En las últimas semanas National Geographic ha redifundido el hallazgo de un pergamino antiguo, que contiene la versión según la cual Judas Iscariote entregó a Jesús de Nazareth a sus enemigos, para los efectos de su pasión y muerte, por instrucciones expresas de este último.
El planteamiento actualiza un viejo debate entre el libre albedrío y la predestinación, como motores de las conductas de los personajes que participan en el drama de la pasión del Jesucristo histórico. Lo anterior es de suma importancia, puesto que la libertad humana es el elemento esencial que hace que la conciencia distinga y esté en condiciones de optar entre el bien y el mal, lo que constituye el fundamento de todo sistema moral.
De acuerdo con el planteamiento determinista que contiene el papiro en comento, Judas sería un instrumento ciego e inconsciente en manos del plan de Dios, impedido para oponerse a un destino que lo coloca en forma fatal e inevitable, en el papel de traidor.
Lo anterior muestra el absurdo de un Dios que juega con marionetas en el circo de la historia y genera una apreciación del Iscariote como víctima del proceso de redención de la humanidad, que lo hace inimputable del pecado de deslealtad que supone la entrega de su Maestro por treinta ciclos de plata.
El documento plantea una postura irreconciliable con la doctrina de la Iglesia Católica y del sentido común, pues aceptar la tesis expuesta equivale a considerar que no solo Judas, sino todos los protagonistas del drama de la pasión desde los miembros del Sanhedrín y los sumos sacerdotes judíos, el gobernador romano Poncio Pilatos así como la muchedumbre vociferante que pidió por aclamación la muerte del justo, tendrían que suponerse desprovistas de libre albedrío y por el contrario, considerarse parte de un teatro predeterminado por el destino, lo cual nada tiene que ver con la condición humana.
Sin embargo, el planteamiento no es nuevo. Al través de la historia milenaria de la Iglesia recurre este tipo de conjeturas, que desde luego ofrecen una buena oportunidad de ejercicio intelectual a la luz de los libros del Viejo y Nuevo testamento de la Biblia, que son considerados por los cristianos como textos de inspiración divina y desde luego, diversos textos antiguos o modernos que se oponen a la tradición cristina.
La doctrina de la Iglesia al respecto, se resume de manera magistral en un solo párrafo de la epístola del apóstol San Pablo a los filipenses, que dice: “Cristo siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a su condición divina, sino que por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres”.
Lo anterior implica que dentro del misterio incomprensible para la razón humana y sólo perceptible por el don de la Fe, que encierra la presencia de Jesucristo en la historia y su vida, pasión, muerte y resurrección, participan todos los protagonistas incluyendo al propio Jesucristo, en función de un proceder típicamente humano y por ende, basado en el libre albedrío.
El hecho que las profecías hayan anticipado el desenlace del drama desde los tiempos de Isaías, ocurre debido a lo predecible de la conducta humana que hasta el día de hoy, se reproduce de acuerdo a la visión del Papa Benedicto XVI según al cual, “aún hoy existen crucificados y crucificadores...” y desde luego, tribunales inicuos que condenan sin justa causa, gobernantes que se lavan las manos y discípulos que traicionan a su Maestro como Judas o que lo niegan en forma reiterada como Pedro.
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