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A la ciudadanía

Magdalena Briones Navarro

Todo ser vive de su entorno. También lo hizo el hombre neolítico cazador?recolector; pero sus limitados agrupamientos, escasa tecnología y continuo errar, permitían la recuperación de la flora y de la fauna aprovechadas. Los desperdicios, todos orgánicos, se reintegraban al suelo enriqueciéndolo.

Se estima que la población mundial de aquel tiempo no rebasaba los diez millones de personas.

Todo cambió cuando el hombre con las observaciones y tropiezos necesarios aprendió a cultivar, desarrollando, poco a poco, también el manejo de las aguas. Con ese aprendizaje comenzó a expandir los campos de cultivo, hasta llegar a los desmontes y quemas, etcétera, atrayendo población cada vez más a las áreas productivas.

Esta capacidad de sustento alimentario sumada a otros desarrollos como herramientas, construcción de casas, alfarería, curtiduría de pieles, cestería, tejidos, domesticación de animales, produjeron mayores asentamientos humanos en el tiempo, con notable división y especialización del trabajo. Esta riqueza también atraía a grupos merodeadores contra los cuales había que defenderse, acentuándose la atención en el mejoramiento de tecnologías militares.

En la medida del crecimiento poblacional, las exigencias de abasto para hombres y animales continuaron aumentando.

Se necesitó mayor cantidad de combustibles, madera o estiércol para calentarse y cocinar. Las talas exageradas no permitían la renovación de los bosques. Ello implica la erosión del suelo. La erosión severa puede causar la destrucción y la capacidad de riego, agravados por inundaciones y sequías, causantes de mayores y severas erosiones. En muchas partes las fuentes de agua se agotaron. En tales casos hubiéronse de conseguir nuevos terrenos, nuevas aguas, así fuese por la fuerza.

Hoy, más de seis mil millones de personas presionan fuertemente el equilibrio sistémico de la vida en la Tierra. Los desastrosos resultados están a la vista.

Para producir más en tierras frecuentemente empobrecidas el hombre echa mano de fertilizantes y pesticidas, contaminando suelos, aguas y atmósfera, eliminando muchísimas especies de peces, aves y otras formas de vida implicadas en la cadena alimenticia. La desmedida aplicación de DDT a las siembras, decidió a algunos países a prohibir su uso, pero resultó tan contaminante y difundido que se le ha encontrado en los polos y aun en leche materna.

No tengo estadísticas de defunciones humanas causadas por éste y otros tóxicos químicos.

Desde la colonización de estas zonas áridas nuestras, surtidas por las aguas de los ríos Nazas y Aguanaval, se comenzaron a desmontar extensos bosques de mezquite para convertirlas en zonas de cultivo, cambiando así el entorno natural. No todas las áreas desmontadas para ese fin se siguieron cultivando, produciendo gran desertificación a la que coadyuvó el cambio de sistemas de riego con la construcción de las presas. Con las avenidas no represadas se cultivaron noventa mil hectáreas promedio, hoy la media es de sesenta mil, contando también con una extracción intensa del agua subterránea que no se repone. O sea, se sobreexplotan los acuíferos y los sistemas de riego no mejoraron las cosas.

Narran los primeros historiadores regionales ?siglo XVII? que los asentamientos principales ?que hoy sobreviven? eran sumamente fértiles. En Viesca no solamente había fuentes y esteros sino aun pantanales. Los grandes esteros sobrevivían hasta los años cincuenta del siglo XX, las fuentes y los pantanales habían desaparecido. Viesca es ahora un desierto creciente y lo será más con la construcción de nuevas presas, cuya presencia limitará la llegada de aguas del Aguanaval a ese distrito disminuyendo o agotando las ya escasas zonas agrícolas de los lugareños.

En México es insultante decir de alguien que ?no tiene madre?, lo que puede traducirse como el no tener principios o quizá no tener respeto ni cuidado de ella, violentándola con exigencias inmerecidas. Si así es, el terminajo es extensivo a la especie, pues nos comportamos con nuestra Madre Tierra irrespetuosa y violentamente. No oímos quejas ni hacemos conciencia de su agotamiento, al cabo es eterna y está para surtirnos.

La preocupante violencia familiar, la ejercida contra otros hombres, mujeres y niños, no tiene mayor explicación que el sentirse, ejerciéndola, poderoso y reverenciado, ambos deseos siendo insaciables desbordan tales límites para señorear sobre la vida planetaria. ¿Sobre qué, sobre quién van a comandar quienes creen sobrevivir con recursos naturales y humanos en rápida extinción?

¿Será el hombre realmente tan inteligente como presume serlo? ¿No será nuestra especie la mayor amenaza sobre este planeta maravilloso? ¿Construimos en la medida que destruimos?

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