En este mundo de alardes tecnológicos impresionantes, los medios de comunicación se han convertido en el motor y combustible de nuestras sociedades.
Sin televisión, radio, periódicos y ahora Internet, la vida sería más tranquila pero sin duda demasiado monótona y aburrida.
Nos hemos acostumbrado a las polémicas en la radio, a los ?telelagrimones? y los ?reality shows??, al impacto de las ?ocho columnas? en los diarios y a la inmediatez de la Internet.
Hace diez años para conocer la paridad peso-dólar o los horarios de vuelos a México era necesario tomar el teléfono y esperar varios minutos para obtener la información.
Hoy basta teclear algunos garabatos en la computadora y en un minuto están los datos disponibles. Vaya, hasta el pago de impuestos se realiza en cuestión de segundos.
Este impresionante ?boom? de los medios electrónicos provocó una lucha sin cuartel por los ?ratings? y la inversión publicitaria al grado que se disparó la basura en los contenidos.
Si fuéramos un poco más selectivos y exigentes a la hora de consumir los medios de comunicación, les aseguro que en ocasiones regresaríamos a los libros y a los tradicionales juegos de mesa.
Pero los medios informativos son quienes imponen la moda y por lo mismo nadie puede permanecer ajeno a sus intereses y a sus estrategias de mercado.
En Estados Unidos el manejo de la temática es impresionante. En la mañana todos hablan del beisbol y la serie mundial, pero por la tarde el tema es Irak y mañana puede ser Vietnam, México o el corredor de futbol americano LaDainian Tomlinson.
Y mientras más crece esta guerra infernal por las audiencias, mayor es el número e intensidad de los mensajes de violencia, sexualidad y banalidad en los medios de comunicación.
La ética y la moral que antes se vigilaba con celo y a prueba de todo tipo de cañonazos, hoy en día es elástica, superficial y muy de acuerdo a los intereses mercantiles.
Pero no todo está perdido porque en ocasiones surgen sorpresas que merecen destacarse con la idea de promover una mayor calidad de contenidos en la comunicación.
Contra todo lo imaginado, esta semana fue cancelado el libro y un especial de televisión del legendario O.J. Simpson, en donde jugaría con la versión de haber sido el autor del horrendo crimen de su ex esposa y su entonces amante, cometidos en un flamante condominio de Los Ángeles, hace once años.
?Si yo lo hubiera hecho? (If I did it) era el título del libro y el programa que serían difundidos por la compañía News Corporation, propiedad del magnate Robert Murdoch.
El libro fue publicado por Harper Collins mientras que la serie televisiva iba a transmitirse a nivel nacional por la cadena Fox, ambas filiales del emporio de Murdoch, quien sorpresivamente dio la cara para abortar este proyecto a todas luces sensacionalista.
Obvia decir que el australiano Murdoch y sus asesores tomaron tan atinada decisión no por convencimiento propio, sino porque enfrentaron una furiosa andanada de críticas del público norteamericano y empresas que amenazaron con realizar un boicot comercial.
Estaciones repetidoras de la cadena Fox anunciaron que no transmitirían el documental de Simpson porque lo consideraban una ofensa para los familiares de los fallecidos Nicole Brown-Simpson y Ron Goldman.
El proyecto serviría para enriquecer a O.J. Simpson y a los genios comerciales del consorcio Murdoch en base al morbo que generó aquel doble homicidio que dicho sea de paso y según las encuestas fue perpetrado por el ex jugador de futbol.
Una de cal por tantas de arena. Da gusto saber que todavía hay límites en el público consumidor de medios de comunicación. Bueno fuera que esta misma reacción sucediera en otros programas nocivos y por qué no, en latitudes como México, en donde ha proliferado la podredumbre en los mensajes masivos.
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