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Addenda/Incongruencias

Germán Froto y Madariaga

En todos los aspectos de la vida, qué difícil es la congruencia.

Somos proclives a ver “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.

Con frecuencia criticamos los defectos de otras personas sin admitir que nosotros tenemos esos mismos defectos y otros aún más graves.

Pero de manera especial ese tipo de incongruencias se da en el ambiente político. Hoy de manera especial los actores políticos caen una y otra vez en incongruencias de menor o mayor grado.

Ejemplos podríamos citar muchos. Pero por ahora, para justificar este aserto, bastará con algunos que se han producido a lo largo de la semana que está por concluir.

Andrés Manuel criticó severamente tanto a Elba Esther Gordillo como a Felipe Calderón, por haber calificado, ella a él, de “presidente electo” y a Felipe por haberse quedado callado y aceptar ese tratamiento públicamente.

Pero ahora resulta que López Obrador acaba de declararle a un reportero del periódico Le Monde que el día 16 los asistentes a la convención a la que está convocando pudieran elegirlo presidente de México.

Ambas son incongruencias; pero ¿cuál incongruencia es mayor? ¿El quedarse callado y aceptar el tratamiento obviamente tendencioso que le dio la maestra a Felipe? O, ¿difundir la especie de que un puñado de ciudadanos puede declarar presidente a quien se le antoje por encima de la voluntad mayoritaria externada en las urnas?

En otro ejemplo, el presidente Vicente Fox minimiza el problema de Oaxaca y por ello se niega a prestar el auxilio de la Federación solicitado por el Gobierno legítimo de aquella entidad. Igualmente sostiene que los plantones en la Ciudad de México se circunscriben a una calle.

Sin embargo, no es difícil imaginar qué diría Fox, el político, si esos conflictos se hubieran presentado cuando en el Ejecutivo federal estaba un presidente priista. Seguramente formularía una severa crítica al Gobierno tachándolo de miope, incapaz, ineficiente y carente de voluntad para hacer valer el principio de autoridad.

Por su parte, AMLO apela al respeto a la Ley al mismo tiempo que dice verdades a medias y trata de confundir al pueblo sosteniendo que, conforme al Artículo 39 constitucional éste tiene según él ¡sin límites! “en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de Gobierno”.

Pero no dice que, enseguida, el texto constitucional (en los Artículos 40 y 41) establece que el pueblo ya determinó constituirse en una república representativa, democrática y federal, así como que el pueblo ejerce su soberanía al través de los poderes de la Unión “en los casos de la competencia de éstos y por los de los Estados, en lo que toca a sus regímenes interiores”.

Ello implica que ese ejercicio soberano debe realizarlo el pueblo por medio de los poderes constituidos y no al simple antojo o al llamado de una persona que no tiene representación alguna.

Aún más. Para lograr un objetivo de esa naturaleza se requeriría que se realizara una reforma constitucional. Y con todo y eso estaría a discusión si el Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados están facultadas para efectuar una modificación de tal naturaleza y trascendencia, entre otras razones, porque los ciudadanos no eligieron a los próximos diputados y senadores conscientes que los estaban facultando para que, si fuera el caso, alteraran la forma de Gobierno.

Pero parece que la incongruencia es la constante que está privando actualmente en el escenario nacional y además de lo anterior no me extrañaría que por una maniobra de los legisladores federales opositores al actual régimen, por primera vez en los tiempos modernos, el presidente se concretara a entregar el informe de Gobierno sin ulterior trámite.

Buena culpa de lo que actualmente acontece la tenemos los ciudadanos que tenemos una desconfianza en las instituciones nacionales y la mantenemos sin advertir que un país sólo puede sostenerse al través de ellas; y en la medida en que nosotros abonemos a esa desconfianza las estamos socavando.

Somos un pueblo de incrédulos incapaz de advertir que si bien es cierto que durante mucho tiempo se nos dieron motivos para desconfiar de las autoridades (dicho así, en términos generales), también lo es que desde hace años este país se ha trasformado y nosotros seguimos anclados en un pasado que nos perjudica e inmoviliza.

Tal es nuestra desconfianza y suspicacia permanentes que dudamos hasta de acontecimientos de sobrevivencia, como el de los pescadores que naufragaron en el Pacífico, no obstante el júbilo original que despertó la noticia de que los habían encontrado con vida.

Tenemos que aprender a ser congruentes. Tenemos que creer en la gente y en nuestras instituciones. Tenemos que enseñar a las nuevas generaciones a repudiar la mentira y a amar la verdad, la honestidad, la responsabilidad y el honor.

Pero tenemos que hacerlo ¡ya! Sin detenernos a considerar que son procesos muy largos. Porque precisamente por ello, urge que los iniciemos.

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