Al margen del libre albedrío, yo aprendí que no se mueve la hoja de un árbol, sin la voluntad de Dios.
Pero suele suceder, como en todas las religiones, que en la Católica se sataniza la figura de Judas.
Y de acuerdo con la creencia común, no era para menos. Judas fue aquel que entregó al Hijo del Hombre con un beso.
O los policías romanos eran muy mensos o no tenían ni idea de lo que pasaba en el pueblo y por tanto hacían mal su trabajo.
Mira que tener que recurrir al soborno de uno de los suyos para que les indicara quién era Jesús. ¿Nunca habrían visto a Aquel que estaba “llamando a la sedición”. Al que difundía ideas extrañas y trastocaba las palabras contenidas en los libros sagrados.
No conocían los soldados romanos tan dados a la guerra a Aquel que censuraba el uso de las armas y predicaba el amor. El que llamaba hermanos a todos los hombres de la Tierra y realizaba prodigios de palabra y obra.
Cómo era posible sostener que Judas había vendido a Cristo por treinta monedas, si habiéndose dedicado a recaudar entre los judíos los impuesto romanos se quedaba con una parte de aquella infamante recaudación y por tanto era hombre rico.
Hay desde luego versiones que contradicen estas apreciaciones y en ellas se sostiene que las razones que orillaron a Judas a traicionar a Cristo eran otras muy distintas de las consabidas.
Pero en lo que atañe a la traición, tenemos ahora un documento histórico que prueba que Judas no hizo sino cumplir la voluntad de Dios y en esa medida la del mismo Jesús.
La revista National Geographic publicó una copia de un milenario texto descubierto en Egipto en el que se contiene parte del llamado “Evangelio según Judas” en el que, de acuerdo con los traductores, Jesús le dice a Judas: “Tú los sobrepasarás a todos. Tú sacrificarás al hombre que me recubrió”.
De esa manera Jesús instruyó a Judas de lo que debía de hacer a fin de que se cumpliera la voluntad del Padre.
Luego entonces, Judas no hizo sino seguir las instrucciones de Jesús y aquello que era voluntad de su Padre a fin de redimirnos a nosotros tristes y recurrentes pecadores.
Más de dos milenios pasaron antes de que tuviéramos siquiera un indicio de que las cosas no fueron como nos las contaban y que es inaudito arrastrar tanto odio lo mismo en contra de Judas que de aquel grupo de judíos que, azuzados por el sanedrín, exigió la muerte de Jesús en la cruz.
La traición es una de las faltas más graves en las que puede incurrir un hombre. Pero además del epíteto de traidor, quienes incurren en esa conducta infame, son comúnmente llamados: Judas.
Y en el sincretismo de nuestras tradiciones lo mismo se quema públicamente al diablo que a Judas.
Ambas son figuras odiosas. Pero qué paradoja, pues a Judas lo quemamos para vengar la muerte de Aquel que nos dijo: “Amaos los unos a los otros”; y que teníamos que perdonar: “Hasta setenta veces siete”.
“¡Nada de perdonar! Aquí los judas se mueren y si es posible lapidados”.
Qué poco hemos aprendido de la doctrina de Cristo y qué mal aplicamos sus enseñanzas.
Pero así como Judas, hay otros personajes de la Biblia a los que odiamos, como el de Caín, cuando no es más que otra representación del mal.
Sin duda, cada pueblo, cada religión escoge lo mismo a sus deidades que a aquellos que encarnarán al mal.
Por eso no es extraño que entre los cristianos se haya satanizado la figura de Judas.
Como tampoco lo es encontrarnos en otros Libros, como en el Talmud, pasajes como el de Lilith y Samael, quienes fueron el primer hombre y la primera mujer, pero se revelaron en distintos momentos contra Dios y por su soberbia y arrogancia éste los castigó mandándolos al infierno. Desde entonces Adán y Eva estaban en el paraíso y Samael y Lilith en los avernos. Simplemente: el bien y el mal.
Judas es, por simple tradición entre nosotros, la representación de algo maligno, algo repugnante. Es por sí la figura misma de la traición. Y la traición hacia la imagen sagrada de Jesús.
Pero sin mayores reflexiones vamos por ahí repitiendo lo que nos dicen o nos han hecho creer.
Para mí, Judas fue sólo un hombre. Uno de los tantos que seguían a Jesús. Un hombre con todos los defectos que puede tener cualquiera. Un hombre dominado por la condición humana que no hizo sino cumplir con la voluntad de Dios.