El año pasado bastó una mega marcha al Zócalo de la Ciudad de México para que el Gobierno de Vicente Fox desistiera de la persecución legal contra López Obrador, cuando ya estaba desaforado y fuera de la gubernatura del Distrito Federal.
Sólo en México se dan estos espectáculos. La capital azteca está virtualmente tomada por las huestes de la coalición Por el Bien de Todos con el abierto y generoso respaldo del Gobierno del Distrito Federal.
Plantones de tal naturaleza no se permiten en otros países o al menos se canalizan a parques o zonas en donde no obstruyen la vialidad.
Sin duda es la última carta de Andrés Manuel López Obrador antes de recurrir a acciones de violencia que pondrán al país al borde del caos social.
Los mexicanos esperan ansiosos el dictamen del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y nadie sabe qué pasará si se ratifican los resultados del IFE y el triunfo del candidato panista Felipe Calderón.
Pero las señales son claras, la confrontación se dará tarde que temprano al menos que las autoridades electorales concedan las demandas y caprichos de López Obrador.
A final de cuentas la estrategia de la movilización social le ha generado al político tabasqueño muy buenos dividendos.
En su reclamo por fraudes e lectorales en Tabasco en 1991 y 1995, organizó dos existosas caravanas al Distrito Federal llamadas éxodos a la democracia.
El año pasado bastó una mega marcha al Zócalo de la Ciudad de México para que el Gobierno de Vicente Fox desistiera de la persecución legal contra López Obrador, cuando ya estaba desaforado y fuera de la gubernatura del Distrito Federal.
Hoy la situación es obviamente más compleja, delicada e impredecible.
López Obrador se juega el todo por el todo en este conflicto post electoral. El tabasqueño sabe que si el Tribunal ratifica su derrota ya no habrá mañana en sus aspiraciones políticas.
Es cierto, muchos políticos han llegado a la Presidencia de su país después de una o dos derrotas. Ahí están los casos de Richard Nixon y Francois Mitterand.
Pero en México no sucede igual, al contrario lo predecible es que López Obrador pase en muy poco tiempo a un segundo plano y sea rebasado por nuevas figuras del PRD como Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Lázaro Cárdenas.
AMLO es además un dirigente populista y movilizador de masas, carece de una mentalidad de largo plazo que lo lleve a planear desde hoy su futuro a tres o seis años más.
Por ello se ha enfrascado en la lucha inmediata del ?voto por voto, casilla por casilla? con la idea final de reventar la elección,
Poco le interesa lo que digan las leyes electorales que le permitieron competir como candidato presidencial. Hoy desconoce su marco legal a pesar que prometió someterse a sus reglas cuando se registró ante el IFE como aspirante presidencial.
López Obrador ya consiguió una buena parte de su cometido al transformar su lucha electoral en un movimiento político de gran alcance.
Llevar más de 350 mil personas al zócalo y dejar a varias miles plantadas en campamentos, lo fortalece como dirigente y más en un Gobierno que ha sido excesivamente prudente por no decir que tolerante y débil.
México y sus actores políticos deben prepararse para el dictamen del Tribunal. Si favorece las demandas de López Obrador, el IFE habrá de desaparecer para dar paso a un nuevo sistema electoral.
Si legitima el triunfo del PAN, el futuro presidente Felipe Calderón tendrá que negociar de inmediato un pacto de gobernabilidad con el PRD.
López Obrador está acostumbrado a las negociaciones, obviamente no dejará su movimiento por una embajada o una secretaría de Estado, pero seguramente reconocerá a Calderón si su Gobierno incorpora acciones y políticas del perredismo.
Al final del día nada mal le vendría al país un Gobierno panista impregnado de una visión más social y con programas efectivos para erradicar la pobreza endémica de por lo menos cuarenta millones de mexicanos.
Se vale soñar y esperar a que la sensatez se imponga en los días cruciales por venir.
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