Con esto de la Navidad que reúne a todas las familias, mis hijos consiguieron, no sé ni dónde, pues el mío tampoco sé dónde quedó, un proyector de películas de 8 mm. e improvisaron con un mantel una pantalla, pues la correspondiente la última vez que fue usada fue a treinta kilómetros de aquí y no era cuestión de ir de madrugada por ella. Así se proyectaron rollos que duraban tres minutos y rollos mayores que daban hasta doce minutos de proyección. Total que, entre las sorpresas familiares que en esos rollos vimos, vimos también otras cosas, ciudadanas de las que ya ni nos acordábamos: los carnavales, por ejemplo.
¿Qué pasó con los carnavales? La verdad es que su preparación le daba un alegre movimiento a los clubes que en ellos intervenían y a la juventud con eso de la elección de reinas (hermosas, por supuesto) y hasta de reyes feos que también los había. Si no recuerdo mal, aquellos carnavales se suspendieron porque no faltaron damas que convencieran a algunos sacerdotes para que desde sus púlpitos acabaran con ellos como sucedió.
De todo aquello ha pasado una porra de años durante los cuales nuestra ciudad se pasa estas semanas sin mayor cosa qué hacer y los pobres, menos. ¿No será cosa de que los Leones, que eran los que organizaban aquellos carnavales, se pusieran a platicar a ver si quienes los han suplido se sienten con fuerzas y capaces de repetirlos? Al mismo club le servirían los trabajos correspondientes para darles una mayor unidad. Es posible que ya no les quede tiempo para organizarlos, pero al menos que esta llamada sirva para comenzar a platicar sobre ello y el año próximo los vuelvan a intentar, por lo que vimos en aquellas fotos el desfile de carros alegóricos, por ejemplo, hacía salir de sus casas a miles de ciudadanos que iban a verlos, lo mismo que a la reina y a las princesas que iban luciendo en los principales.
Para hacer algo así este año ya no les queda tiempo a los Leones, pero, deben recordarlo, diversiones públicas de este tipo le hacen falta a Torreón y a los ciudadanos también para amar más a su ciudad o para no irle perdiendo el amor que un día le tuvieron. También para no desperdiciar a los hombres valiosos que tienen como miembros, como lo hicieron en aquellos tiempos con gente como Roberto Riverol, como el doctor Francisco Madrid, como el licenciado Homero del Bosque, como Guillermo Cantú, como Alfredo Jaik, en fin, como tantos que hace medio siglo hacían posible eso y más.