Ninguna gana tengo de abordar alguno de los grandes temas nacionales o bordar sobre las estupideces de diputados federales, como Carlos Padilla, que no obstante ser el presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara, no tiene ni idea del sentido de la educación pública.
Más bien me gana el coraje de no haber sido capaz de impulsar un buen proyecto grupal, como testimonio de estos cien años que cumple mi ciudad.
Hace ya muchos meses mis buenos amigos: Marco Antonio Morán Ramos, Nicolás Zarzar, Belarmino Rimada y quien esto escribe, nos propusimos escribir un pequeño libro sobre nuestras vivencias infantiles.
El tema se antoja sencillo y simple. Dejar testimonio escrito de cómo era el Torreón que yo viví.
Simplemente hablar de la vida en nuestros barrios. De cómo era la educación en aquellos años. De la sencillez de los juegos infantiles; y de cosas semejantes.
En descargo debo decir que hemos escrito un buen número de capítulos, pero el material no está completo.
Y pensando en aquellas épocas y este tiempo de Navidad, volvieron de mi memoria aquellos días invernales en que mis padres nos llevaban al Centro a ver aparadores.
No obstante lo cansado que pudiera llegar don Ricardo, mi padre, después de cenar nos llevaba a todos y a algunos vecinos a ver los aparadores de La Suiza o del Siglo XX.
De manera especial las vitrinas de La Suiza las decoraban de manera tan bonita que era un verdadero deleite ver aquellos aparadores, llenos de juguetes. Coloridos carritos y preciosas muñecas se exhibían con la finalidad de que los niños fuéramos escogiendo nuestros regalos.
Con una grande habilidad, nuestros padres hacían que nos gustaran los juguetes que ellos previamente habían seleccionado de acuerdo al presupuesto y nos los metían por los ojos, como suele decirse.
Por ello, nunca tuvimos nada que reprocharle al Niño Dios.
Debo puntualizar que conforme a nuestra formación católica y lo estricto de mis padres, para nosotros los regalos los traía el Niño Dios y el Santo Clos no era sino un simple ayudante de aquel infante milagroso.
La privada de la Degollado se llenaba de luces, música y golosinas. Porque nosotros, los niños que habitábamos aquel grupo de casas, todas las noches queríamos posada.
Aunque todas las épocas eran felices en aquel viejo barrio, de manera especial lo era la de Navidad, en donde la imaginación infantil se desbordaba y comenzábamos a saber lo que era trabajar la paciencia.
Pero además, el piano de don Arturo Ovalle, dejaba de tocar las viejas canciones de Lara, en cierta forma pecaminosas, e interpretaba villancicos. Aquello se llenaba de música maravillosa y cánticos de alabanza que se prolongaban por muchas noches.
No en balde se afirma que: “Al hombre que trabaja, Dios lo respeta. Pero al que canta, Dios lo ama”.
Entre los niños de aquel barrio, cualquier razón era buena para armar una fiesta. Por tanto hacíamos nuestras propias posadas y las calles de la privada quedaban convertidas en verdaderos basureros, por las cáscaras de naranjas, cañas. cacahuates, colaciones apachurradas y tepalcates de las piñatas que quebrábamos.
Cada festejo llevaba el nombre de alguna familia, como si en exclusiva ellos la hubieran organizado, aunque todos interveníamos poniendo algo, aunque fuera frijoles molidos, como los que hacía mi madre y que estaban de chuparse los dedos.
Por eso también me gusta que mi casa, ahora se vista de Navidad desde finales de noviembre y me desagrada que Chacha se resista a que la suya se vea tan llena de luces como en los tiempos en que Lucía era niña. Pero espero que Luly ya haya solucionado ese problema.
Lo he dicho en otros momentos y lo reitero ahora; no es válido que a los niños les quiten a temprana hora la magia de la Navidad, ni en general las ilusiones infantiles so pretexto de no engañarlos.
Quienes así actúan, o nunca vivieron en verdad aquellos momentos o son muy egoístas, porque no quieren que otros los vivan.
Dejémoslos que vivan su tiempo a tiempo. La realidad se impondrá lo queramos o no. Mientras tanto dejémoslos disfrutar de esas grandes ilusiones y magias.
Por lo demás, para satisfacción personal, ojalá y pronto logremos mis amigos y yo, terminar ese pequeño texto que dará cuenta de cómo vivíamos nosotros en aquellos años de mediados del siglo pasado. Porque lo que es ahora solamente está “En panza de yegua”.