Hay muchas cosas que nos hacen falta como ciudadanos para que este país sea mejor.
Somos especialmente desconfiados y de alguna manera eso nos impide ser mejores.
En esta época me gusta mucho ver películas de Navidad. Aunque suelen repetirlas mucho, lo cierto es que no me canso de verlas.
Hay una especial que me hizo pensar en que una de las cosas que nos hace falta es saber confiar en la gente y de manera especial en nuestras instituciones.
Se llama. ?Milagro en al calle 34?. Es bien conocida y típica de esta temporada.
La trama versa sobre el juicio que se le hace a un viejecito, por autonombrarse como Santo Clos. El juicio lo entabla la ciudad de Nueva York en contra de este hombre.
El juez se encuentra ante un verdadero predicamento, porque una parte del público está en contra del viejito, por razones obvias y otra, la más ruidosa y manifiesta, está a favor, presionando a las afueras del Tribunal. El pobre juez no haya la puerta.
La solución a la causa se la da una niña cuando entra a la sala del juicio y le entrega al juez una tarjeta de Navidad, con un billete de un dólar dentro de ella. El billete llevaba (como es sabido) subrayada la frase. ?In God We Trust?.
El juez razona más o menos de esta manera: ?Si toda una nación fue capaz de confiar en un ser cuya existencia no se puede probar, por qué no confiar en la existencia de otro ser semejante como lo es Santa Clos?. Y concluye sentenciando la absolución de aquel sujeto.
El razonamiento se me quedó grabado y me llevó a pensar en cuánta falta nos hace a nosotros aprender a confiar.
Confiar en la gente que nos detiene en la calle y nos dice que requiere de nuestro apoyo económico para solucionar un problema de salud.
Confiar en la estadística que nos dice que nos estamos acabando nuestro planeta y por tanto debemos ser más cuidadosos con los desperdicios y la forma en que tratamos al medio ambiente.
Confiar en las autoridades gubernamentales cuando dicen que requieren de nuestra ayuda para abatir la marginación.
Confiar igualmente en la autoridad cuando nos llama a cumplir con nuestras obligaciones tributarias.
Hacer lo mismo cuando se nos pide que cuidemos o racionalicemos el agua o el petróleo.
La lista se podría tornar interminable. Pero creo que con esos ejemplos bastan para fundamentar nuestro dicho de que somos un país de desconfiados.
El desarrollo de una nación no puede sustentarse en la desconfianza y menos si ésta se endereza hacia las autoridades gubernamentales.
Así como es bien sabido que un país de ahorradores es un país económicamente fuerte, también debemos de entender que tenemos que confiar en lo que se nos dice.
Cualquier escéptico respondería que la burra no era arisca, sino que la hicieron. Puede ser ésa la explicación a una conducta, pero nunca será una justificación de ella.
Tenemos que aprender a confiar en nuestros padres, en nuestros hijos, en la familia. En nuestros profesores en la escuela y desde luego en los compañeros ya sea de clase o de trabajo.
De ahí surgirá una confianza que necesariamente se habrá de extender a nuestras autoridades e instituciones.
Acabamos de cursar por un proceso electoral que concluyó con una sentencia firme, Y sin embargo, se desconfió de los ciudadanos que contaron los votos; de los datos del IFE y de la rectitud y objetividad de los magistrados electorales.
Ello no debería ser así. Contra los ataques de los que no creen debe levantarse la confianza de los que sí creemos.
Pero esa misma credibilidad, la debe tener el hombre de la calle. Aquel que pide nuestra ayuda. El que solicita auxilio en una noche lluviosa, porque se le descompuso el coche.
Lo cierto es que nos vemos unos a otros, como enemigos y no como miembros de una misma sociedad.
Si un pueblo entero confía en Dios y en la existencia de milagros navideños, por qué le cuesta trabajo confiar en sus semejantes y más aún en sus autoridades.
Pensar distinto no significa desconfiar. Significa estar dispuesto a confrontar nuestra verdad con la del otro y estar abierto a su argumentación. Si me convence la debo de aceptar para no permanecer en el error basado en la terquedad.
En efecto. Son muchas cosas las que nos hacen falta. Pero entre ellas, de manera primordial nos hace falta la confianza.
Si no somos capaces de confiar no seremos capaces de construir un futuro mejor para otros.