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A elevar la capacidad crítica

José Juárez Medina

En estos tiempos aciagos para el país, están surgiendo por todos lados llamados a la prudencia, a mantener la calma, a tratar de tener una actitud abierta y tolerante. Sin duda alguna, para ello ayuda tener una mentalidad crítica, ávida de información plural para la formación de juicios propios. Para estos propósitos la educación es un elemento imprescindible, que en este país, como ha sido ampliamente documentado, está muy rezagada.

Y para efectos de esta reflexión permítasenos hacer el énfasis sobre la acepción cívica, humanista y laica, de la educación; es decir, por ahora, no el sentido de adquirir capacidades para enfrentar con mejores armas el mercado de trabajo. La educación como un factor clave para la estructurar lo social.

Esto es más urgente en la medida que, desafortunadamente, los medios de comunicación masiva, lejos de contribuir a sensibilizar a la gente en los valores sociales, en los valores de la democracia y de asumir una postura crítica y analítica frente a su entorno, son más proclives a la información parcial y sesgada, cuando no a la manipulación, y no estamos hablando de esta coyuntura nada más.

Por eso insistimos que un buen nivel educativo es un factor imprescindible, y urgente, para elevar la calidad de la democracia en México. El problema educativo en nuestro país se refleja en una deficiente formación de capital humano para enfrentar los desafíos de la tecnología y la economía contemporáneas, pero también tiene que ver con los bajos niveles de conciencia cívica, humanística e histórica, lo cual es un serio obstáculo para la consolidación de la democracia.

Frente a este deseable hecho, entre otras cosas, la naturaleza y dinámica de las campañas electorales tendrían que modificarse necesariamente y no dependería que los políticos quisieran cumplir las reglas o no. La población no estaría inerme frente, por ejemplo, al bombardeo fútil y manipulador (rayando en los métodos fascistas) de los partidos políticos, a través de los medios masivos de comunicación, más orientados a la comercialización (con fines de ganancia privada) y al ?rating?, que a cumplir una labor social como es el de la comunicación plural, veraz e imparcial.

Desde luego, una mayor conciencia cívica implicaría estar plenamente conscientes de las obligaciones y no solamente exigir los derechos ciudadanos.

No se está diciendo nada nuevo con ello, ni resulta difícil encontrar las conexiones mencionadas. De hecho, retóricamente todos parecen estar de acuerdo en fomentar la actitud crítica de la gente a través de la educación, pero en los hechos parece haber fuertes intereses para que ello no suceda, y más bien parece lo contrario. A la gente nada más hay que decirle cuando y por quien ir a votar, nada más.

Un efecto adicional, no el menos importante desde luego, es que un mayor nivel educativo contribuiría a profundizar en el país la idea y la práctica de la ciudadanía, elemento indispensable de la democracia y que, paradójicamente, parece que nadie toma en cuenta. Como consecuencia de ello, entre otras cosas, se crearían las condiciones para un mayor interés, y participación, de la ciudadanía en los asuntos públicos, ya sean políticos, sociales, cívicos, culturales y otros más. Particularmente en lo político, ello le introduciría otra dimensión a esta esfera, porque se piensa, erróneamente en esta concepción elitista de democracia, que la participación de los ciudadanos en la política debe reducirse a depositar su voto en las urnas de cuando en cuando y cruzar los dedos para que los candidatos que los partidos eligieron por él, cumplan sus promesas.

En efecto, un mejor nivel educativo sin duda alguna prepararía las condiciones para complementar, ¿y acaso corregir?, nuestra incipiente, y ya maltrecha, democracia representativa, echando a andar y sustanciar los mecanismos de participación ciudadana, como el plebiscito, el referéndum y la iniciativa de ley, entre otros.

Sin duda alguna hay mucho terreno que explorar en este propósito de hacer frente a la crisis de representatividad y legitimidad de la clase política, para que la ciudadanía organizada, hay que enfatizarlo para evitar malas interpretaciones, tenga atribuciones para acotar los excesos y las frivolidades de los políticos y eventualmente orientar el manejo de los asuntos públicos.

A este respecto, cabe mencionar que uno de las reiteradas propuestas para mejorar el desempeño legislativo de los políticos sería permitir la reelección, cosa que habría que discutir. En todo caso, admitiendo sin conceder, que así sea, ¿porqué no poner también sobre la mesa una auténtica ciudadanización de la política para oxigenarla? Desde luego, todo tiene pros y contras, pero eso es materia de otros espacios argumentales. Hay tareas.

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