Esta semana, la inicié asistiendo a reuniones cuyo tema era el de la jubilación o pensión de algunos trabajadores. Un par de días después, me reuní con amigos que recién se han jubilado. Y el día de ayer acudí con orgullo y emoción a un evento en el que mi hermano Ricardo dijo “adiós” a su trabajo en John Deere, después de cuarenta y dos años de estar en esa empresa.
Estas tres vivencias me hicieron pensar en la importancia que tiene para un trabajador poder acceder a un retiro digno, con el reconocimiento explícito de la empresa o institución para la cual ha entregado una gran parte de su vida.
De manera especial me agradó que en el evento en que se anunció el retiro de Ricardo, el director general de la compañía, Charles Kaufman, dijera que mi hermano fue un factor importante para que esa planta se estableciera aquí en Torreón.
Y me agradó, porque de alguna forma advertí que en con su actuar Ricardo había influido para que nuestra ciudad y la gente que requiere nuevas oportunidades de trabajo, contaran con una empresa que como ésa, no sólo oferta oportunidades de empleo, sino salarios dignos y la expectativa de alcanzar un retiro digno.
Claro que para llegar a ese punto se requiere cumplir con una serie de requisitos, entre los que se encuentran el tiempo, la capacidad, responsabilidad y la mística representada en una serie de valores propios de la empresa.
En el campo de la Iniciativa Privada hay muchas empresas que ofrecen buenas condiciones de retiro, como también hay instituciones en el sector público que recompensan decorosamente a sus trabajadores.
Pero lamentablemente no son la gran mayoría. Y si a eso le añadimos que nuestros sistemas de pensiones y jubilaciones están en crisis, el problema se torna aún más complejo.
Porque miles de mexicanos ya retirados, subsisten precariamente con asignaciones económicas de miseria.
Muchos otros se ven obligados, aun en edad avanzada, a seguir trabajando, porque si se retiran sus economías se verían mermadas de manera substancial.
Y los hay también quienes no tienen expectativas de jubilarse; de manera que no les queda otro camino que seguir adelante y rogarle a Dios no tener que enfrentar una enfermedad prolongada o una incapacidad que les impida ganarse el sustento diario.
Algo está mal en un sistema que no puede ofrecer condiciones decorosas de retiro a los hombres y mujeres que entregan su trabajo para el fortalecimiento y engrandecimiento de este país.
Qué mejor para quien ha trabajado durante décadas que poder retirarse a descansar sin presiones ni grandes limitaciones.
Porque ya bastante los castiga la vida con las enfermedades y achaques comunes de la edad avanzada, como para que todavía tengan que preocuparse por sustento y atención médica.
Una de las acepciones de la palabra “jubilar” es la de “júbilo o alegría”.
Eso para mí debe ser la jubilación. Una alegría.
Alegría, por el deber cumplido al haberse desempeñado durante muchos años con responsabilidad, capacidad, rectitud y profesionalismo.
Alegría, por poder dedicar el tiempo a lo que más nos place.
Por poder convivir libremente con la familia. Gozar, en tal caso, de los nietos.
Convivir también en plenitud con los amigos. Sin las premuras del trabajo o la esclavitud de los horarios.
Disfrutar, en suma de la vida, después de haber cumplido cabalmente con las responsabilidades que nos correspondió desempeñar en nuestra etapa de trabajo.
Debo añadir también, que jubilarse no significa enclaustrarse.
Porque toda esa gente tiene un potencial, fruto de la experiencia que nuestra sociedad no debe desaprovechar.
Sin embargo, lo común es que desdeñemos la experiencia y sobre todo la sabiduría de los que están jubilados, sin percatarnos que aún tenemos tanto que aprender de ellos.
Pero, ese es otro tema sobre el que vale la pena volver en otro momento.
