Cuando Lucio, Jesús y Salvador, y dos compañeros más que según se afirma morirían en esa aventura, se hicieron a la mar aquella tarde, con ánimo de conseguir una buena pesca de tiburón, jamás imaginaron que estarían nueve meses y nueve días perdidos en la inmensidad del Océano Pacífico.
Su historia seguramente se convertirá en una espléndida crónica que hará palidecer aquella otra que Luis Alejandro Velasco (náufrago que estuvo perdido diez días con sus noches) le contó a Gabriel García Márquez y que él plasmara magistralmente en el libro titulado: “Relato de un naufragio” (1970), cuando el Gabo era “feliz e indocumentado”. Este sucedido pasará a ser una leyenda entre los pescadores de San Blas.
Sus vivencias son ya cuestionadas por algunos incrédulos que sostienen la imposibilidad de que un hombre viva de peces, patos y gaviotas crudos y beba agua de lluvia.
Pero basta oír a los protagonistas para saber que su sobrevivencia es una prueba de la fuerza de la fe, la confianza en Dios y la esperanza de que el siguiente sería un día mejor.
Uno de ellos afirmaba que nunca dudó que saldría con vida porque es un “hombre de mar” y habiendo vivido toda su vida frente y en el mar, no podía morir en él. Sin decirlo estaba afirmando que él y el mar eran uno y por tanto el uno no puede morir si no muere el otro. El náufrago se había hecho uno con el mar y éste lo salvaría.
Las corrientes marinas los llevaron -como se sabe- hasta las costas australianas a ocho mil kilómetros de distancia de su lugar de origen.
“Queremos seguir pescando y esperamos con la ayuda de Dios que podamos hacerlo realidad”, dijo Jesús. De esa forma el hombre se aferra a lo que sabe hacer, lo que es su oficio y su vida.
No aspiran a otra cosa porque les basta para pasar por esta Tierra una pequeña embarcación y una red para enfrentar el devenir cotidiano.
Pero la historia de estos tres hombres se cruza con la de millones que permanecíamos en tierra mientras a ellos se les daba por muertos.
Cuando estos pescadores salieron de San Blas, aquella tarde, México estaba en paz. Con sus problemas ordinarios, las declaraciones aberrantes de Vicente Fox que se habían convertido en el pan de todos los días y unas campañas políticas que apenas arrancaban.
Mientras ellos trataban de sobrevivir miles de mexicanos vitoreaban a sus candidatos.
Roberto Madrazo se amachaba a ser el candidato priista avasallando a todo y a todos con una fe digna de mejor causa, pero que en poco se parecía a la profesada por Lucio, Jesús y Salvador.
Felipe Calderón era para ellos “un señor” chaparrito, de lentes y medio calvo que le había ganado la candidatura a otro que se decía buen charro pero que lo había tumbado del caballo la asamblea de delegados del partido por el que quería competir.
Andrés Manuel López Obrador, al igual que su coterráneo, se había apoderado del PRD y decía ser el “rayito de esperanza” que el pueblo estaba esperando tanto como aquellos náufragos esperaban poder volver a tocar tierra y regresar a sus casas y familias.
Cuando lleguen a México el panorama que encontrarán Lucio, Jesús y Salvador será muy distinto al que dejaron.
Por principio de cuentas encontrarán un país dividido entre unos que dicen: “Nosotros ganamos” y otros que afirman; “Nos robaron la elección”.
Encontrarán dos bandos: uno que apela a la legalidad y el respeto por las instituciones y otro que también apela a la legalidad (o a lo que entiende por ella) y que recurre para ello a la voluntad popular como máxima depositaria de la soberanía que reside esencial y originariamente en el pueblo.
Encontrarán grupos radicales que violentan leyes, alteran el orden y exigen respeto a sus derechos cuando no están dispuestos a respetar los de terceros.
Que dicen haber sido “agredidos” cuando trataban de ejercer su derecho de protestar afuera de San Lázaro, cuando lo que en realidad buscaban era posesionarse de ese recinto legislativo para evitar que el Congreso de la Unión pudiera instalarse el próximo primero de septiembre.
Que afirman privilegiar el diálogo y se cierran completamente a cualquier negociación para levantar los bloqueos que mantienen sobre Paseo de la Reforma y el Centro Histórico. Que son incapaces de establecer el diálogo más importante y claro que cualquier hombre puede entablar, que es el que se realiza con su “yo” interior.
Encontrarán grupos que hablan el mismo idioma, pero que son incapaces de entenderse.
Encontrarán, en fin, un México convulsionado y nervioso que anhela la paz, repudia la violencia y busca la concordia, pero que se encuentra en jaque por las ambiciones desbordadas de poder.
Y ante este panorama no sería extraño que los sobrevivientes del Pacífico desearan hacerse de nuevo a la mar, donde estarían menos confundidos que en esta tierra a la que ansiaban volver.
Addenda II
¿Qué pensarán los empresarios que criticaron la visita del gobernador Humberto Moreira a la isla de Cuba, sobre la carta que Felipe Calderón le envió a Fidel Castro en la que lo felicita por su cumpleaños y le desea pronto restablecimiento?