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5767/Las laguneras opinan...

Mussy Urow

Ayer al anochecer dio inicio el Nuevo Año judío 5767. Hoy es el primero de los diez días entre esta fecha y el Día del Perdón. Se celebra en el mes hebreo de Tishrei, que a veces corresponde al mes de septiembre y otras a octubre, ya que el calendario lunar tiene variaciones. La tradición judía considera que Dios creó el mundo en este mes.

Para los judíos hoy es el primero de los diez días de recogimiento, penitencia y reflexión, que concluyen con Yom Kipur. A este primer día se le conoce también como Día del Juicio o Día del Recuerdo, porque recordamos los hechos y circunstancias de la vida durante todo el año que ha pasado y porque de acuerdo a la tradición, Dios juzga hoy a los hombres, inscribiéndolos en el Libro de la Vida o en el de la muerte. Sin embargo, la decisión final se confirma diez días después, en Yom Kipur, la última y más solemne de estas fechas. Queda abierta la posibilidad de rectificar las sentencias hasta entonces. Las oraciones y un genuino arrepentimiento pueden conducir a ello, pero el punto de partida debe ser siempre el examen de conciencia individual. Se trata de que cada quién haga un inventario de sus buenas y malas acciones y someta sus conclusiones al juicio de su propia conciencia, que en toda persona sana es juez insobornable.

La festividad del Año Nuevo se concentra en el concepto del “retorno hacia Dios”, quien en su infinita misericordia acepta recibir al penitente, perdonar sus pecados y ofrecerle la oportunidad de comenzar el año con la conciencia limpia.

Durante estos diez días, llamados “Días Terribles” o “Días austeros” el hombre hace un análisis de conducta y entiende que Dios perdona a todos aquellos que se arrepienten de los pecados en la relación hombre-Dios; pero aquellos pecados cometidos por la persona en contra de su prójimo, Dios no los perdona, sino hasta que los haya perdonado el agraviado. Por eso es costumbre que en estos días, se busque a quienes se ha ofendido y lastimado: amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo; los pecados cometidos contra los semejantes serán perdonados sólo cuando nos hayamos reconciliado con la persona a la que le hemos hecho daño. Por lo tanto, antes de pedir el perdón de Dios, debemos pedirlo a nuestro prójimo.

En la celebración del Año Nuevo, los judíos acostumbran saludarse con una bendición: “Que seas inscrito para un año dulce y bueno”. Este primer día es también la “cabeza del año” (significado literal de Rosh-Hashaná) y así como la cabeza comanda al resto del cuerpo, del mismo modo se considera que en este día se predestinan todos los hechos que ocurrirán durante el año. Sin embargo, no debe confundirse esta interpretación como una posición de determinismo: el hombre es responsable de sus acciones. A pesar del juicio que hace Dios de ellas, todo está en manos del hombre, quien tiene la posibilidad de anular el juicio divino mediante un genuino arrepentimiento, oración y práctica de la justicia y rectitud hacia el prójimo.

Al Año Nuevo y el Día del Perdón se les llama también Fiestas Mayores, pues a pesar de su solemnidad, conllevan un carácter singular: pertenecen al mundo de la fe y la espiritualidad pero a la vez exaltan valores que son comunes a todo el género humano y por eso no pierden su atmósfera festiva.

Después de acudir a la sinagoga (donde la hay; se puede rezar en casa) se acostumbra festejar el Nuevo Año con una comida o cena familiar en la que tradicionalmente se comen panes trenzados y redondos, que simbolizan la naturaleza cíclica y eterna de la vida y expresan la esperanza de que el año venidero sea completo como un círculo y no esté marcado por la tragedia. Es costumbre también servir manzanas mojadas en miel para propiciar que el año sea dulce y esté colmado de salud y prosperidad.

Alguna vez escribí, para el prólogo de un recetario de cocina, que el ser humano, en su desarrollo a lo largo de la historia, ha convertido la sencilla acción de tomar alimentos en un sinnúmero de significados; todos los actos importantes de nuestra vida los celebramos alrededor de una mesa: un nacimiento, un cumpleaños o aniversario, una graduación, un matrimonio, una pascua, la navidad, un año nuevo, o sencillamente, una reunión entre amigos y familiares. En torno de una mesa se dan las gracias por las bendiciones recibidas, se resuelven problemas, se festejan alegrías y se comparten, con la sal y el pan, los duelos y las tristezas. Se convive con los seres queridos, se narran viejas historias de familia, se comentan las pequeñas vivencias cotidianas y se proyecta el futuro.

En este 5767 se repite, simbólicamente, el número 7. Coincide también con que en 1907, hace 100 años, se elevó a categoría de ciudad a la entonces Villa del Torreón.

Cuántos esfuerzos, cuántos augurios, cuántas esperanzas. Ese es el objetivo de los rituales que señalan un final y un inicio; la posibilidad de renovar nuestra esperanza, empezar una vez más, aprovechar la oportunidad que se nos brinda.

Ojalá (Quiera Dios) que de aquí al primero de diciembre (por lo menos) los políticos de nuestro país aprovecharan este espacio de tiempo como una especie de “Días austeros” para hacer un genuino examen de conciencia; que se restañaran las heridas, se repararan los agravios, se olvidaran las ofensas y fomentaran un auténtico compromiso de reconciliación que nos una a todos los mexicanos para bien.

¡Que todos seamos inscritos en el Libro de la Vida, para un año dulce y bueno!

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