En la actualidad la política goza de un enorme desprestigio entre la sociedad mexicana. De todos sus actores son los diputados los que tienen peor fama. Para el grueso de la población su trabajo no queda claro y la percepción popular es que sus altos sueldos son inmerecidos.
Esta fama pública no cambiará en el corto plazo tras la manifestación de violencia ocurrida el pasado jueves en el Congreso, donde las formas más elementales de educación y trato civilizado fueron condenadas al olvido.
Diputados del PRD y el PAN sustituyeron el debate de las ideas por los empujones y los escupitajos, ofreciendo un espectáculo bochornoso a nivel nacional digno de cualquier programa de los denominados “reallity show” tan de moda en estos días.
Tras el juicio de desafuero de Andrés Manuel López Obrador, el ambiente político está polarizado. El país se ha dividido en buenos y malos, no importa quién tiene la razón, lo único importante es defender los intereses partidistas sin importar los de la nación.
La Cámara de Diputados se ha convertido en un ring político, en un escenario de pleitos callejeros protagonizados por los hombres encargados de elaborar las leyes de este país, cuyos sueldos son pagados con los impuestos de los mexicanos que votaron por ellos. Tristemente parece que los legisladores ya olvidaron que son representantes sociales.
Es urgente que el diálogo vuelva a ser la principal herramienta para dirimir puntos de vista distintos, se debe privilegiar el debate de las ideas sobre cualquier manifestación violenta.
Será muy difícil que la población olvide las imágenes escenificadas por los diputados, imágenes que tendrán sin duda un costo político y que sólo contribuyen a aumentar el descrédito que tienen los legisladores entre el electorado.
