Cinco días de visita por la Ciudad de México fueron suficientes para advertir que la crisis política que vive el país es más profunda de lo que muchos piensan.
Después de la tormenta post electoral llegó la calma a la capital azteca, pero bajo un ambiente enrarecido que presagia nuevas sacudidas en el corto plazo.
Aunque Andrés Manuel López Obrador parece haber bajado la guardia, lo cierto es que las clases bajas y buena parte de los sectores medios están dispuestos a todo con tal de impedir la llegada al poder de Felipe Calderón.
Al presidente electo lo siguen las huestes perredistas a donde quiera que se presenta y con una apasionada rabia. Así ocurrió el domingo por la tarde en el Centro de la ciudad cuando Calderón asistía a una cena con periodistas del continente Americano.
?Felipe va a caer?, ?Felipe va a caer?, gritaban iracundos al tiempo que la turbamulta presionaba a los granaderos para romper la valla de seguridad.
No pasó a mayores el incidente, pero llamaba la atención ver entre la multitud a hombres y mujeres de mediana edad bien vestidos, algunos con saco y corbata. Por ningún lado vimos a campesinos ni a personas humildes a las que tanto dice defender López Obrador.
Pensamos de inmediato que podría tratarse de empleados del Gobierno del Distrito Federal pero más adelante logramos enterarnos que buena parte de los seguidores del tabasqueño eran maestros, oficinistas, burócratas federales y profesionistas.
?Aunque yo voté por Calderón, en mi oficina tanto mi secretaria como el contador, los auxiliares y mi chofer, votaron por López Obrador, porque los tenía convencidos del cambio?, diría un empresario del ramo comercial.
López Obrador anunció que tomará protesta como ?presidente legítimo? el 20 de noviembre y de ahí emprenderá una campaña para derrocar el régimen político actual.
Si contener al perredista se observa harto complicado, todavía más difícil será para el Gobierno de Calderón alcanzar en corto plazo un aceptable nivel de gobernabilidad.
El triunfo apretado en las urnas del panista no será suficiente cuando la gobernabilidad estará fragmentada en tres grupos políticos que están poco dispuestos a negociar.
Para colmo los priistas han tomado la delantera en las Cámaras de legisladores y no querrán soltar el pastel sin solicitar a cambio onerosas canonjías.
La debilidad del equipo de Calderón es otra preocupación que se respira. El panista llegó al dos de julio precedido de una corta y brillante carrera pública, rodeado de un equipo joven, todavía inexperto y sin la dosis de ?vagancia? política que les sobra a priistas y perredistas.
Calderón está obligado a formar un equipo plural, experimentado, eficiente y acostumbrado a enfrentar todo tipo de presiones y chantajes políticos.
Tendrá que delegar en un principio ciertas tareas a segundas manos más probadas para dedicarse con más concentración a la planeación de los seis años de su Gobierno.
Pero de nada le valdrá un equipo brillante si no logra negociar con los partidos un acuerdo que le permita avanzar en una reforma de Estado que incluya las tan llevadas y traídas reformas estructurales.
Si a todo esto añadimos que los partidos mexicanos, todos incluidos, atraviesan profundas divisiones el panorama no es nada promisorio.
Por si fuera poco la relación entre Calderón, el presidente Fox y la dirigencia panista mantiene cierta rispidez y lejanía. Las heridas sufridas desde los encontronazos con Marta Sahagún y Santiago Creel, no acaban de sanar.
A dos meses del cambio de poderes, Calderón está obligado a moverse rápido para despejar dudas y superar obstáculos. Una violenta o frustrada toma de posesión sería el peor precedente para su Gobierno y para México.
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