George W. Bush y sus muchachos republicanos se juegan el próximo martes siete de noviembre su futuro político cuando se renovará un tercio del Senado, la totalidad de la Cámara de Representantes y 36 gubernaturas en la Unión Americana.
Con una maquinaria de propaganda al estilo de los regímenes totalitarios, los republicanos han hecho hasta lo imposible para mantener la hegemonía en el Capitolio que data de 1995.
Ni las complicaciones de la guerra de Irak, ni los escándalos sexuales y de corrupción de los legisladores republicanos, parecen importarles al clan Bush.
Para no perder la costumbre, la lucha contra el terrorismo y el control de la inmigración han sido utilizados como armas estratégicas para acarrear votos a favor del partido dominante.
Las acciones publicitarias no cesan. La semana pasada se anunció con bombo y platillos la construcción del nuevo muro en la frontera con México que obviamente no servirá para gran cosa.
El lunes se acordó la extensión por cinco años de los permisos Sentri, un sistema para cruce rápido que opera en las principales ciudades fronterizas y cuya decisión impactará favorablemente a miles de familias del sur de Estados Unidos.
Sorpresivamente los precios de las gasolinas han bajado drásticamente en los meses recientes de los tres dólares por galón a un promedio de 2.30 dólares.
Las tasas de interés han sido congeladas por la Reserva Federal en las últimas semanas en un claro intento por enviar señales positivas a la economía, especialmente al mercado de bienes raíces que sufre un severo ajuste desde hace dos años.
Estas acciones aunadas al crecimiento sostenido de la economía yanqui favorecerán sin duda al partido Republicano.
En esta ocasión los hispanos tendrán una participación decisiva en las elecciones con 5.6 millones de votantes lo que representa un aumento del 18 por ciento con respecto a la elección federal de 2002.
Los votantes de origen hispano sumarán un cuatro por ciento de la totalidad, pero en entidades como Arizona y California el porcentaje superará el 13 y el 17 por ciento, respectivamente.
A pesar de ello no existe seguridad plena de que el voto hispano sea clave para quitar el control a los republicanos toda vez que en entidades como Florida y Arizona han preferido tradicionalmente a los candidatos de corte conservador.
En todo caso el voto hispano será más importante en las elecciones locales tanto para alcaldes y legisladores como para gobernadores.
En California la lucha entre republicanos y demócratas no alcanzó el nivel álgido de 2003 cuando Gray Davis fue echado de la gubernatura por un inmigrante austriaco que gracias a su éxito en Hollywood y al fisicoculturismo logró convencer al electorado.
Arnold Schwarzenegger se alista ahora para reelegirse por cuatro años y para ello ha tenido que moderar su postura contra los migrantes hispanos amén de poner un alto a los recortes de gastos que lo enfrentó con maestros, policías, bomberos, entre otros servidores públicos.
El gobernante de extracción republicana tiene a un débil contrincante del partido Demócrata de nombre Phil Angelides, quien no cuenta con el carisma y el arrastre suficientes para derrotar al actor austriaco.
Por su trayectoria sería un gobernador capaz, pero lamentablemente su imagen no le ayuda a la hora de jalar votos por la televisión y los periódicos.
Para Estados Unidos sería crucial que los votantes otorguen mayoría demócrata al Senado o a la Cámara Baja para poner un contrapeso al autoritarismo del Gobierno de Bush.
Con todo y los escándalos de legisladores y del deterioro de la imagen presidencial, se espera que el partido Republicano refrende su liderazgo y entonces tendremos que aguantar dos años más de excesos de poder y de políticas racistas contra los inmigrantes mexicanos.
¿Hasta cuándo, pues?
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