Estamos presenciando fenómenos naturales cada vez más severos e incontrolables, algunos causados y otros agravados por la sobreexplotación humana de recursos. Ello atrae cada vez más la atención de amplias capas de población, obligándoles a participar en el actual movimiento conservacionista que implica un uso racional de la naturaleza.
No es necesario ser ecologista de carrera para tener una buena información sobre lo que ocurre. Todo depende de nuestro interés por ampliar el presaber que esta columna desea ciudadanizar, si ella fuese bienvenida, por supuesto.
Cada ser es un sistema individual inmerso en otro mayor que es la naturaleza. Esto los tipifica, alimenta e interrelaciona orgánicamente; así seres y funciones forman la trama de la vida.
En la naturaleza hay fronteras apenas perceptibles entre lo orgánico y lo inorgánico, cuyas funciones interactúan fuera de nuestra voluntad. Los organismos vivos no son posibles sin la presencia de elementos inorgánicos; ejemplo de ello es la energía, el oxígeno, el agua, los minerales y los metales; pero también hay fronteras más obvias, aunque no para todos, cuya importantísima relación mantiene, o no, un equilibrio y conservación a los seres vivos: cadenas tróficas, clima, alturas, depresiones, cuencas, ríos, bosques, ciclos naturales de vida, muerte y resurrección o extinción.
Ignorar el continuo intercambio entre lo orgánico e inorgánico y entre los organismos mismos, evita la posibilidad de un manejo racional por parte del hombre para su conservación. Ignorar implica el no conocer, por ende, no valorar y menos conservar o mejorar todos los elementos que hacen posible el sistema entero y su funcionamiento.
Resulta evidente que hasta hoy se ha venido estimulando la explotación sin medida de nuestros bienes primordiales; las riquezas naturales, incluyendo al hombre mismo. Pareciera que existió un espíritu minero que agota todo lo explotable y nos percataremos a tiempo que somos un subsistema del principal, que hemos trastocado su equilibrio espacial y temporal, su sanidad.
Es necesario cambiar la visión triunfalista de la destrucción por otra: la de la vida.
La Región Lagunera, llamada así por los múltiples humedales y por lo menos tres lagunas ?Mayrán, Viesca y Tlahualilo? que no hace mucho existían, se pobló por la presencia del agua de dos ríos, Nazas y Aguanaval, en un territorio árido.
Los famosos suelos feroces y profundos en las planicies de inundación, han venido a menos: primero, por la construcción de las presas, que universalmente retienen el limo regenerador, el consecuente cambio de los sistemas de riego y que impiden el desagüe en las lagunas; segundo: aplicación intensiva y sostenida de químicos difícilmente degradables y tercero: su salinización..
Los productores, antiguamente de algodón ?monocultivo largamente sostenido? perdieron interés cuando los precios ?internacionalmente fijados? bajaron. Las alternativas encontradas: la ganadería, especialmente la lechera.
Hoy se desarrolla con cierta claridad la industria y las inversiones en servicios; sin embargo, la producción y la supervivencia en zonas áridas dependerán siempre en forma directamente proporcional a la disponibilidad del agua.
De los temas más importantes que podremos tratar, estará: agua, suelo y biodiversidad. En cuanto a la importancia de la pureza del aire, trataremos de consultar opiniones de expertos.
Habremos de incluir el resultado de los estudios hechos hasta hoy y los que resulten posteriormente, de la Sierra y Cañón de Jimulco, mitad del territorio municipal ?sesenta mil hectáreas-, zona de la más rica biodiversidad de toda la Comarca, declarada hace dos años área protegida municipal y próximamente Montaña Prioritaria número 61.
Como la salud humana está directamente conectada con la salud del entorno, trataremos de contactarnos con el cuerpo médico regional, cuyas investigaciones y conocimientos prácticos les permiten diagnosticar causas, efectos e incidencias de las enfermedades locales.
Esperamos, querido lector, atraer su atención al conocimiento de la problemática ecológica regional, vasta y en muchos rubros poco estudiados; a veces ni siquiera percibida.
A nuestra manera de ver, muchísimos esfuerzos de investigación quedan sin circular entre la población; lo que no permite que la comunidad sepa qué es bueno hacer y qué debe evitar, tampoco cómo ampliar sus conocimientos. Sin esto, es inútil pensar en formar una nueva cultura ecológica; tampoco se tienen los argumentos bien fundamentados para exigir, en su caso, el cambio de una o varias leyes que impidan el bien común.
Agradezco infinitamente su atención a esta siempre perfectible columna introductoria.