El Gobierno de Vicente Fox pasará a la historia como uno de los más débiles y timoratos de las últimas décadas.
Desde los machetes de Atenco hasta la revuelta en Oaxaca y sin olvidar una larga lista de humillaciones, el régimen foxista demostró una falta de carácter pocas veces vista en México.
La democracia va de la mano con la tolerancia y la prudencia, pero no con la tibieza ni con esa carencia de autoridad expresada por el actual Gobierno.
Nadie quiere a estas alturas un nuevo Tlatelolco ni nada por el estilo, pero los mexicanos añoran aquella figura presidencial que imponía al más bragado y que pocos se atrevían a desafiar.
Hoy la institución presidencial ha perdido vigor, fuerza y respeto. Las críticas y burlas se repiten incesantemente tanto en los medios de comunicación como en reuniones familiares y en las charlas de café.
Fox será recordado como el hombre que acabó con la dictadura priista de 70 años y que mantuvo a flote la economía mexicana, pero al mismo tiempo como el presidente que no tuvo la visión ni la autoridad para conducir los cambios que urgen a este país.
Por ello no debe extrañarnos que los diputados no le tengan la menor consideración y le hayan negado de nuevo el permiso para viajar al extranjero.
Tampoco que los grupos radicales y también los oficiales de Oaxaca hagan y deshagan a su antojo sin que nadie ponga solución a un conflicto que se salió de todo control.
Una de las etapas más dramáticas de este sexenio fue el secuestro de la capital azteca durante 40 días por manos de los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador sin que autoridad alguna haya intervenido para imponer el Estado de Derecho.
La libertad de expresión y de protesta son derechos de los mexicanos que deben respetarse escrupulosamente, pero no cuando afectan los derechos básicos de la ciudadanía.
Si durante los Gobiernos priistas vivíamos excesos de autoridad y actos represivos, durante el foxismo la constante fue el vacío de autoridad, el desorden y la permisividad.
En Oaxaca se tardaron cinco meses en intervenir, obviamente esta demora ocasionó que el conflicto se complicara a niveles no imaginados.
En muy mal momento se permitió en los inicios del sexenio desfilar a cientos de campesinos con machetes procedentes de Atenco, allá en la capital azteca.
De ahí en adelante una y otra vez se presentaron los desafíos y burlas al poder federal.
La inseguridad y el clima de violencia que ha permeado a todo México es un reflejo muy claro de esta falta de autoridad que ha hecho muchísimo daño.
Por si fuera poco el presidente Fox se ha dedicado en los últimos días a defender y elogiar tanto a su compañera Marta como a los hijos de ella y a sus propios hijos.
¿A quién demonios le puede interesar a estas alturas los afectos de la familia presidencial y de paso la ampliada cuando el país sufre una crisis política y social?
Fox equivocó el rumbo en su vida personal desde que hizo alarde de su unión civil con Marta Sahagún en julio de 2001.
De ahí en adelante la señora Marta asumió un rol protagónico y un poder que no le correspondía y que resultó por demás nefasto para el país. ¿Quién no recuerda aquel beso de los Fox frente a la Basílca de San Pedro para desairar a Juan Pablo II o las intentonas de doña Marta de convertirse en la futura sucesora de su marido?
Hoy que estamos a escasas tres semanas del relevo presidencial es muy triste reconocer que a Fox y a su equipo se le fue de las manos el cambio de México. Tuvieron todo para hacerlo y no quisieron llevarlo a cabo por desidia, complacencia y pusilanimidad.
Fox le falló al pueblo mexicano que votó por él para que transformara al país. Apenas pudo con el paquete económico dejando muy rezagados los asuntos políticos y sociales.
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