracteriza para bajar el brazo y como péndulo, con lentitud y ritmo, hace caminar al toro a su antojo, va y viene, por derechazos y naturales, con los pases lindos y en redondo, no tiene alguno preferido, sólo el de aflojar el cuerpo, sacudir los hombros y, erguido, bien parado en el tercio, citar al bravo a cumplir con su toreo irresistible.
Cada quien tendrá su favorito, pero el mismo está cantado, motivos me sobran para convencerlos y tiempo me falta para apreciarlo.
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