El jefe está en su oficina. A través de una enorme ventana, lo ve tan ocupado como siempre tras su escritorio. Dirige despistadamente la mirada hacia donde él está en espera del momento más oportuno para tocar su puerta.
Los nervios le impiden concentrarse en su trabajo, pues la petición que hará al director de la empresa es muy especial. Mientras su jefe continúa ocupado con mil papeles, usted sigue dándole vueltas en la cabeza a su petición, planeando la forma más prudente para exponerla. Por fin su jefe se ha tomado un momento de respiro y, sin pensarlo dos veces, usted se levanta resuelto de su lugar y se dirige hacia donde él está.
Con manos temblorosas llama a su puerta y escucha una voz grave que le ordena pasar y tomar asiento. “Buenas tardes, ingeniero, sé que tiene mucho trabajo y que mi visita puede resultar impertinente, pero tengo algo muy importante que pedirle.
Fíjese que la próxima semana ofrecen un curso en Cozumel que me serviría mucho para desempeñar mi trabajo. Por esta razón quería pedirle que la empresa me ayudara con los gastos del viaje. Sólo hay que pagar el hotel, el avión en vuelo redondo y sin escalas, y unos cuantos pesitos más para las comidas y, por si acaso queda tiempo, para tomar un tour a las ruinas mayas. ¿Qué opina de mi inquietud? ¿Será posible obtener un apoyo de su parte?”.
Al terminar de hablar, sale de esa oficina más nervioso de lo que entró, pues el jefe tuvo un gran disgusto con tal petición. Ahora tampoco puede concentrarse en su trabajo y en su mente le taladra el presentimiento de que pudiera convertirse en una nueva víctima del recorte de personal al haber caído de la gracia de sus superiores.
Es normal que su jefe se haya disgustado con tal petición, pues ese curso quizá esté muy separado de los intereses de la compañía. Ante tal situación, sólo le quedan dos opciones: la primera es esforzarse todavía más en su trabajo para así despojarse de la mala imagen que tuvo desde el momento en que buscó obtener provecho personal con los recursos de la compañía.
La segunda opción es alinearse a algún partido político y convertirse en diputado local, pues a ellos sí les pagan viajes cuya finalidad es ajena al cumplimiento de sus obligaciones legislativas.
El pasado nueve de marzo, tres legisladores panistas acudieron, gracias a una generosa beca otorgada por el líder del Congreso, a un evento partidista celebrado en la bella isla de Cozumel. Luis Gurza Jaidar, José Antonio Jacinto Pacheco y José Ignacio Máynez Varela, todos ellos diputados del PAN, tuvieron el descaro de asistir, con los gastos pagados por todos nosotros, a la Convención Nacional de Legisladores Panistas.
Si el papel que juegan nuestros diputados locales es ya de por sí vergonzoso debido a su inactividad, peor de vergonzosa es su desfachatez de recibir recursos ajenos para viajes de carácter personal.
Como dijo José Alfredo, nada les han enseñado los años. Siempre caen en los mismos errores. Durante la pasada Legislatura sucedió lo mismo y, para colmo, fueron también diputados panistas quienes pidieron al Congreso que patrocinara su viajecito. En aquel entonces, el ahora alcalde de Torreón se atrevió a defender la entrega de recursos para ese viaje afirmando que era una “práctica común”.
Tenía razón José Ángel Pérez. El abuso por parte de nuestros políticos es muy común, así como el olvido de sus obligaciones hacia los ciudadanos. En la política abundan las “prácticas comunes”. Entre ellas está la corrupción, la impunidad y el uso indebido de los recursos públicos. Si México está como está, es porque seguimos teniendo a funcionarios que, como los diputados panistas, siguen aferrados a la perpetuación de actos deshonestos. Además de que cada legislador recibió cerca de 20 mil pesos para sus gastos, siendo que normalmente un turista debe pagar 11 mil pesos para un viaje semejante, resulta inexplicable el proceder de estos diputados, pues sus propios compañeros de bancada declinaron asistir a la convención para no emplear recursos públicos en eventos de carácter partidista.
Muy sabida es la verdad de que los diputados tienen que cumplir con la difícil labor de no hacer absolutamente nada. A esa verdad agreguemos otra: los legisladores, lejos de utilizar su posición para beneficio del pueblo, velan en todo momento por los propios intereses y de su camarilla rapaz.
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