Desde el avión, al ver esos lunares de agua, no pude dejar de pensar que con una pequeña parte de ella mi comarca sería dichosa.
Cuando los caminos de la vida me traen hasta lugares como éste, la naturaleza exuberante me embelesa y fascina.
Acostumbrado a los paisajes desérticos, todo lo que tenga qué ver con la vegetación que se agolpa en los ojos es sin lugar a dudas algo de llamar la atención.
El agua que es vida, se aparece a cada paso y los colores que contrastan con el verde de los árboles se tornan más intensos.
Por algo dice una canción que Tabasco es un edén. Así de llamativo debe haber sido aquel paraíso mítico creado por Dios para ser habitado por el primer hombre y la primera mujer.
El Grijalva corre lento por en medio de la ciudad. Arrastra lirios acuáticos que semejan pequeñas islas de esmeralda que van hacia el mar.
Es tierra hecha de agua o agua hecha de tierra. Más agua que tierra. Por eso la envidio buenamente y pienso que con ella nuestros antiguos pobladores hubieran también construido un edén.
Con acierto decía en sus poemas Carlos Pellicer:
“Más agua que tierra. Aguaje para prolongar la sed. La tierra vive a merced/ del agua que suba o baje”.
Dicen que es la región de la República en donde más llueve y donde los ríos se conectan desde Guatemala y Chiapas. Es agua que viene sabrá Dios de dónde y va a morir al mar. Ese mar que todo lo recibe y todo lo confunde.
En el Romance de Tilantongo, afirma Pellicer: “Yo que de Tabasco vengo/ con nudos de sangre maya, donde el cacao molido/ dio nuevo sentido al agua”.
Yo, en cambio, vengo del árido desierto hasta este paradisíaco lugar, en el que todo me maravilla; pero de manera especial la abundancia de agua.
Pienso en Ocampo, en Candela o Viesca y no puedo dejar de sentir algo de envidia. Aunque todo es México, cómo quisiera que parte de estos caudales acuáticos estuvieran en nuestro estado.
Vuelvo a la lectura de los poemas de Pellicer para tratar de entender a esta maravillosa tierra.
“Joven terrón cuaternario, por tu cuerpo de aluvión/ sangra el verde corazón/ de tu enorme pecho agrario”.
Pecho agrario como el de La Laguna, sí. Pero del que manan torrentes vivificantes de agua. Nuestra región también es tierra de aluvión. Pero por la cantidad de hombres y mujeres que llegaron a ella venidos de otras tierras. Algunas muy lejanas. Y en la que todos buscaban una nueva vida. Una vida mejor.
Comida deliciosa a base de mariscos. De grises ceibas enormes que semejan gigantes colosales de madera que como centinelas otean las profundidades de la selva.
Tierra de lagartos y loros multicolores. De monos y extraños peces. Zoológico libre en el que habitan cientos de especies que mis ojos no alcanzan a conocer.
Es la tierra del poeta, Pellicer, que siguió a Carranza y que ahora a vuelo de pájaro me regala algo de lo mucho que éste debe haberle contado en su momento al insigne barón de Cuatro Ciénegas.
Lógico es, que este poeta haya escrito también sobre el amor, la pasión y la osadía. ¿Qué poeta no lo hace?. “Amor, maravilloso amor que miras/ el veloz horizonte y que suspiras/ entre el siempre y jamás que rondan tu ala”.
Amor apasionado y apasionante. Vibrante amor que todo lo consume. Amor que nace en todos los entornos. Y va a morir en un sitio distante.
Amor envuelto en agua. Cubierto de flores y rocío. Amor selvático, pero siempre impío. Sublime amor, muy semejante al mío.
No obstante todo ello, cada cual debe avenirse y disfrutar con lo que su región, su ciudad le regala cada día.
Por eso Pellicer afirma en el último verso de uno de sus “Cuatro Cantos en mi Tierra”:
“Agua de Tabasco vengo/ y agua de Tabasco voy. De agua hermosa es mi abolengo, y es por eso que aquí estoy/ dichoso con lo que tengo”.